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Laboratorio de ideas
Columna
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A medias, otra vez

José Luis Leal

Las decisiones de la última cumbre europea, aunque positivas, han dejado una gran cantidad de cuestiones por resolver: se trata de un trabajo a medias que conviene concluir cuanto antes.

Empecemos por la quita del 50% a Grecia. Es, sin duda, una medida acertada. Pero los detalles son complicados. En primer lugar, la quita no resuelve los problemas de fondo de este país, ya que, por el momento (y este momento puede durar bastante), Grecia no puede pagar. La razón es muy sencilla: este año su economía caerá un 5%, y su déficit por cuenta corriente alcanzará la nada despreciable cifra del 8,4% del PIB. Ahora bien, para que Grecia devuelva el ahorro que ha importado del extranjero es necesario que equilibre sus cuentas con el exterior, algo que no sucederá de inmediato. La única posibilidad para que Grecia reduzca su endeudamiento exterior sería un aflujo masivo de capitales extranjeros que permitiera poner en marcha la producción de bienes y servicios exportables distintos del turismo y del armamento naval, pero esta hipótesis es poco plausible en las circunstancias actuales, y menos aún tras el anuncio de convocatoria de un referéndum hecho por el primer ministro griego. En el mejor de los casos, y suponiendo que el resultado del referéndum sea positivo, habrá que ayudar a Grecia durante un largo periodo. En realidad se trata de un coste atribuible a la gestión de la moneda única: el no haber cedido la soberanía necesaria para que una institución económica central coordinara (y sancionara en su caso) las políticas presupuestarias de los Gobiernos que componen la eurozona ha tenido estas consecuencias. Sería pueril intentar eludirlas.

La cuestión es si Alemania quiere ejercer un liderazgo capaz de garantizar el crecimiento y la estabilidad

La quita consentida a Grecia se refleja en los balances de los bancos que adquirieron en su día deuda de dicho país y que aún la conservan. Es pues lógico prever una recapitalización de los bancos europeos, en primer lugar de los griegos, que son los mayores tenedores de esta deuda. Pero aquí nos encontramos con una sorpresa: los cálculos realizados por la EBA (European Banking Authority) hacen que los bancos españoles, que apenas tienen deuda griega en sus balances, sean los que tengan que reforzar más su capital. Como dicen los ingleses, el diablo está en los detalles: las posiciones que se han tomado como punto de partida son las de finales de junio de este año, pero las valoraciones de la deuda han sido las de finales de septiembre. Si se hubieran tomado las de mediados de octubre, por ejemplo, los resultados habrían sido muy diferentes. No cuesta mucho trabajo adivinar quién ha guiado la mano de la EBA en estos cálculos que, por otra parte, tienen algunos aspectos insólitos: las obligaciones convertibles en acciones y, por tanto, en capital, podrán ser tenidas en cuenta si la conversión se produce antes de octubre de 2012. No habría sido muy difícil estimarlas, pero la EBA dice en su documento que no puede hacerlo porque aún no han definido el marco de la evaluación. En el caso de España estas obligaciones reducirían en unos 6.000 millones las necesidades de capital.

Es bastante notable que la llamada provisión genérica, un 1% de los capitales en riesgo, a que están obligados los bancos españoles no haya sido tenida en cuenta para los cálculos de la EBA. Considerar esa provisión (que no existe en otros países) como capital parece bastante lógico en las circunstancias actuales, por lo que cabe preguntarse qué ha hecho el Banco de España para conseguirlo. Su silencio en este y en otros aspectos de la situación financiera resulta difícil de comprender.

El tercer punto acordado es el reforzamiento del Fondo de Estabilidad Europeo para convencer a los especuladores de que la Unión Monetaria está dispuesta a apoyar a los países solventes cuya deuda se vea atacada. Como los 440.000 millones de euros de que dispone no son suficientes, ya que se ha utilizado la mitad de esta cantidad para apoyar a Grecia, Portugal e Irlanda, no queda más remedio que ampliar el fondo. Pero aquí nos topamos con dos problemas: el primero es que Alemania no quiere poner un euro más en este fondo y que Francia no puede -aunque quisiera- hacerlo, ya que correría el riesgo de perder su calificación de triple A. En vista de estas circunstancias es preciso recurrir a soluciones ingeniosas: la primera consiste en garantizar solamente la primera pérdida (se habla de un 20%), con lo cual se multiplicaría la capacidad del Fondo gracias a la ingeniería financiera que habría que poner en práctica para llevar a cabo esta operación. La segunda es que puesto que los países de la Unión Monetaria no están dispuestos a poner el dinero necesario, habrá que buscar otros países para hacerlo. Y aquí aparece, en primer lugar, China, seguida de los países exportadores de petróleo.

Existen soluciones más sencillas, como por ejemplo emitir eurobonos o mandatar al Banco Central Europeo para que adquiera deuda de los países atacados, algo que ya está haciendo. Una decisión clara en este sentido habría puesto al BCE en igualad de condiciones con la Reserva Federal norteamericana y habría llevado, de una vez, la tranquilidad a los mercados. Alemania se opone a esta posibilidad, pero el nuevo presidente del BCE, el italiano Mario Draghi, ya ha dicho que continuará con la compra de deuda. El problema es que al no estar autorizado para hacerlo de forma ilimitada, su actuación carece de la credibilidad necesaria para frenar la especulación.

La Unión Monetaria está a medio hacer. Uno de los resultados positivos de la última cumbre es que, a pesar de las diferencias, hemos asistido a una especie de reencuentro entre Francia y Alemania. El presidente francés Sarkozy, en una larga entrevista concedida a la televisión francesa al día siguiente de la cumbre, repitió una y otra vez la necesidad de armonizar la economía francesa con la alemana, refiriéndose en particular a la convergencia de los tipos impositivos en ambos países. Que Alemania y Francia integren sus economías es una buena noticia para la unidad europea, si bien queda pendiente la cuestión de saber qué papel quedará reservado al resto de los países en esta marcha hacia la germanización de Europa.

La crisis actual obligará, antes o después, a redefinir las posiciones de unos y otros. Pero de momento, de lo que se trata es de salir del atolladero, de poner en marcha las economías de los países europeos. Y la pregunta que podemos hacernos es la de si Alemania está o no dispuesta a ejercer un liderazgo, junto con Francia, capaz de garantizar a la vez el crecimiento y la estabilidad de Europa. Esta es la cuestión esencial a la que, por el momento, solo se ha dado una respuesta parcial e insuficiente.

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