El poder de la sangre
El nuevo director del Instituto de la Empresa Familiar, Marc Puig, reivindica el papel de este tipo de compañías y pide más apoyo al Gobierno para superar la crisis
Desde lo alto de la torre que lleva su nombre en L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona), el empresario Marc Puig, presidente ejecutivo de la multinacional de moda y fragancias Puig y recién nombrado director del Instituto de la Empresa Familiar (IEF), hace balance de los cinco meses que han pasado desde que comenzó el estado de alarma por la pandemia. “Esto ha sido como un tsunami y las empresas han sido como las casas frente a él: las que tenían buenos fundamentos y habían diversificado han podido resistir un poco, a las que no, les ha pasado el tsunami por encima”, razona. El coronavirus ha dejado heridas profundas en el tejido empresarial español, que ya se prepara para una nueva oleada de rebrotes. Puig, que lidera la tercera generación en la compañía que fundó su abuelo, reivindica el papel de las empresas familiares como garantes de la estabilidad, los planes a largo plazo y la fidelidad con el territorio, y sitúa estos valores como indispensables para hacer frente a la crisis.
“Está demostrado: después de la crisis de 2008, las empresas que más mantuvieron la ocupación fueron las familiares. Porque el objetivo es el largo plazo, dejar algo más a la siguiente generación, y esto se nota en cómo cuidan las empresas a sus clientes, la fidelidad”, argumenta el empresario. Puig fue elegido director del IEF a principios de marzo, cuando la covid-19 era todavía algo lejano. Fue nombrado a principios de junio, en un escenario económicamente deprimido tras el paso del confinamiento y la caída de la actividad. Puig analizó el papel de la empresa familiar en una entrevista en la que también participó Ferran Rodés, presidente de Rebold e hijo del primer director del IEF, y a la que se unió telefónicamente Francisco Riberas, presidente ejecutivo de Gestamp y predecesor de Puig en el lobby familiar.
La empresa familiar en España, según los datos del IEF, representa el 89% del tejido empresarial con 1,1 millones de compañías. Crean el 67% del empleo privado y son responsables del 51% del PIB del sector privado. El IEF, con 100 socios y 1.400 empresas asociadas, representa a un grupo cuyos socios suman una facturación comparable al 17,5% del PIB. “La empresa familiar es muy potente, y su filosofía coincide con muchos de los movimientos para repensar el capitalismo, pero no siempre se conoce lo que hacen”, explica Puig.
El instituto impulsó una campaña bajo el lema “Damos la cara”, en la que empresas familiares de toda España, desde las más pequeñas hasta gigantes como Puig, explicaban en un vídeo en qué consiste su actividad y cuáles son sus valores. “Muchos empresarios y trabajadores echábamos de menos un movimiento para intentar poner en valor las empresas. Son las más comprometidas durante las crisis pero, sin embargo, parece que en la sociedad y parte de la política se ve como algo negativo”, analiza Riberas. La campaña, explica Rodés, “ha sido de abajo hacia arriba, el instituto solo ha vehiculado las ganas que tenía la gente de explicarse”, y ha cosechado ya 11 millones de usuarios únicos.
La campaña, explica Riberas, surgió también como una reacción positiva ante una crisis que durará unos años y ya ha impactado con fuerza en algunos sectores. La mitad de las empresas consultadas en una encuesta del IEF asegura que solo puede aguantar en esta situación seis meses más. “El golpe de la pandemia depende de cada sector, del tamaño de la empresa, de cómo te haya encontrado en términos de liquidez y solvencia”, explica el presidente de la multinacional de componentes para la automoción, que como toda esta industria, ha sufrido el parón de la actividad. “La inquietud de las empresas familiares ha sido la de la supervivencia, pagar las nóminas. Ahora que ya empiezan a funcionar las medidas y los créditos, la preocupación es mantener los puestos de trabajo y pensar en cómo aprovechar esta crisis como una oportunidad”, añade Puig.
Revisión de objetivos
En el caso de la multinacional de cosmética y perfumes, la pandemia ha obligado a revisar los objetivos. Puig alcanzó unas ventas de 2.029 millones de euros en 2019 y un beneficio de 226 millones. Su presidente ejecutivo se puso la meta de llegar a los 3.000 millones en 2025, pero si continúa la tendencia iniciada por la pandemia, tendrá que esperar. “En abril las ventas cayeron un 87% y en mayo un 75%. No prevemos una recuperación de las ventas hasta dentro de cuatro años”, admite Puig. Sin embargo, defiende que la compañía, como empresa familiar, superará el bache.
La empresa fue fundada en 1914 por Antonio Puig en Barcelona comercializando pintalabios y perfumes. Los cuatro hijos lideraron a partir de los años sesenta la internacionalización que ha llevado a la empresa a tener 26 filiales y a vender sus productos a más de 150 países. Puig ha conseguido convertirse en un grupo global con marcas propias o en exclusiva, como Carolina Herrera, Nina Ricci, Paco Rabanne o Gaultier. “La empresa familiar quiere construir un proyecto, dejar siempre algo más”, explica el presidente analizando la trayectoria de su compañía. “Está muy extendida la idea de que las empresas familiares duran tres generaciones, y eso es así porque las transiciones son muy lentas, mientras que en la empresa cotizada son cada cinco o siete años”, añade Puig. En su caso, se establecieron mecanismos de control y en el consejo solo hay dos miembros de la familia. “Una empresa familiar puede ser un referente para estudiar las transiciones”, destaca.
El lobby empresarial ha realizado ya una propuesta al Gobierno para que un ministro lidere un modelo de colaboración público-privada que gestione los fondos para la reconstrucción post-covid. “Tenemos que encontrar soluciones juntos, es cierto que en muchos aspectos no ha siempre sido así, pero ahora es el momento de que lo sea”, resume.
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