Las purgaciones
En tromba se han precipitado diputados y senadores a entregar la declaración voluntaria de sus bienes. Ha sido la reacción ante el panorama de un país bastante corrompido, lo más parecido a las repúblicas bananeras. La cuestión es que esas declaraciones, aparentemente espontáneas, respondan a la realidad y sean contrastadas por los servicios fiscales, tan despiadados cuando se trata de fondear al ciudadano medio. Por una multa de tráfico era posible la intervención, el bloqueo y el secuestro de la suma.
Por cuanto sabe el ciudadano, sin pararse a definir el color político de las autonomías, los agujeros tenebrosos en sus cuentas han sido, en buena parte, causa de las miserias que le cargamos a la crisis. Constituye una especie de alivio pensar que no solo estamos mal nosotros, sino que todos las pasan canutas, aunque no sea cierto.
Hacienda debería contrastar los bienes declarados por los parlamentarios
La burbuja inmobiliaria, llamada así no se sabe por qué, incitó a liarse la manta a la cabeza, entrar en una sucursal bancaria y firmar hipotecas como locos... aunque los muy ricos no solicitan hipotecas.
Es decir, que el dinero, el que anda circulando por el mundo, estaba a cielo descubierto para que cualquiera pudiera echarse alguna paletada en el morral. Se encontraba en un plano inclinado y resbaladizo que le hizo deslizarse hasta el borde y caer en territorios desconocidos para la inmensa mayoría, incluidos los economistas.
Nadie controlaba el nivel o el espesor de aquella masa, hasta que nos encontramos con los pies en una superficie lisa, muy recalentada y con los pies descalzos. A falta de cosa mejor, comenzó el crujir de dientes, las acusaciones de despilfarro y gasto alocado.
De acuerdo, pero el dinero no se lo ha comido nadie, es indigesto y poco aconsejable. ¿Dónde está? Las entidades de crédito nos enseñan las palmas de las manos desnudas, aunque a través de ellas ha circulado. ¿Por dónde si no?
El optimismo, la ebriedad de las vacas gordas, el olvido de que el bien es finito y una considerable incompetencia nos han traído hasta aquí.
Entonces ¿dónde ha ido a parar? Buena parte a ese gigantesco stock de viviendas que bancos y cajas tienen en su haber, lanzados los ilusorios propietarios a las tinieblas exteriores del desahucio, con un mercado colapsado y un crédito cerrado.
E pur si muove, hubiera dicho Galileo al salir de la sucursal; el piso existe, los bonos, las acciones no han ardido y son ceniza.
De momento, se encuentra, entre otros, inmovilizado un bien muy necesario, como es el techo que nos cubra, que ahora no resguarda a nadie pero va cambiando de manos, a precios infames e irreales. El día de mañana, cuando sea, aflorará en toda su dimensión valiosa.
Hemos comenzado hablando de la declaración de bienes de la clase política, que para muchos no va seguida de una seria y definitiva comprobación. La primera impresión es la de que esta purgación patrimonial es un galimatías incomprensible de manera contable.
Los mal pensados -o sea, la mayoría- sospechan que se ha jugado de farol, lo que me lleva a recordar a un personaje deleznable como fue Faruk, el último rey de Egipto. Era hombre gordo, optimista e irremediablemente aficionado a la buena vida. Cuando le echaron del país no quiso perder el mar y se mudó a la ribera de enfrente, fijando su residencia en Cannes o Niza, no recuerdo. Le gustaba jugar y fue, en sus inicios, punto respetable para la banca de los casinos.
Pero ni siquiera una gran fortuna como la suya resistía los fuertes envites. Y se apuntó a las grandes partidas de póquer, en las que nunca ganaba e intentó acudir al crédito personal: "Full de reyes", declaraba al final de un tanteo, con las cartas boca abajo. Parece ser que los sentimientos monárquicos son muy débiles ante el tapete verde, y los jugadores y la banca exigían que se vieran los naipes.
Por supuesto, la vez que cantó un póquer y solo disponía de dos reyes quiso justificarlo diciendo: "Bueno, conmigo y la reina de Inglaterra hacemos cuatro". Cada noche le expulsaban del casino, hasta que le fue negada la entrada en todos los de la zona.
Esto de creer en la palabra, cuando se trata de dineritos es algo que no se puede pasar por alto y dar por bueno. Sin dudar de la intención y credibilidad de los padres de la patria, se espera que el envite de las declaraciones sea hecho a carta levantada, al menos para Hacienda.
No es la única pero sí una de las puertas por donde se nos escabulle el patrimonio.
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