El marrón
Después del gran día, a Rajoy le ha tocado, por fin, el marrón. El guión inicial preveía que la purga de ricino se tomase después de las elecciones andaluzas pero la disciplina germana obligará a tragarlo de inmediato. Tal vez en el ínterin entre gobiernos. Al nuevo del PP no le cabe sino ponerse en posición de firmes, como hizo Zapatero. La España endeudada está indefensa ante el BCE y su potro de tortura, la prima de riesgo. Merkel y la banca alemana, los dueños del garito, le obligarán a un severísimo programa de ajustes a cambio de su dinero. Eso, aunque parte de la responsabilidad es suya. Al fin y al cabo, la política de créditos abundantes y baratos estaba hecha a la medida de los intereses germanos.
El PP emula las mejores épocas de Fraga. Pero hoy todo va muy rápido y no se detecta gran entusiasmo
Rajoy tendrá que tragarse muchas de sus promesas. La gente ha decidido que gobierne para promover las "inevitables reformas". De ellas se puede decir lo que un general chileno en plena dictadura de Pinochet -cuando ya las elites habían decidido cambiar de caballo- acerca de la libertad: "La van a tener, la quieran o no". Como la gente está asustada puede tragar cosas que sólo hace tres años juzgaría inconcebibles, como una gran rebaja de salarios. Y el humor popular puede encontrar demasiado rápido otro chivo expiatorio en el que fijarse. El PP ha levantado expectativas que de ningún modo puede confirmar. Sus 186 diputados, que hoy se antojan cañas, pueden tornarse lanzas.
El PSOE ya ha comenzado a digerir la debacle. Lo que se jugaba era quién mandará en él. Pero el desastre ha sido tan compartido -sus 110 diputados rozan el ridículo- que es difícil saber quién será. Si no es capaz de preservar su identidad de defensa del Estado de bienestar y de concordia entre los pueblos de España, y volver a hacerla creíble, estará en causa su futuro. Todos los PS europeos están hoy de capa caída y no es imposible que el viento de la historia los difumine, como hizo en el pasado con los PC. Todo cabe. Nadie debería olvidarlo en esta Europa que exhibe los trazos amenazadores de peligros de los que nos creíamos a resguardo. A su izquierda, IU ha abierto camino con muy buenos resultados, más de millón y medio de votos y 11 diputados: veremos lo que da de sí. La pluralidad del nuevo Parlamento -buenos datos de Amaiur, CiU, CC...- abre una fase que recuerda a las primeras elecciones que dieron lugar a la Constitución. Cataluña y el País Vasco se salvan de la marea.
¿Y en Galicia?. Los rumores insisten en que Feijóo querría convocar elecciones anticipadas dentro de un año, en noviembre. ¡Ah, el marrón¡ Teme el desgaste. A priori el PP en Galicia puede aspirar a una década de tranquilidad. Los 15 diputados son una marca. Su porcentaje de votos, digno de las mejores épocas de Fraga. Pero hoy todo va demasiado deprisa y no se detecta gran entusiasmo por Rajoy/Feijóo. Se acabó la Galicia que prosperaba. Nos esperan años de desolación. Los gobiernos ya no tienen fondos para la clientela. También se acabó la Galicia labriega, estoica y resignada. Nuestra pobreza es hoy suburbana. Gente que se pensaba de clase media volverá a hacerse consciente de su verdadera condición. Eso puede dar lugar a fenómenos de desestructuración y a un conflicto social del que Galicia apenas tuvo noticia en el pasado. Nada se presenta fácil.
El mejor activo del PP está, por supuesto, en su oposición. PSdeG y BNG son partidos escleróticos, decepcionantes, sin ideas, ni programa, ni gentes con merecimientos. Sus dos líderes -Vázquez&Vázquez- no compiten con Feijóo. Les falta talla y capacidad de empatía, carisma. No son líderes en absoluto, salvo dentro de estructuras aherrojadas. El PSdeG tiene mucho que cambiar para ser convincente. Pierde cuatro diputados y baja casi 13 puntos, sobre 300.000 votos. Un desastre. Por lo de pronto, tiene en Caamaño, una vez decapitado Blanco por sus propias manos, su gran esperanza blanca. Fuera de él es difícil ver quién podría tener ideas y atractivo. De hacerse con las riendas tendría que airear la casa y rodearse de un equipo cualificado.
La crisis del BNG no es solo electoral. Es histórica. No ha sabido defender la autonomía, en la que nunca creyó, y ahora puede contemplar cómo Galicia es sacrificada en el altar de la recentralización impulsada por la caverna. Su impotencia ante el futuro Decreto de Nueva Planta es producto de muchos factores pero uno brilla con más fuerza: su sectarismo. Si no recompone su campo de un modo radical, puede quedar reducido al margen. Conserva los dos diputados y en ese sentido puede emitir un suspiro de satisfacción pero su pérdida de votos muestra su incapacidad para capitalizar la abstención socialista. Hasta EU, que alcanza casi el 5% de los votos, puede arrinconarlo. El BNG es un partido que Galicia necesita, pero el infierno está empedrado de cadáveres imprescindibles.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.