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No solo los universitarios se van de Erasmus (+)

Gracias a este programa de becas, los alumnos de Formación Profesional pueden acceder a prácticas laborales en empresas de otros países europeos

Daniel Briega, de 20 años, a las puertas de la empresa donde hizo sus prácticas Erasmus en Cork (Irlanda), y donde ahora trabaja como empleado.
Daniel Briega, de 20 años, a las puertas de la empresa donde hizo sus prácticas Erasmus en Cork (Irlanda), y donde ahora trabaja como empleado.D. B.
Nacho Meneses

Es bastante probable que, cuando Elena Olaya Vega comenzó sus estudios de Psicología en la Universidad Autónoma de Madrid, en 2011, no se le pasara siquiera por la cabeza que 13 años después estaría realizando unas prácticas laborales de carpintería en Copenhague. Pero lo cierto es que, cuando se dio cuenta de que no le llenaba, tras apenas tres años de profesión, esta madrileña de orígenes astures se puso manos a la obra hasta que por fin encontró su camino en el más improbable de los lugares: la ebanistería. Así comenzó una doble titulación de grado medio de FP (en Carpintería y Mueble e Instalación y Amueblamiento) que le llevaría a donde está ahora, a unas prácticas de empresa en el marco de las becas Erasmus+. Y más feliz que nunca.

“Hubo un momento en que me di cuenta de que trabajar con personas desgastaba bastante, que era muy precario y no se cuidaba a las personas que trabajaban con otros: ni a psicólogos, ni a cuidadoras, educadoras sociales o enfermeras”, explica en conversación telefónica. Por eso, cuando se dio cuenta de quería trabajar con las manos, fue solo cuestión de tiempo. A Erasmus+ llegó movida por un deseo de salir de Madrid y de aprender a hacer muebles, probablemente, en el entorno rural: “Las carpinterías se están quedando sin gente y necesitan un relevo generacional. Además, todo lo relacionado con la carpintería de armar (estructuras de casas) y la bioconstrucción me interesa un montón”, asegura. Participar en este programa le está permitiendo crecer a nivel personal y profesional y descubrir otras formas de hacer las cosas, pero también a desarrollar su capacidad crítica y ampliar el abanico de posibilidades a su alrededor.

Como Olaya, miles de estudiantes y docentes de FP, conservatorios profesionales y organizaciones que imparten certificados de profesionalidad se benefician cada año de las becas de movilidad europea Erasmus+, que a partir de 2014 pasaron a abarcar mucho más que la educación universitaria y que en 2024 han permitido la realización de 15.317 movilidades en el ámbito de la Formación Profesional, repartidas entre estudiantes, recién titulados y profesorado.

Elena Olaya Vega, en el taller de carpintería de Copenhague donde hace sus prácticas.
Elena Olaya Vega, en el taller de carpintería de Copenhague donde hace sus prácticas.

Erasmus+ y la Formación Profesional

Antes de que se fusionaran en un mismo programa, las becas de movilidad europea para FP se conocían con el nombre de Leonardo Da Vinci. Y, aunque ahora compartan nombre, se diferencian de los Erasmus universitarios en dos aspectos fundamentales: el perfil de los estudiantes, mucho más variado, y la naturaleza de la movilidad, porque estas no son de estudio, sino de prácticas de empresa. “El rango de personas que se mueven en el ámbito de la FP es enorme, desde menores de edad que cursan una FP Básica hasta alumnos de conservatorios profesionales de música o danza y personas de hasta 60 años que están haciendo certificados de profesionalidad a través de Ayuntamientos o centros de FP”, explica María Gómez Ortueta, directora de la Unidad de Formación Profesional Erasmus+ en la Agencia Nacional SEPIE. “Además, el 99 % de la movilidad es para hacer prácticas y tener una experiencia en el mercado laboral que puede ser parte integral de su currículo o llegar en el año inmediatamente posterior a haberse titulado, cuando todavía pueden hacer una Erasmus”, añade.

