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¿Por qué España quiere que el hidrógeno circule por un nuevo gasoducto a Francia? (y los enormes problemas que eso conlleva)

El país busca una salida a corto plazo de su excedente de regasificación y una conexión a largo para colocar en Europa su energía renovable

MidCat proyecto
Centro transportador del gasoducto MidCat en Hostalric (Selva), donde quedó paralizado el proyecto de interconexión entre España y Francia.Toni Ferragut (EL PAÍS)
María Fernández

Hay una condición —una por encima de todas las demás— que España considera indispensable para desarrollar una nueva conexión gasista con Francia por Cataluña como alternativa al combustible ruso: que por esa tubería pueda viajar hidrógeno. De hecho, la infraestructura solo para gas natural, según cálculos de Enagás, costaría 225 millones frente a los 370 millones que se necesitan emplear para adaptarla al hidrógeno. ¿Por qué, si España apenas lo produce? (y menos el todavía anecdótico hidrógeno verde, que se genera sin emisiones). La respuesta está en las energías renovables y en el futuro.

Por partes: España tiene hoy una potente red de regasificadoras (seis en funcionamiento y la del Musel, en Gijón, a un paso de entrar en servicio) que tradicionalmente han estado infrautilizadas. Pero la emergencia energética que se ha desatado en el continente está empezando a reactivar proyectos que se habían descartado (también los elevados precios los hacen atractivos).

Europa consume aproximadamente 500 bcm [millardos de metros cúbicos] de gas natural, 150 de ellos de procedencia rusa. Y como recordaba hace unos días el primer ejecutivo de Enagás, Arturo Gonzalo, podría aprovecharse la capacidad excedentaria de regasificación, de aproximadamente 20 bcm, para hacer llegar ese gas a mercados europeos de forma competitiva. Pero este gas fósil, a la larga, tenderá a desaparecer si se realiza una verdadera transición hacia fuentes renovables. Europa quiere ser neutra en emisiones en 2050 y ha empezado a incentivar el hidrógeno azul (que emite gases de efecto invernadero que se capturan y almacenan) y, sobre todo, el verde, que se obtiene mediante electrólisis, un proceso que aplica una corriente eléctrica para dividir el agua en hidrógeno y oxígeno. Si esa corriente procede de energías 100% renovables, el producto resultante es completamente limpio. Este es el punto donde el proyecto cobra más interés para el país.

España tiene sol y viento en abundancia (aunque poca agua). Ahora, además, tiene dinero de fondos europeos. La capacidad de generación eléctrica a partir de fuentes renovables (energía solar y eólica) crece y crece en el país, pero tiene el problema del almacenamiento cuando la red eléctrica no absorbe toda esa producción. El hidrógeno verde es una forma de almacenar y transportar energía generada a través de fuentes renovables, pero pese al entusiasmo generalizado, es enormemente costoso y su producción (por ahora) completamente ineficiente.

El hidrógeno verde es, para entendernos, energía eléctrica disfrazada pero muy cara: según la Agencia Internacional de la Energía, un kilo (que contiene unos 33 kWh) cuesta hasta cinco euros, mientras que el mismo kilo producido a partir de energía fósil no llega a 1,5 euros. Por eso el Gobierno aprobó a finales del año pasado un Perte de 16.300 millones para desarrollar tecnología, conocimiento y capacidades industriales en esta materia. Y por eso, tanto la iniciativa pública (desde el Centro Nacional del Hidrógeno en Puertollano) como la privada (con cientos de proyectos, como el Corredor vasco del hidrógeno liderado por Repsol-Petronor), están trabajando para construir una industria potente.

Después está la parte técnica, que persigue el objetivo de aprovechar la red de gas ya existente para adaptarla al hidrógeno. Ahora mismo y sin grandes inversiones, una proporción pequeña de hidrógeno puede circular por la tubería convencional de gas (hablamos de un 5% o un 10% como máximo). Aprovechar la red existente para que más porcentaje de hidrógeno fluya por el continente es otro tema. Una estimación de la Comisión Europea sobre las necesidades de inversión hasta 2030 apunta que se precisarán entre 50.000 millones y 75.000 millones de euros para electrolizadores, de 28.000 millones a 38.000 millones de euros para adaptar las tuberías internas de gas de la UE y de 6.000 millones a 11.000 millones de euros para almacenamiento. En los planes europeos está el objetivo de producir 10 millones de toneladas de hidrógeno renovable e importar otros 10 millones en 2030 a fin de sustituir el gas natural, el carbón y el petróleo en industrias y sectores del transporte difíciles de descarbonizar.

La oportunidad, con fondos europeos, es clara. ¿Qué puede salir mal? Lamentablemente, muchas cosas, como explica David Valle, ex director general de Industria, Energía y Minas de la Comunidad de Madrid. “Desde el lado de la demanda de los países centroeuropeos, los clientes están preparados para gas natural, no para hidrógeno (verde o no). Las calderas de calefacción, las cocinas, los hornos industriales de diferente tipo, las plantas de ciclo combinado, y toda la red central y capilar de tuberías que llevan el gas hasta cada consumidor están pensados para gas natural, no para hidrógeno”. Su conversión sería, en su opinión, muy compleja y llevaría tiempo.

Del lado de la oferta, generar hidrógeno verde cuando hay exceso de generación eléctrica renovable plantea varios interrogantes: “Sería muy irregular, porque cuando es de noche o no hay viento, no habrá exceso de energía para destinarlo al hidrógeno. Para generarlo de forma masiva haría falta disponer de sistemas de almacenamiento y dedicar instalaciones renovables (solares o eólicas) de forma exclusiva a este uso. Además, harían falta un gran número de plantas de electrólisis. Y por último, necesitaría de un importante suministro de agua dulce limpia” en un país tendente a la sequía.

Del lado de la tecnología también hay muchos obstáculos, porque el hidrógeno afecta a las propiedades mecánicas “y especialmente a la resiliencia del acero (lo hace más frágil), por lo que afectaría gravemente a las conducciones. Además, al ser la molécula más pequeña, presenta un nivel relativamente elevado de fugas”.

Y un obstáculo quizá mayor esté en los despachos, como apunta Verónica Rivière, presidenta ejecutiva de Gas Industrial, que durante mucho tiempo pidió más interconexión con Francia para dar uso a las infraestructuras españolas. “Habría que reforzar toda la red francesa para suministrar al norte de Europa”, recuerda. ¿Lo hará el país vecino? “Lo que sé es que Francia va a potenciar sus propias regasificadoras. Alemania va a construir otras dos en su territorio… a ver qué pasa. Alemania debería comprometerse por contratos a largo plazo a vehicular ese gas atravesando los Pirineos”.

Quizá la apuesta no tenga mucho sentido a corto plazo, pero aprovechar el momento puede ayudar a que España deje de ser una isla energética y se convierta en exportadora de energía. Eso que tanto necesita el continente en tiempos de guerra.

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Sobre la firma

María Fernández
Redactora del diario EL PAÍS desde 2008. Ha trabajado en la delegación de Galicia, en Nacional y actualmente en la sección de Economía, dentro del suplemento NEGOCIOS. Ha sido durante cinco años profesora de narrativas digitales del Máster que imparte el periódico en colaboración con la UAM y tiene formación de posgrado en economía.

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