G-8 y G-20, contra la pobreza
Los líderes del G-8 reunidos en Canadá esta semana deben asumir el hecho de que sus países han incumplido las promesas hechas a los más pobres del planeta hace cinco años.
Si dichas promesas se hubieran cumplido, habrían tenido un tremendo efecto en las vidas de las personas más pobres, permitiendo a mujeres sobrevivir al parto, a los niños ir a la escuela y a personas de todas las edades tener un mayor acceso a medicinas y a la sanidad.
Donde la ayuda se ha incrementado, la diferencia ha sido notable. El número de personas que reciben tratamientos contra el VIH, por ejemplo, se ha multiplicado por 10 en los últimos años.
En estos momentos, los recientes logros en la reducción de la pobreza están amenazados por la crisis económica, el cambio climático y la escasez de alimentos. Es por esto que el club de los ocho más ricos debe mirar más allá de sus propias dificultades económicas y acordar la manera en que cumplirán las promesas hechas a los países pobres en 2005.
El G-20 también tiene un papel importante que jugar en la lucha contra la pobreza. Cuando analicen la forma en que el sector financiero debe pagar por los efectos de la actual crisis económica, tienen la oportunidad -y el deber- de ayudar a los países pobres golpeados por una crisis que no contribuyeron a crear.
Un impuesto financiero global, como una tasa a las transacciones financieras, propuesto por el Fondo Monetario Internacional, podría recaudar cientos de miles de millones para ayudar a los países más pobres, amenazados por el aumento de la pobreza y las consecuencias del cambio climático. No es mucho pedir que los países pobres reciban la parte que les corresponde.
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