Es además importante señalar que, cuando se trata de estudiantes de FP Básica o de Grado Medio, la dotación económica de estas becas es mucho mayor (alrededor de 1.600 euros mensuales, aunque depende del país). Una diferencia que, esgrime, se explica fácilmente: “Muchos de estos jóvenes son menores de edad, y se sobreentiende que viven en casa de sus padres. Eso hace que, por un lado, necesiten un apoyo económico mayor. Pero es que además se trata de movilidades más cortas, con lo cual los alojamientos son mucho más caros, porque no es lo mismo alquilar un piso que irte a un sitio nuevo un mes o mes y medio. Y hay veces que las movilidades son incluso más cortas, de dos semanas, y el alquiler, si cabe, aún más oneroso”.

El impacto de estas becas en el futuro de los estudiantes queda fuera de toda duda, a juicio de todos los actores involucrados en el proceso. Por un lado, porque muchos de quienes participan en este tipo de movilidad continúan después sus estudios, según un estudio encargado por la Comisión Europea. Su inmersión en el mercado laboral es más rápida y mejor (es decir, reciben salarios más altos) que quienes no han hecho una Erasmus. Y porque, gracias a ellos, se produce un gran refuerzo en la autoestima de los jóvenes, que experimentan un gran crecimiento personal y profesional.

Falta de mano de obra cualificada

¿Qué es lo que lleva a empresas de otros países a buscar becarios procedentes de otros lugares de Europa? La explicación, para Gómez Ortueta, radica en la altísima demanda que hay en todo el mundo de estudiantes de Formación Profesional: “Faltan en las empresas, en el tejido empresarial, en las obras de construcción... Cualquier mano de obra cualificada de este tipo es muy, muy valorada. Y también porque muchas veces sirve de captación para quedarte con ellos a largo plazo”. Así, añade, hay numerosos casos de estudiantes que acabaron asentándose en otros países incluso abriendo sus propios negocios: “Tenemos chicas que han montado su propia peluquería, un chico que acabó trabajando en una prestigiosa floristería de Londres y gente del ámbito de la construcción que han terminado quedándose en Italia o en Francia”.

Es, por ejemplo, el caso de Daniel Briega, un joven de 20 años que, tras completar un ciclo de Grado Medio en Sistemas Microinformáticos y Redes en el CES Lope de Vega, en Córdoba, viajó a Cork, en Irlanda, a hacer unas prácticas de tres meses que luego se transformaron en un contrato laboral: “Personalmente, me ha aportado mucha madurez y ganas de seguir aprendiendo cosas, y estamos muy bien porque, además, aquí se cobra el doble que en España”, señala. “A mí me limitaba un poco el tema del inglés porque, aunque sabía algo, no podía mantener conversaciones. Pero, al tener que usarlo todo el día, al final se te queda”, argumenta. Se muestra lógicamente satisfecho y recomienda estas becas “porque no todos tienen la oportunidad de trabajar en otro país, que te busquen la empresa y el alojamiento, aprender inglés.... La gente lo ve complicado porque estás mucho tiempo alejado de tu familia, pero compensa y mucho”.

Se trata de movilidades que, en algunos casos, vienen facilitadas por organizaciones de apoyo que facilitan este diálogo necesario entre empresas y centros de FP, e incluso a través de plataformas online. “Y luego es interesante resaltar un fenómeno que ocurre en muchos gremios europeos: el compromiso social de enseñar a los que vienen por detrás igual que a ti te enseñaron cuando estabas en esa situación”, recuerda Gómez Ortueta.

La de Erasmus+ no es, sin embargo, la única vía de movilidad europea para quienes estudian (o han estudiado) una FP en España. Y es que también pueden beneficiarse de las becas Vives que otorga el ICEX y que el organismo público pone a disposición tanto de graduados universitarios como de titulados de grado medio o superior de FP. Con ellas, podrán solicitar prácticas de 3 a 12 meses en empresas españolas con presencia en el exterior, que cuentan con una dotación económica que oscila entre los 21.000 y los 50.000 euros.

