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Draghi pide a Europa que conteste a la agonía de la globalización con más intervencionismo

El expresidente del BCE ultima el informe que la UE le ha encargado sobre la competitividad europea. Avisa de que la transición verde y tecnológica será costosa y que hará falta tolerar más inflación para financiarla

Christine Lagarde y Mario Draghi
El expresidente del BCE, Mario Draghi, junto a la actual presidenta del eurobanco, Christine Lagarde.KAI PFAFFENBACH (REUTERS)
Antonio Maqueda

La economía europea surca aguas procelosas. Afronta serios problemas de competitividad por los mayores costes de la energía, ha quedado rezagada en el campo de la innovación y la tecnología, y padece una crisis de modelo industrial. El horizonte puede incluso empeorar si Donald Trump gana las elecciones, impone medidas proteccionistas y deja a Europa desasistida en Ucrania. En este contexto preñado de malos presagios, la UE ha encargado al expresidente del BCE y ex primer ministro de Italia, Mario Draghi, que elabore un informe sobre la competitividad europea. Esta es la cuestión que preocupa ahora a las autoridades del continente.

Draghi ya ha avanzado algunas líneas de su trabajo, que se publicarán en junio, a los ministros de Finanzas de la UE. Y ha desarrollado sus argumentos en una intervención que hizo hace unos días en Estados Unidos ante la asociación de economistas de empresas. El discurso es rompedor en tanto que deja entrever la agonía de la globalización como se había entendido en las últimas décadas; defiende un mayor intervencionismo con ayudas a las empresas y una relajación de las reglas de competencia; prevé una mayor tolerancia con la inflación para financiar, por una parte, la transición verde y tecnológica y, por otra, hacer frente a los futuros shocks que se van a generar en un mundo sin los colchones de la globalización y en el que será más difícil salir de las crisis exportando. Aunque a largo plazo mejorarán la productividad, las inversiones verdes se hacen en general para sustituir fuentes de energía y no para mejorar el rendimiento de la economía. Estas son algunas pinceladas del diagnóstico que dibuja Draghi.

Los bancos centrales, la Comisión o los servicios de Competencia no podrán estar separados de los objetivos de la política europea. Aunque mantengan su independencia, tendrán que unir fuerzas con los gobiernos para servir los propósitos de esta. Subyace, por tanto, una cierta idea de que la política monetaria tendrá que flexibilizarse para que la fiscal pueda invertir. Hará falta mucho dinero y una capacidad fiscal común, advierte Draghi.

En todo caso, está por ver cómo reaccionan ante este discurso en los países halcones y en qué manera priman luego los intereses nacionales. La solidaridad de la pandemia puede haber sido una excepción, por más que Draghi alerte en contra.

Las expectativas sobre la globalización no se han cumplido, sostiene Draghi. Aunque sí que se ha sacado a mucha gente de la pobreza en los países emergentes, el modelo tenía, a juicio del expresidente del BCE, una debilidad fundamental: para sostenerse debería haber tenido reglas e instituciones que aseguraran el cumplimiento. Pero el compromiso de algunos de los mayores países ha sido ambiguo desde el comienzo y cualquier Estado podía decidir que no le interesaba ceñirse a las normas. Por ejemplo, China nunca notificó a la Organización Mundial de Comercio los subsidios de sus gobiernos regionales y locales.

Desequilibrios comerciales

Draghi recuerda que la globalización ha llevado a desequilibrios comerciales. En los países pobres trataron de proteger sus industrias en desarrollo. Asia intentó, tras la crisis de 1997, acumular superávits para disponer de reservas y evitar nuevas fugas de capital. China ha buscado independizarse de la tecnología y el capital de Occidente. Y para salir de la crisis del euro también se persiguió la acumulación de superávits comerciales. “En este caso a través de políticas fiscales procíclicas y equivocadas consagradas en nuestras normas que deprimieron la demanda doméstica y los costes laborales”, subraya el ex primer ministro italiano. En una situación donde los mecanismos de solidaridad de la UE eran limitados, Draghi concede que tenía lógica exportar. Pero el problema era que hasta Alemania lo hacía.

Estos superávits crearon a su vez unos excesos de ahorro que no se vieron igualados por una demanda mayor de capitales para invertir. La demanda de dinero era escasa y contribuyó a que los tipos de interés fueran muy bajos. Aun así, a través de políticas no convencionales, comprando deuda, los bancos centrales lograron activar la economía y el empleo. Pero la situación del mercado laboral no mejoró del todo. Los trabajadores perdieron capacidad de negociación, expone Draghi. Entre principios de los ochenta y el inicio de la crisis financiera, en las economías del G7 las exportaciones e importaciones de bienes aumentaron nueve puntos porcentuales, mientras que la participación de los salarios cayó seis.

