Edimburgo, ensayo y error
El popular festival alternativo vuelve al casco histórico de la ciudad
Mary Christ se desgañita en el escenario, pero nadie le hace caso, su monólogo no puede competir con el muchacho que a pocos metros se introduce clavos en la nariz. Es el primer fin de semana del Festival de Edimburgo, en realidad, la suma de festivales que en agosto convierte cada año la ciudad en un inmenso escenario. A la masa de transeúntes que ocupan la Royal Mile (la arteria principal del casco histórico de la ciudad) no parece importarles en absoluto que esté lloviendo. Pasean mientras esquivan o tienden la mano a los repartidores de publicidad de los espectáculos. En algún momento, la gente se para formando un corrillo frente a los artistas.
Uno de ellos es el actor australiano que interpreta desde hace 10 años el personaje de Mary Christ, que se baja ahora del escenario, "no hay sitio para un espectáculo" como el suyo. Éste año está probando aunque lleva mucho tiempo queriendo, es la primera vez que va a actuar en el Fringe, la cita de teatro y espectáculos alternativos que abrió el pasado viernes la temporada y, según este actor, el sitio donde hay que estar si alguna vez quieres pegar el pelotazo. "Es el evento más importante de este tipo", asegura, y lo describe como una tierra de oportunidades, un trampolín abierto a cualquiera dispuesto a saltar; la cuestión es si caerás de pie o te partirás la cabeza.
Algunos artistas convencen a los transeúntes a que entren al espectáculo
Aunque no se consiga un espacio, siempre se puede actuar en la calle
Un actor describe el Fringe como una tierra de oportunidades
Hay de todo: pequeños y grandes, como John Malkovich
Los organizadores del Fringe no eligen el cartel, cualquiera puede participar, solo tiene que encontrar un espacio dispuesto a acoger su show, desde teatros hasta pubs (hay unos 200 escenarios). "Tú les envías a todos la propuesta, si no les gusta, la mayoría ni te contesta", cuenta el actor australiano. Si alguien acepta se fija un calendario y los precios; los artistas cobran un porcentaje de la entrada, así que, si la cosa va mal, el viaje puede ser una ruina. "A mí el viaje me va a salir por unos 4.000 dólares", dice Rebeca MacDonald, de la compañía de la Texas Woman's University.
Y aunque no se consiga un espacio, siempre se puede ir a actuar en la calle, al fin y al cabo, van a pasar en agosto centenares de miles de visitantes: el Fringe es solo el arranque, pero está en marcha todo el mes el Festival de Arte, el 13 de agosto llegará el del libro y un dia antes arranca el plato fuerte, el Festival Internacional, que este año llega volcado en la cultura asiática, con la Orquesta Filarmónica de Seúl, el Ballet Nacional de China o una versión contemporánea de Hamle' de la Shanghái Peking Opera.
En ese contexto, los pequeñitos buscan su espacio, a veces, solo en la calle. Es el caso del guitarrista de Glasgow que se hace llamar Adam Kadabra, de 23 años. Cualquiera puede ponerse a actuar en una acera, pero para hacerlo en la Royal Mile hay que entrar en un sorteo que cada mañana hace la organización del Fringe. Sus nombres, escritos en un papel, entran en un sombrero y, según van saliendo, se van repartiendo espacios y horas.
En el festival alternativo hay de todo, pequeños, medianos y grandes (John Malkovich dirige a Julian Sands en una obra sobre textos de Harold Pinter), pero, según la Fringe Society la razón principal por la que los cómicos se mueren por acudir a la cita es la búsqueda del público, pero también de los promotores, productores y programadores.
Lo que es una oportunidad abierta a cualquiera y una oferta para conocer qué se está moviendo, al mismo tiempo es una competencia brutal entre las obras y un auténtico ahogo para el espectador desavisado.
"Esto es una aventura, tienes que probar, elegir y esperar a haber acertado", dicen Lea y John, una pareja de londinenses veinteañeros que ya llevan unos cuantos Fringe a sus espaldas. Su técnica consiste: en pasear, leer alguna crítica, ver alguna actuación por la calle... Rcogen los panfletos de publicidad y, eligen lo que más les llama la atención.
Es muy habitual encontrar a los actores convenciendo a los transeúntes de que entren a su espectáculo pocos minutos antes de que empiece. "No hay nadie en casa' es una 'Odisea' moderna, un soldado vuelve de Irak con su mujer, le gustará", explicaba en la puerta del teatro Will Pinchin, uno de los dos actores de la obra.
Quizá por lo costoso y lo arriesgado del viaje, proliferan en el Fringe los montajes de uno o dos actores. Aunque se hace difícil encontrar apuestas arriesgadas -lo que mucha gente va buscando en el festival son cosas distintas-, hay ofertas muy interesantes. Por ejemplo, la entrañable Las aventuras de Alvin Sputnik, en la que Tim Watts mezcla la interpretación con marionetas, teatro de sombras y una proyección de dibujos animados para contar una sencilla historia de amor. Por supuesto, en el Fringe es imprescindible el espíritu deportivo, es decir, estar dispuesto a equivocarse y ver algo que se desearía no haber visto.
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