Retos del baile eterno
La única compañía española dedicada al ballet académico en todos sus estilos se enfrenta a su primera temporada en un teatro de la Gran Vía. Reto y nervios. No puede ser de otra forma. Han salido al escenario a darlo todo. Ángel Corella no alberga fantasmas o temores y del arrojo ha hecho lema. El caso es que sigue adelante, la optimización del repertorio es su aspiración y son latente y ejemplar realidad dentro del complejo panorama del ballet en España. A nadie se le oculta que el Estado ha dado tres cuartos de espalda a Corella, lo que es injusto mientras se redactan quimeras, se crean consejos que generan consejas. En Castilla y León han demostrado sensibilidad al asunto, y al César lo que es del César. Verles da esperanza al género.
FANCY FREE
Corella Ballet Castilla y León. String sextet: Ángel Corella / Chaicovski; VIII: C. Wheeldon / B. Britten; Fancy free: J. Robbins / L. Bernstein.
Teatro Lope de Vega. Hasta el 8 de agosto.
El primer programa, desde todo punto recomendable, se abre con la versión en estilo muy americano que ha hecho Corella de Souvenir de Florencia. Arreglo orquestal aparte, el madrileño se lo pone difícil al cuerpo de baile y solistas. Hay una razón: no se sube a escena para pasearse, sino para sudar la malla y aportar emoción con un estilo que tiene su antecedente en el ballet sinfónico y en la herencia balanchiniana. Fernando Bufalá estuvo soberbio en la primera sección; Corella ha modelado un poco más su obra desde que la concibió (y aún debe seguir apuntándola, dándole matices y zonas de refresco) como festivo cuadro coral. Si ver bailarla resulta agotador, mejor no estar dentro del traje del bailarín. Erizada de dificultades en las combinaciones, acudiendo a la fórmula de la consonancia métrica y del desarrollo extensivo del armónico, es una buena carta de presentación, a pesar de que es precisamente allí donde un bailarín resbaló, no es grave: pero hay que decirlo, es la parte ingrata del riesgo.
Después se vio VIII, de lo mejor que ha seleccionado para su repertorio. Otra teatralizante, profunda, que exprime el misterio de Britten hasta cuando asume un aire de vals, posibilitó ver a Natalia Tapia en una virtuosa Ana Bolena, Carmen Corella, una concentrada Catalina de Aragón, y a Dayron Vera como Enrique VIII, este último en su debut, demostrando que un primer bailarín debe estar dotado tanto para la calistenia expansiva como para la interiorización actoral.
Su rey Enrique es tenso, a veces furioso, posesivo, y domina la escena. Wheeldon resuelve magistralmente la decapitación de Ana Bolena y la escena del baile de disfraces (que tiene su referencia histórica en el de 1522, donde conocería a la que después perdió la testa) es un logro de buena materia coréutica.
Cerró Fancy Free, donde Corella hizo el tercer marinero, el de la variación rumbosa y eje de la sencilla trama sugerida por Robbins, que en su momento hizo época en la Nueva York de posguerra. Herman Cornejo y Yegen Uzlenkov le dieron una vitalista contrapartida, dejando un enérgico y vitalista sabor de buen ballet que irá a más. Les queda todo por delante.
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