Mercado de cuerpos
Solo algunas feministas están dando la batalla o se han manifestado en contra de la regulación de los llamados vientres de alquiler, que es la manera eufemística de referirnos a la compraventa de un niño en cuanto nace. Pero sea del niño, del óvulo, o de cualquier otro órgano, la cuestión va mucho más allá del caso concreto de los vientres de alquiler, y es más compleja de lo que puede parecer a veces. Se trata de cómo nos posicionamos como sociedad respecto de la compraventa de partes del cuerpo.
Algunos economistas neoliberales defienden que el mercado es, en todo caso y para todas las cuestiones, el mejor regulador social y que nunca se equivoca; si hay demanda tiene que haber oferta y ambas partes se benefician de la transacción. Pero muchas personas nos oponemos a esa visión. ¿Todo puede comprarse y venderse? En un mundo en el que la desigualdad y las carencias son la norma, en el momento en que se abre un mercado cualquiera se está fomentando que las personas más pobres tengan que ponerse al servicio de la demanda de los más ricos. Si abrimos, como sostienen estos neoliberales puros, el mercado de los cuerpos el problema no será solo, como a veces se afirma, quién puede o no puede comprar un órgano. El problema fundamental, desde el punto de vista social, es quién estará obligado a venderlo; el problema es que los más pobres se verán obligados a constituirse en la oferta necesaria. Pero especialmente las mujeres, más prescindibles por una parte pero cuyos órganos o trabajos reproductivos (gestación, óvulos, hijos) pueden llegar a ser muy valorados en términos monetarios.
En EE UU donde poca gente duda de las bondades del mercado nadie pone trabas a esta práctica, pero en Europa el debate no está resuelto. Quienes nos oponemos a esta regulación defendemos que debe existir una barrera, siquiera sea ética, a este tráfico; barrera que es simbólica puesto que ya sabemos que en un mundo capitalista lo que no se venda legalmente terminará vendiéndose de manera ilegal. Sabemos también que en este momento las mujeres (y los hombres) de los países pobres se ven obligados a vender a sus hijos, sus ojos, sus riñones, sus hígados o sus úteros para comer. Eso no lo evitarán las leyes, sino la justicia global, pero mientras esa justicia llega no está de más que las personas que no creemos que el mercado sea un justo regulador social defendamos la existencia de leyes que pongan coto a la explotación máxima del ser humano que es verse en la necesidad de vender el propio cuerpo o partes de él.
Beatriz Gimeno es escritora y experta en temas de género.
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