Del gradualismo al rescate
El acuerdo es bueno para Europa y para España, pero el camino a recorrer es arduo
A estas alturas de la crisis financiera, con el rescate de nuestro sistema financiero en marcha, es conveniente intentar comprender lo ocurrido, aunque solo sean las grandes líneas, a partir de las actuaciones del Banco de España y la más reciente del Gobierno.
Empecemos por la autoridad monetaria. La crisis financiera que comenzó en 2007 conoció un notable agravamiento en el otoño de 2008 con la quiebra de Lehman Brothers. Los Gobiernos europeos y el norteamericano reaccionaron con rapidez inyectando fondos públicos en los bancos en dificultades para reforzar su solvencia. Se trató, esencialmente, de aportaciones de capital que posteriormente se recuperaron o han comenzado a recuperarse.
La política que se puso en práctica en España fue la de corregir gradualmente los desequilibrios financieros pensando que el crecimiento económico permitiría absorber la morosidad que se avecinaba
En España, la política seguida fue diferente. Partiendo de la base de que nuestro sistema financiero era solvente y estaba bien capitalizado, se pensó que bastaría con las provisiones existentes (superiores a las de la mayoría de los bancos de otros sistemas financieros) y que, en caso de necesidad, estas podrían aumentarse. Como no se ha producido un debate sobre la política seguida para hacer frente a la crisis financiera, no sabemos qué hipótesis se barajaron en aquellos momentos, pero es razonable pensar que la ausencia de exposición de los bancos españoles a los denominados activos tóxicos exteriores indujera en las autoridades monetarias un exceso de confianza cuyas consecuencias vivimos actualmente.
La tranquilidad oficial no podía durar mucho, pues el inevitable estallido de la burbuja inmobiliaria necesariamente tenía que fragilizar los balances de los bancos. Tampoco se dijo que la necesidad de recurrir al ahorro exterior como consecuencia de la acumulación de los desequilibrios de la balanza por cuenta corriente (que llegaron a alcanzar el 10% del PIB) obligaba a los bancos a buscar ingentes cantidades de recursos en el exterior, lo que constituía un factor suplementario de riesgo para la estabilidad de sus balances, especialmente para los que solo operaban en el interior de nuestras fronteras, y muy especialmente para las cajas de ahorros.
La política que se puso en práctica fue la de corregir gradualmente los desequilibrios financieros pensando tal vez que el crecimiento económico permitiría absorber poco a poco la inevitable morosidad que se avecinaba, especialmente la inmobiliaria. Se trataba de una apuesta apoyada en la hipótesis de que la burbuja inmobiliaria de deshincharía gradualmente. Dicho de otra manera, y por utilizar una expresión en boga aquellos años: se pensaba que el aterrizaje sería suave.
A lo largo de los primeros meses de este año, se tomaron medidas que, a pesar de ir en el buen sentido, pronto se revelaron insuficientes
Pero no fue así. De la desaceleración económica pasamos a la recesión, y con ella deberían haberse terminado los sueños del gradualismo. Se inició tardíamente un proceso de reestructuración de las cajas de ahorros, pero el Banco de España no pudo, o no supo, vencer los obstáculos que los responsables políticos regionales opusieron a su acción. En algunos casos se pusieron en marcha fusiones que desde el principio parecían inviables. Solo en unos pocos casos fue acertado el diseño.
Hay que recordar que la confianza es un elemento básico del funcionamiento del sistema financiero. Esta es la razón por la cual en otros países la intervención pública fue rápida y masiva. Baste con recordar los 750.000 millones de dólares aportados por el Tesoro norteamericano para superar la crisis.
Pero hemos tardado en aprender esta lección. A lo largo de los primeros meses de este año, y para hacer frente a la creciente desconfianza hacia nuestro sistema financiero, se tomaron medidas que, a pesar de ir en el buen sentido, pronto se revelaron insuficientes. Se aumentaron las provisiones, se movilizaron los fondos de garantía de depósitos y se estimaron las pérdidas potenciales del conjunto del sistema muy por debajo de lo que constituía el consenso de los mercados. Por último, el caso de Bankia nos puso al borde del abismo al anunciarse una ayuda de 19.000 millones de euros apenas unos días después de haberse anunciado que con 7.000 millones sería suficiente.
Al final ha habido que reconocer que el gradualismo para resolver problemas de confianza en el sistema financiero no es el mejor método y hemos tenido que pedir una línea de crédito de 100.000 millones de euros a nuestros socios de la eurozona para intentar recuperar la confianza perdida.
Al final ha habido que reconocer que el gradualismo para resolver problemas de confianza en el sistema financiero no es el mejor método
Aparentemente, el Gobierno ha acertado en esta última etapa, pues ha conseguido que el rescate planteado se limite al sistema financiero y que las condiciones no afecten, o lo hagan solo indirectamente, a la política macroeconómica. Desde esta perspectiva, la diferencia con lo sucedido en otros países es sustancial, por lo que inmediatamente se han producido reacciones: unas, pidiendo condiciones similares a las de España, y otras, interpretando las condiciones de la ayuda de manera restrictiva. El apoyo de Francia y Alemania ha sido esencial, pero no hay que olvidar que los bancos de cada uno de los dos países tienen riesgos contraídos con España superiores a los 150.000 millones de dólares. Lo más importante es que, a pesar de todo, la integración financiera de la Eurozona ha dado un significativo paso adelante.
Según el documento del FMI que ha precipitado el rescate, el 70% del sistema financiero español no tiene mayores problemas, concentrándose estos en el 30% restante, formado mayoritariamente por cajas de ahorros cuya administración se vio muy influida por criterios políticos y cuyos balances están sobrecargados de activos inmobiliarios de escaso valor. Llevará algún tiempo su saneamiento, pero al final tendrá que producirse. El préstamo, como es sabido, se instrumentará a través del FROB y no tendrá consecuencias directas sobre el déficit público, pues se contabilizará como deuda. Quedan, sin embargo, por definir dos aspectos esenciales: el tipo de interés que habrá que pagar y la duración del préstamo. Una parte del dinero inyectado se recuperará con el tiempo, por lo que el quebranto para el sector público será bastante menor que el que indique la cifra de ayuda que finalmente se retenga, como ha ocurrido por doquier y como ya ocurrió en nuestro país hace años.
Desde la perspectiva europea, el acuerdo del sábado es muy importante, pues constituye un paso decisivo hacia la creación de una unión bancaria entre los países de la Eurozona. El que haya sido el Eurogrupo el que haya tomado la decisión es también significativo, pues la unión monetaria solo será viable en el medio y largo plazo si además de la financiera se produce una unión fiscal, por la que aboga Alemania, y que sería el otro pilar, junto con el Banco Central Europeo, en el que se asiente la Unión. Buenas noticias para España y buenas noticias para Europa. Pero el camino que queda por recorrer es arduo, como lo demuestran las primeras reacciones de los mercados: esperemos que esta vez hayamos aprendido las lecciones y que podamos mirar hacia el futuro con mayor tranquilidad.
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