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Alemania y Finlandia: las dos caras de la nuclear en Europa

El cierre de las últimas centrales germanas coincide en el tiempo con la apertura, miles de kilómetros al norte, del segundo reactor en suelo europeo en década y media, tras años de retrasos y sobrecostes

Finlandia
Vista aérea de la central nuclear de Olkiluoto (Finlandia), ya con el nuevo reactor incorporado al complejo.TAPANI KARJANLAHTI (AFP)
Ignacio Fariza

La casualidad ha querido que el apagado de los últimos reactores atómicos en la mayor potencia económica de los Veintisiete —Alemania— coincida exactamente en el tiempo con la apertura de uno nuevo, el segundo en más de 15 años en toda la UE, en otro socio muy expuesto a la energía rusa: Finlandia. Ambos países encarnan hoy a la perfección las dos visiones contrapuestas del Viejo Continente sobre una fuente de electricidad que es, también, origen inagotable de controversia: nuclear sí o nuclear no.

El calendario no ha podido ser más caprichoso. Casi 12 años después de que el Gobierno de Angela Merkel tomase la decisión de dejar atrás la energía atómica —a raíz del accidente de Fukushima—, el pasado sábado se desconectaban de la red y pasaban a mejor vida Isar 2 (Baviera), Neckarwestheim 2 (Baden-Würtemberg) y Emsland (Baja Sajonia). Unas horas después, ya de madrugada, se inauguraba —2.000 kilómetros al norte, y con casi década y media de retraso— el mayor reactor del continente: Olkiluoto 3; 1,6 gigavatios (GW) de potencia; y capaz de suministrar por sí solo la séptima parte de la demanda eléctrica finlandesa.

La puesta en marcha del reactor finlandés ha sido todo menos un camino de rosas. Tanto por la demora —14 años: su construcción empezó en 2005 y debería haber concluido en 2009— como por los sobrecostes —la factura final rondará los 11.000 millones de euros, tres veces más de lo inicialmente estimado—. Sin embargo, el giro político en el país nórdico, con el regreso al poder de los conservadores, augura nuevos proyectos en los próximos años: la atómica, a tenor de lo que deslizaba durante la campaña electoral el favorito para convertirse en primer ministro, Petteri Orpo, debería ser “la piedra angular de la política energética” finlandesa.

La brutal sacudida energética, agravada por la invasión rusa de Ucrania, ha reabierto en los últimos tiempos el debate sobre el papel futuro de la nuclear en Europa. La propia a Alemania retrasó cuatro meses la clausura de sus reactores en plena tormenta energética, y varios partidos políticos (entre ellos, la CDU de Merkel, de centroderecha) han virado respecto a su postura original. Fuera, la Agencia Internacional de la Energía (AIE, el brazo energético de la OCDE) se ha erigido en uno de los principales defensores de los reactores en una matriz cada vez más dominada por las renovables: “El momentum para este tipo de energía está creciendo en muchos países, dado el incremento de precio de los combustibles y las crecientes preocupaciones sobre la seguridad [de suministro]”, escribían los técnicos del organismo en un informe publicado el verano pasado.

“Si Alemania cierra los reactores no es tanto por un tema económico ni climático, sino más bien ideológico: se teme más a un posible accidente nuclear o a los residuos que al ya existente calentamiento global”, apunta por teléfono Alejandro Zurita, ex jefe de cooperación internacional de investigación nuclear de Euratom. “Me parece poco racional cerrar centrales que llevan décadas operando de manera segura y que contribuyen a frenar la liberación de CO₂ a la atmósfera”.

Aunque la expansión de la eólica y la fotovoltaica sigue una trayectoria imparable en el país más poblado de Europa, a corto plazo las fósiles tendrán que rellenar parte del hueco dejado por las nucleares (el 6% de la electricidad producida en 2022) en varios momentos del día. El carbón, de largo la tecnología más contaminante y responsable aún de la tercera parte de la generación, tendrá que desaparecer del mapa en 2038.

En contraposición con Alemania, cuando Finlandia decidió construir este reactor, a principios de la década de los 2000, su Parlamento “lo justificó con dos argumentos aún vigentes: independencia energética y cumplimiento de su límite de emisiones”, añade Zurita. “Hay que limitar los combustibles fósiles desarrollando las energías renovables rápidamente, pero sin renunciar a la producción eléctrica nuclear”.

No lo ve así el consultor y ambientalista Mycle Schneider, autor de uno de los informes anuales más completos sobre el estado de la nuclear en el mundo. “Lo que hemos visto en Alemania no es más que una versión suave y planificada, aunque también acelerada, de una tendencia europea: el declive de la industria nuclear”, escribe por correo electrónico. “Nos enfrentamos a un cierre progresivo: la tasa de renovación es demasiado pequeña para garantizar su supervivencia”.

En los 30 últimos años, como recuerda el experto alemán afincado en París, los países de la UE han conectado 16 reactores, han cerrado 47 y solo han iniciado la construcción de dos: el de Flamanville 3 (en Francia, que también acumula severos retrasos y sobrecostes) y el citado de Olkiluoto 3. “Desde que se empezaron a construir estas instalaciones, el coste de la energía solar [fotovoltaica] se ha hundido un 90% y el de la eólica, un 70%. Es sencillamente imposible que una central nuclear pueda operar a esos costes”, recuerda. En ese periodo, la solar ha añadido 157 nuevos GW de potencia en los Veintisiete; la segunda, otros 175; y la nuclear ha restado 24 GW.

París y Berlín, el verdadero pulso de fondo

Al margen de la dicotomía entre los caminos de Berlín y Helsinki, el debate nuclear no deja de ser una pugna entre las dos grandes potencias continentales: Alemania —que cuenta con el respaldo sin fisuras de España y Austria— y Francia —con el apoyo de varios países del Este—.

La oposición de amplios sectores de la sociedad alemana a esta tecnología contrasta con el firme apoyo de las autoridades —y de la calle— en la orilla oeste del Rin. No solo por su enorme dependencia —incluso en un 2022 marcado por la epidemia de parones técnicos que ha asolado a muchas centrales, el 60% de la generación eléctrica francesa fue nuclear—, sino por la defensa de sus intereses económicos nacionales: de esa nacionalidad es Areva, uno de los grandes desarrolladores mundiales de centrales, y principal firma de ingeniería detrás de Olkiluoto 3. Con todo, el futuro de la energía nuclear no depende de Francia, de Alemania, ni de lo que ocurra en la UE: está más, más bien, en manos “de China, India, Corea del Sur y otros países emergentes”, cierra Zurita. Allí, su crecimiento sigue siendo más que notable.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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