Superar la desconfianza
La pasada quincena se recordará en las Bolsas como una de las peores de las que se tiene memoria. También se recordará por la inacción de los políticos ante la magnitud de los problemas que tiene planteada la economía mundial. La reunión de los países del Fondo Monetario Internacional (FMI) en Washington ha confirmado esta impresión: las declaraciones oficiales son las de siempre, perfectamente previsibles. Estados Unidos quiere que Europa haga algo más en su lucha contra la crisis y los europeos contestan que ya lo están haciendo y que no permitirán que Grecia quiebre. No todas las declaraciones son desinteresadas: la insistencia, con tonos apocalípticos, de los responsables norteamericanos para que Europa resuelva el problema de Grecia tiene seguramente que ver con el hecho de que una parte de la deuda griega está asegurada por instituciones norteamericanas. La reunión, por lo menos, ha facilitado los encuentros entre responsables económicos, públicos y privados, lo que puede facilitar que al fin se tomen decisiones que mejoren las perspectivas económicas en el mundo.
Grecia no puede pagar, por lo que habrá que repartir el coste de su rescate entre sus acreedores
Más interesantes que las declaraciones oficiales son los análisis contenidos en el informe anual del FMI, que describe bien los problemas de la economía mundial. De entre ellos destaca el bajo crecimiento en Europa y su dificultad para resolver el problema de la crisis griega, la pérdida de vigor de la recuperación en Estados Unidos y los fuertes desequilibrios en los intercambios mundiales de mercancías y servicios. Son problemas de sobra conocidos: lo que el FMI aporta son sus análisis y una valiosa contribución estadística. El informe prevé un crecimiento económico del 4% este año y el que viene, frente al 5,1% de 2010. Es importante señalar las diferencias con las previsiones del mes de junio: tres décimas menos para este año y medio punto para el próximo.
Si el crecimiento económico mundial va a mantenerse en torno al 4% cabe preguntarse el porqué de la preocupación, y de la desconfianza, de los mercados. La respuesta se encuentra en dos ámbitos distintos: por una parte, la revisión del crecimiento se centra esencialmente en los países avanzados, y por otra, los riesgos (a la baja) de que las previsiones no se cumplan han crecido considerablemente. Ello es así porque estamos ante una crisis en la que el endeudamiento de los agentes económicos en los países desarrollados ha adquirido un gran protagonismo que, en cierta medida, es el reflejo de los profundos cambios ocurridos en la producción mundial de mercancías y servicios.
El fuerte endeudamiento de los agentes económicos (Estado, familias y empresas) es peligroso por las incertidumbres que provoca y por el dilatado periodo de tiempo que requiere su reconducción. La experiencia histórica muestra que la reducción del endeudamiento, cualquiera que sea su origen, público o privado, es una tarea larga que frena el crecimiento económico. En los países de la zona euro, el contexto de estabilidad monetaria en el que tienen que llevarse a cabo los ajustes excluye la vía rápida de la devaluación del tipo de cambio y de la inflación. Los ajustes del sector productivo solo pueden llevarse a cabo mediante un aumento de la competitividad de sus productos, lo que otorga un gran protagonismo al sector exterior. En la medida en que el crecimiento de los mercados a la exportación se debilita, el tiempo del ajuste se dilata en el tiempo.
A ello hay que añadir el problema de la financiación de los desequilibrios. El endeudamiento de los agentes económicos pasa en gran medida por los bancos, en cuyos balances se encuentra una parte considerable de los activos dañados por la crisis. Para que puedan volver a prestar dinero con normalidad es preciso resolver el problema de su liquidez y reforzar, de una u otra forma, su capital para que puedan hacer frente al deterioro de sus balances, lo que no es sencillo en el clima de desconfianza actual. De esta manera, el bajo crecimiento económico fragiliza el balance de los bancos, los cuales, a su vez, no pueden hacer otra cosa que restringir sus créditos y, por consiguiente, frenar el crecimiento. Romper este círculo vicioso requiere un buen diseño de la política económica y una incesante explicación a los actores económicos para reducir en la medida de lo posible las incertidumbres. En cualquier caso se trata de una tarea que requiere mucho tiempo.
Una parte del endeudamiento de los agentes económicos de los países avanzados, especialmente de los sectores públicos, procede de los procesos de adaptación a las realidades del nuevo orden internacional. En apenas unos años se han incorporado centenares de millones de trabajadores con buena tecnología y muy bajos salarios a los intercambios mundiales de mercancías y servicios, lo que ha inducido una rápida pérdida de competitividad de los países que no han podido adaptarse con rapidez a las nuevas circunstancias. Los Estados se han endeudado para intentar paliar las consecuencias sociales de este fenómeno, de la misma manera que las familias han intentado mantener su nivel de vida haciendo uso de su ahorro. El tiempo de adaptación a las nuevas realidades del mercado mundial, a la pérdida de peso de Europa y Estados Unidos en el mundo, se ha visto reducido por las políticas cambiarias utilizadas en muchos países asiáticos, que han mantenido y mantienen artificialmente baja la cotización de sus divisas.
El mantenimiento de la protección social y del consumo en un contexto de fuertes pérdidas de competitividad provoca una reducción de la tasa de ahorro, mientras que el establecimiento de tipos de cambio artificialmente bajos provoca una elevación de la misma con la paradoja de que el bajo consumo (consecuencia de la elevada tasa de ahorro) de los países más pobres financia el elevado consumo de los países más ricos. La confluencia de estos dos fenómenos provoca un incremento de los desequilibrios mundiales y agrava la crisis financiera.
Más allá de los discursos oficiales hay que reconocer los hechos. Grecia no puede pagar su deuda, por lo que habrá que repartir equitativamente el coste de su rescate entre sus acreedores, públicos y privados. Existen sobrados mecanismos institucionales para hacerlo sin tener por ello que poner en entredicho el funcionamiento de la zona euro. Habrá que poner fin a las políticas cambiarias que no hacen sino agravar los desequilibrios existentes en los mercados. Y habrá que reconocer que el camino del desendeudamiento será largo y que no podrá recorrerse íntegramente sin un aumento significativo de la productividad en los países más endeudados para que mejore sustancialmente su competitividad en la escena internacional. Se ha dejado que los desequilibrios vayan muy lejos y cada vez es más difícil corregirlos sin traumatismos.
Esperemos que las reuniones de los últimos días hayan permitido una mayor coordinación de las políticas económicas y que se haya producido, al fin, una toma de conciencia de la necesidad de actuar decididamente para que los caballos desbocados de la crisis dejen de ser una amenaza para el bienestar de la humanidad.
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