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Reportaje:

Sangre azul oculta en una ladera

El pueblo, gobernado durante años por su propio rey, es una joya arquitectónica

Juan Diego Quesada

Es un acto de fe iniciar la travesía hacia Patones. Se suceden los cruces de carretera sin un letrero que echarse a la boca. Aunque esto en realidad es pecata minuta comparado con la odisea que vivió Crisanto Araujo para llegar hasta aquí hace más de 70 años:

"Acabó la guerra. Yo batallaba con los rojos. Me pilló en Águilas, provincia de Murcia. Y me daba miedo que me metiesen en un campo de concentración. Cogí todo derecho andando por carreteras muertas, en las que hay poco tránsito. Andaba más de noche que de día, por eso del fresco", cuenta, y de repente interrumpe su relato al ver pasar una mujer, a la que le pregunta si trae alguna carta. "No soy la cartera, soy la técnico municipal. Siempre me preguntas lo mismo", le contesta, dejando ver que Crisanto, de 91 años, es un guasón. "Bueno, a lo que íbamos", prosigue, "tardé caminando 18 días con sus 18 noches. Por el camino le pedí a una señora un mendrugo de pan y me lo dio. Que Dios se lo pague. Llegué de mañana a mi pueblo, y aquí sigo". No hay alma que desconozca la historia de Crisanto. El hijo pródigo del pueblo que se fue a la guerra y regresó con llagas en los pies.

Uno de sus habitantes llegó a Patones huyendo de la guerra y se quedó
La localidad nombró a un alcalde y juez de paz y le dio el título de rey

Llegó sano y salvo a Patones,inaccesible antiguamente y casi escondido en la sierra del que se tiene constancia desde 1527. Debido a su incomunicación se cuenta que los vecinos del pueblo nombraron a un alcalde, que hacía también las veces de juez de paz, al que otorgaron el título de rey. El cargo, igual que ocurre con el de sangre azul, era hederitario. El cardenal Moscoso en 1653 escribe por primera vez de esta curiosa figura, según recoge un libro escrito por Juan Gómez Hernanz: "En el valle de los Patones de la Jurisdicción de Uceda, havía (sic) 10 o 12 Familias que se governaban (sic) con sola la Autoridad Económica de un Anciano, a quien sencillamente llamaban Rei (sic), que los mantenía en mucha Paz".

Siglos después, los habitantes de Patones se aburrieron de tener que andar y desandar el valle, a través de empinados caminos, y fundaron en un llano lo que se conoce ahora como Patones de Abajo. Mientras, Patones de Arriba se ha quedado como una joya arquitectónica, a cuyo casco urbano no pueden entrar coches. Se ha llenado de restaurantes caros (2,75 euros por un refresco, la factura está guardada) y coquetas casas rurales que regentan forasteros. No queda por tanto rastro de sangre real. ¿O sí? ¿Quién es esa mujer con delantal y una tina con agua que baja por una cuesta? Es la Juani, la única habitante del pueblo original que aún vive aquí. Tiene fama de escurridiza, poco amiga de la cháchara, y lo demuestra al primer golpe de vista: "Uy, tengo mucha prisa. ¿Qué por qué me he quedado la última? No tenía otra casa. Ahora sí, tengo otra abajo, pero prefiero seguir viviendo por estos lares". Dicho esto, se esfuma.

Más abajo, en la puerta de la iglesia aparece la encantadora Iris Martín Hernanz, que ha salido un rato antes del trabajo para dar un paseo por el pueblo. Nadie mejor que ella. Para su proyecto de fin de carrera elaboró una guía de rutas didácticas para dar a conocer este entorno. Porque la verdad es que los fines de semana se llena de gente que viene a apreciar las calles empedradas, el antiguo lavadero, las cochiqueras rupestres o el cementerio, pero pocos se echan al monte a andar. Como si el largo peregrinaje de Crisanto Araujo hubiese agotado el cupo durante siglos. Iris, de 28 años, propone, para contrarrestar, recorrer el ecosistema de la ribera del río Lozoya o atravesar los montes pizarrosos hasta alcanzar el valle de San Román. ¿Ha conseguido que alguien se lance a la aventura desde que la guía se convirtió en libro? "No", responde riendo, "pero perseveraré".

Damos un largo paseo pero no hay ni rastro de pajes ni reyes. El cartel del primer restaurante abierto aquí resume el orgullo del pueblo: "El rey de los Patones reinó durante el mandato del rey de toda España Carlos III y con su consentimiento durante la invasión napoleónica en el año 1808. Fue el único pueblo de España que por estar oculto en esta inaccesible sierra se libró de los invasores franceses".

No tan deprisa. Aunque los soldados de Napoleón no pudieron encaramarse hasta la montaña, sí lo consiguió en los ochenta el decorador francés François Fournier, que compró edificaciones casi derruidas. Por dos duros se hizo con casas abandonadas. El decorador montó con su pareja Paco Bello varios negocios y descubrió el encanto turístico que escondía el pueblo. Fue un pionero. Abrió El Poleo, hotel y restaurante considerado por los críticos entre los mejores de la sierra. El francés murió hace unos años pero muchos siguen hablando de él como una de las personas que no dejó morir a Patones de Arriba. Que Dios se lo pague, como diría Crisanto Araujo.

Unos niños juegan con un gato en Patones de Arriba.
Unos niños juegan con un gato en Patones de Arriba.SANTI BURGOS

Cómo ir, qué hacer

- Dos autobuses al día salen de la plaza de Castilla y llegan a Patones. Se cubre el trayecto en una hora y 35 minutos. El billete cuesta 4,28 euros.

- En el pueblo antiguamente se jugaba a la calva. Consistía en lanzar una piedra caliza redonda contra un palo

en forma de 'L' situada a una decena de metros.

- Lugar de peregrinaje para los amantes de la escalada.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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