Erasmus+, unas becas abiertas a la inclusión

El crecimiento personal y profesional que caracteriza a las estancias (académicas o laborales) en el extranjero se acentúa aún más cuando se trata de un alumnado con necesidades especiales. De hecho, la propia convocatoria de Erasmus+ contempla, para 2024, una reserva de algo más de 221.000 euros para ayudas de apoyo a la inclusión. Para alumnos como José Luis Martínez, que con 28 años cursa el último año de un Programa Formativo de Cualificación Básica Adaptada en Operaciones Básicas de Restaurante y Bar en el Centro de Educación Especial Raquel Payá, en Denia (Alicante). José Luis completó sus prácticas en un restaurante ubicado en Finlandia donde les enseñaron a montar mesas y a limpiar, entre otras tareas.

“En nuestro caso, el objetivo de las experiencias internacionales es que el alumnado se convenza de sus posibilidades de desarrollar su propia autodeterminación” gracias a un programa de convivencia con los alumnos y con los profesionales como acompañantes, explica Miquel Ivers, director del centro. Personas cuyo rol “es el de proporcionar seguridad y favorecer progresivamente la toma de unas decisiones que van desde el cuidado de la imagen e higiene personal, hasta saber cómo emplear su tiempo libre o realizar correctamente su trabajo”, añade. Se trata de facilitar su empoderamiento individual alejados de su entorno habitual, donde los roles están muy preestablecidos.

“Cuando toda tu vida ha sido un no llegar a los mínimos, donde siempre has quedado atrás y en prácticamente todos los casos has sido objeto de burlas, acabas por convencerte de que no vales”, señala Ivers. De ahí que llegar a ser protagonistas de una experiencia extraordinaria, como es irse a vivir y trabajar en otro país durante dos semanas, tenga una importancia vital para su propio desarrollo.

Movilidad docente y cooperación internacional

Además de la movilidad estudiantil, Gómez Ortueta resalta la importancia que en el ámbito de la Formación Profesional tienen las estancias del profesorado en el extranjero. De ello, de hecho, es prueba el que casi un tercio de las más de 15.000 becas Erasmus+ de FP de 2024 correspondan a docentes. Profesores que, por ejemplo, visitan organizaciones o centros homólogos de otros países, donde observan ideas o prácticas interesantes que luego poder implementar de vuelta en su centro de origen.

La cooperación internacional, sin embargo, no se limita a las becas de movilidad. Así, por ejemplo, la Asociación Andaluza de Centros de Enseñanza de la Economía Social (ACES Andalucía) lidera desde 2022 ETSE Goals, un proyecto Erasmus K2 de cooperación educativa que desarrollan en colaboración con socios de Francia (Pistes Solidaires), Bulgaria (Varna Economic Development Agency) y Grecia (JOIN4CS). El objetivo, “desarrollar una formación específica para profesores de FP europeos que deseen incorporar los conocimientos sobre Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) a sus asignaturas sobre emprendimiento y economía social, a través de proyectos de aprendizaje-servicio”, explica Almudena Díaz, directora de proyectos de ACES Andalucía.

Una formación que está a punto de concretarse en un MOOC (curso gratuito online) que consta de cuatro módulos: en el primero se adquirirán conocimientos básicos sobre economía social, aprendizaje-servicio y ODS, para poder establecer conexiones entre ellos que les permitan diseñar experiencias de aprendizaje significativas; en el segundo, los roles, actitudes y prácticas de los docentes; en el tercero, el cómo planificar y diseñar un proyecto de aprendizaje-servicio; y el cuarto, donde se definan las acciones clave para ejecutar un servicio social que los estudiantes realizarán en colaboración con una entidad social local.

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Sobre la firma

Nacho Meneses
Coordinador y redactor del canal de Formación de EL PAÍS, está especializado en educación y tendencias profesionales, además de colaborar en Mamas & Papas, donde escribe de educación, salud y crianza. Es licenciado en Filología Inglesa por la Universidad de Valladolid y Máster de Periodismo UAM / EL PAÍS
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