Guerra al gordo
Una vez exterminados los últimos fumadores, la sociedad avanza inexorablemente hacia ese 2012 descrito por Alex de la Iglesia en Acción mutante, con un mundo dominado por la gente guapa, adicta a los panecillos integrales. La celebrada prohibición de fumar en bares no ha quedado ahí. Ya se sabe que no nos gustan las medias tintas. O todo o nada. Ahora se plantea también que se persiga el tabaquismo en parques, txokos, barracas e incluso en el propio hogar, al menos mientras la asistenta esté realizando su trabajo. Este mismo periódico nos anunciaba que empresas de Estados Unidos realizarán análisis de sangre y orina a sus futuros empleados para comprobar si tienen restos de nicotina en el cuerpo. Quien no supere el control antismoking puede verse de patitas en la calle.
Como casi todo en esta vida, seguro que también esta repentina obsesión de los poderes públicos por nuestra salud está relacionada con el vil metal. Probablemente, las pérdidas provocadas por los fumadores -dolencias cardiopulmonares, incremento de las bajas laborales, etcétera- sean muy superiores a los ingresos derivados de la venta de cajetillas.
Siguiendo la lógica de este economicismo social llevado al extremo, ya se vislumban los siguientes mártires de la filosofía del beautiful people: los obesos. La gente con sobrepeso empieza a estar mal vista a la hora de aspirar a un puesto de trabajo. Aunque puedan resultar más brillantes que sus competidores atléticos, las estadísticas señalan que cuentan con más posibilidades de sufrir un infarto o de padecer enfermedades como la diabetes.
Quizá por ello, algunos dominicales han empezado a advertir en su sección de recetas de las grasas trans y las calorías de cada plato, para que podamos tomar nuestras precauciones y evitar desagradables sorpresas con la báscula. No soy amigo de saraos, pero en los últimos en los que he estado los pinchos rozaban el minimalismo extremo. Todo sea por mantener la línea. ¿Qué fue de la añorada tortilla de patata?
No es de extrañar que el gimnasio se haya convertido en el nuevo templo en el que purgamos nuestros pecados culinarios. Allí, entre efluvios de sudor, va surgiendo toda una tipología de usuarios: junto al hiperactivo de la cinta y el remo encontramos al que se ayuda de extraños líquidos de colores para muscularse, o a quien sólo busca conversación y se atornilla al banco de las pesas sin realizar ejercicio alguno.
Incluso está cambiando el prototipo de cocinero. El fallecimiento de Santi Santamaría, que hace sólo dos domingos nos hablaba de las virtudes del buey de Kobe, parece marcar un cambio de tendencia. Frente al chef orondo de cuyo local jamás ibas a salir con hambre, se impone una moda de restauradores apóstoles de la cocina microscópica. Cuando se extingan los fumadores y los gordos, ¿quiénes serán las siguientes víctimas de la gente guapa? ¿Los feos? ¿Los calvos? Toquemos madera.
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