Hasta el extremo de que una parte de la ciudadanía se ha quedado atrás en la globalización con importantes consecuencias políticas: “La globalización no solo falló a la hora de extender los valores liberales, [...] también ha debilitado a los países que han sido sus mayores defensores y ha alimentado las fuerzas proteccionistas. [...] La percepción en Occidente es que los ciudadanos estaban participando en un juego defectuoso, uno que deslocalizó millones de puestos de trabajo mientras los gobiernos y las empresas se mostraron indiferentes”, afirma Draghi. Y añade que ahora se reclama una distribución de los beneficios de la globalización y un mayor foco en la seguridad económica. Para conseguirlo, se espera un mayor activismo de los Estados aumentando el proteccionismo y la redistribución. Esta tendencia se ha visto reforzada por la pandemia y la guerra de Ucrania. Hemos asistido al resurgimiento de los bloques de naciones y a una relocalización de la producción buscando la seguridad de suministro.

Amanecer en el puerto de Algeciras.
Amanecer en el puerto de Algeciras.Alfredo Cáliz

Al mismo tiempo, la urgencia para responder al cambio climático ha llevado a iniciativas como la Inflation Reduction Act aprobada por Estados Unidos o la propuesta europea de un mecanismo de ajuste del carbono en frontera. Las dos dan prioridad a los objetivos climáticos a pesar de distorsionar el comercio, recalca Draghi.

Cambios a futuro

Y todo esto va a cambiar el escenario económico. Durante 30 años, explica Draghi, la globalización suponía un continuo shock positivo en la oferta, al incorporarse más trabajadores a la economías de mercado. Pero con China moviéndose hacia arriba en la cadena de valor, ya no habrá un proveedor global de mano de obra barata y masiva. En consecuencia, habrá más shocks negativos de oferta. No solo por conflictos geopolíticos. También por la necesidad de reestructurar las cadenas de suministro y descarbonizar las economías. El stock de inversiones se va a destruir más rápido de lo que se reemplaza con las nuevas inversiones porque estas son para sustituir las fuentes de energía contaminantes y parte del suministro que proporcionaba la globalización, no para mejorar a corto plazo la economía, dice. Si bien a largo plazo mejorarán la productividad, temporalmente se verá reducida la oferta agregada mientras los recursos se redirigen de unas actividades a otras.

A su vez, la política fiscal tendrá que desempeñar un papel más importante para redistribuir, hacer las inversiones y estabilizar la actividad ante shocks, tal y como ya se ha visto en la crisis energética con las ayudas que se han dado a los colectivos más afectados. Sobre todo porque la política monetaria tarda y es demasiado generalizada, recuerda el expresidente del BCE.

Todos estos factores llevarán a un entorno de crecimientos más bajos mientras se completa la transición y en un contexto de mayor inflación por los costes de dicha transición y los déficits fiscales persistentes. Y ello sin que se puedan sostener grandes superávits comerciales como antes. En consecuencia, los ahorros globales bajarán, habrá menos dinero en circulación y el crédito se encarecerá. Es decir, se acabará la era de presiones a la baja en los tipos de interés.

Si persiste un crecimiento bajo y una deuda en niveles récord, la sostenibilidad de las finanzas públicas se verá afectada a la vez que aumentan las necesidades de inversión. En opinión de Draghi, semejante escenario requiere un cambio en la estrategia. Hace falta adelantar el gasto en inversión, una regulación financiera que apoye la relocalización de recursos y la innovación, y una política de competencia que facilite las ayudas de Estado. “Que la política fiscal tenga espacio suficiente como para cumplir con sus objetivos dependerá de cómo reaccionan los bancos centrales. [...] Independencia no significa separación y las autoridades pueden unir fuerzas para aumentar el espacio para las políticas sin comprometer sus mandatos, lo vimos durante la pandemia: las autoridades monetarias, fiscales y de supervisión bancaria se unieron para limitar el daño de los confinamientos”, dice.

Pero para ello Draghi pone dos condiciones: una, que haya una senda creíble de las cuentas públicas combinada con el foco en las inversiones y en preservar los valores sociales. Esta debe acompañarse de una capacidad fiscal europea, que emita deuda propia y que aumente la inversión conjunta aliviando las presiones sobre los presupuestos nacionales. Aumentar la capacidad de suministro llevaría a menos inflación. Y en tanto que se invierta a nivel europeo, habría una senda de consolidación más comprometida y esta estrategia no sería inflacionaria, argumenta.

La segunda condición es que en la medida en que las autoridades establezcan sendas fiscales creíbles, los bancos centrales deberían guiarse por las expectativas de inflación y distinguir entre subidas de precios permanentes y temporales. Es la mejor vía para asegurar que los bancos centrales pueden contribuir a la estrategia sin comprometer su independencia. “Necesitamos espacio para invertir en las transiciones y elevar la productividad”, concluye Draghi. En definitiva, el expresidente del eurobanco reclama una situación de excepcionalidad para atajar la transición verde y el retraso tecnológico. Su informe generará debate en un momento en el que además las cuentas públicas francesas e italianas presentan importantes números rojos.

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Sobre la firma

Antonio Maqueda
Periodista de la sección de Economía. Graduado en Periodismo en la Universidad de Navarra y máster por la Universidad de Cardiff, ha trabajado en medios como Cádiz Información, New Statesman, The Independent, elEconomista y Vozpópuli.
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