La parte del César
Grecia ha sufrido mucho por la austeridad, pero las políticas que llevaron a la crisis son más culpables
Aestas alturas no es una novedad para nadie el que Grecia camine al borde del abismo desde hace ya bastante tiempo, tras haber vivido durante largos años muy por encima de sus posibilidades. Los indicadores más claros de esta última afirmación son los desequilibrios acumulados en la década pasada por su sector público y su sector exterior, que alcanzaron respectivamente más del 77% y del 92% del PIB.
Vivir con una deuda pública del 176% del PIB —en su mayor parte en manos extranjeras— es un ejercicio cada vez más político, en la medida en que la deuda exterior de Grecia ha pasado de manos de particulares a manos de instituciones públicas. La realidad es que Grecia no es capaz de hacer frente a los vencimientos de la deuda sin la ayuda de sus acreedores, que ahora ya no son los bancos sino los Gobiernos de los países de la Unión Europea: para obtenerla debe aceptar una serie de condiciones que chocan frontalmente con las promesas que el partido actualmente en el poder, Syriza, hizo a lo largo de la última campaña electoral. Es indudable que la elección entre el incumplimiento de las promesas electorales y la suspensión de pagos no es sencilla, pero antes o después el Gobierno griego deberá decidirse por una u otra vía. El desfase, por no decir contradicción, entre el lenguaje político y la realidad económica deriva de las duras condiciones del ajuste por el que ha atravesado la economía griega, cuyo PIB cayó en casi un 30% entre 2007 y 2013, con un ligero repunte en 2014. El cansancio de quienes más han sufrido las consecuencias ha llevado al rechazo de los Gobiernos que intentaron, con mejor o peor fortuna, reconducir la situación. El populismo y sus soluciones milagrosas ha encontrado un terreno fértil en el sufrimiento de amplias capas de la población.
Un documento de trabajo de la OCDE publicado el año pasado, cuyo avance de conclusiones recoge en parte el excelente informe que realizó este organismo sobre Grecia en 2013, intenta aclarar qué parte del aumento de las desigualdades que se ha producido fue una consecuencia inevitable de la recesión y qué parte se debió a la política económica instrumentada para hacerle frente. Para ello, la metodología utilizada ha consistido en hacer microsimulaciones sobre lo que habría pasado si no se hubieran tomado medidas o si la actividad económica hubiera permanecido estable, comparándolas con lo realmente sucedido.
En primer lugar, y por lo que se refiere a las consecuencias de la crisis y a las desigualdades, el informe constata que el índice de Gini, que mide el grado de desigualdad (cuanto más alto, más desigualdad), pasó del 0,351 en 2009 al 0,368 en 2012 y que la tasa de pobreza relativa (el porcentaje de ingresos que se encuentra por debajo del 50% de la mediana de rentas) pasó del 13,6% al 15,2% de la población. Es indiscutible pues que la situación social se deterioró seriamente en Grecia a lo largo de esos años y es muy probable que el deterioro haya continuado hasta el presente a pesar del ligero crecimiento del PIB en 2014. El aumento fue mayor entre los hombres que entre las mujeres y mayor también entre los jóvenes que entre los viejos. En estos dos últimos grupos llama la atención el fuerte aumento entre los más jóvenes (del 14,3% al 19,8% entre los menores de 17 años) y la disminución de los mayores de 65 años (del 18,1% al 10,9%).
Esta evolución merece algún comentario. En Grecia, el porcentaje del PIB dedicado a las pensiones en 2013 era uno de los más altos de los países industrializados (13%), contando con una tasa de sustitución (el porcentaje que representa la pensión sobre el último salario) relativamente elevada que alcanzaba en 2013 el 64%, frente a la media de la OCDE del 57,9%. Tanto los empleados públicos como los de la banca se libraron de caer en la pobreza en esos años (el índice permaneció estable en el 0,1%).
A la pregunta de quién fue el responsable último del deterioro, la recesión o la política económica, el estudio concluye que la mayor parte del deterioro en esos años fue debido a la recesión y que la política económica más bien palió sus consecuencias. En 2010 y 2011 las medidas económicas redujeron el índice de desigualdad, mientras que la recesión lo aumentó. En 2012 tanto las medidas como la recesión aumentaron las desigualdades.
Un análisis más fino de las consecuencias de las medidas refleja los efectos positivos sobre la redistribución de la imposición directa, de la reducción del sueldo de los funcionarios y del impuesto especial de solidaridad sobre los pensionistas, constatando asimismo la incidencia regresiva del aumento de la imposición sobre los trabajadores autónomos, de la reducción de las prestaciones de desempleo y del impuesto especial sobre la propiedad inmobiliaria en 2011.
Es cierto que tanto la metodología como las causas últimas determinantes de la crisis son discutibles, pero el estudio constituye un intento serio para entender los mecanismos que agravaron o paliaron las desigualdades en un periodo tan convulso como el vivido por la economía y la sociedad griega en estos últimos años. Los instrumentos con que contaban las autoridades para hacer frente a la crisis eran bastante limitados ya que, si se excluyen las pensiones y la sanidad, el porcentaje del PIB dedicado al bienestar social representaba en 2009 algo más del 4% del PIB en Grecia, frente al 9% de Francia o España.
El ajuste impuesto a Grecia ha sido, sin duda, muy duro, pero hay que tener en cuenta que los acreedores aceptaron una quita de su deuda, que los Gobiernos de los otros países de la Unión Europea se han hecho cargo de una parte importante de esta (transfiriéndola así a sus ciudadanos) y, por último, que los plazos del ajuste se han alargado con el paso del tiempo. Naturalmente, si Alemania hubiera practicado una política más expansiva todos estaríamos mejor, a lo que los alemanes responden que en tal caso es muy probable que no se hubieran llevado a cabo las reformas que los países más endeudados necesitaban emprender y que han comenzado a llevar a cabo, especialmente en Irlanda, España y Portugal.
Pero también podemos preguntarnos si no habría sido mejor para todos actuar preventivamente: Grecia entró en la Unión Monetaria falseando sus cifras macroeconómicas y nadie dijo nada entonces. El desequilibrio de sus cuentas públicas y el desequilibrio exterior alcanzaron una envergadura tal que, con crisis o sin ella, Grecia habría tenido que hacerles frente mucho antes de lo que lo hizo. Pero la aparente y frágil prosperidad cegó a unos y otros. Nadie quería poner fin a la fiesta y ahora pagan todos, justos y pecadores. Y dadas las nuevas perspectivas de menor crecimiento mundial, lo más probable es que esta situación dure bastante tiempo.
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