Acoso escolar: qué hacer cuando nuestro hijo es el que agrede
Trabajar con el menor responsable del acoso es fundamental para erradicar conductas inapropiadas y brindarle la ayuda que necesita. Muchas veces, el acosador también es víctima
“Mi propio hijo no era consciente ni se había dado cuenta de que estaba haciendo acoso a uno de sus compañeros”, dice la madre de un menor de 14 años que recurrió a la Fundación ANAR, de Ayuda a los Niños y Adolescentes en Riesgo, en busca de ayuda. Solo durante 2021, la fundación recibió un total de 29.638 peticiones de ayuda por situaciones de acoso escolar, de las que atendieron 3.225 casos; la mayoría correspondientes a víctimas, porque las familias de los acosadores aún se resisten a reconocer el problema: “La toma de conciencia es difícil, porque cuesta mucho asumir que nuestro hijo o hija tenga actitudes violentas”, explica Diana Díaz, directora de las líneas de ayuda de ANAR. “Existe una resistencia psicológica que muchas veces es un mecanismo de defensa muy potente. Y eso nos lleva a preguntarnos qué ha podido fallar en nuestra familia y cómo hemos podido llegar hasta ahí”, añade. Y entonces surge la pregunta: ¿qué podemos hacer si creemos que nuestro hijo o hija es culpable de acoso?
Ante todo, no minimizar el problema. Actuar. Evitar a toda costa los “no pasa nada”, “son cosas de chicos” o “tal vez le provocaron”. La no intervención hará que el problema se perpetúe en el tiempo a través de nuevos episodios con nombres diferentes y que, incluso, llegados a la edad adulta, se transformen en casos de violencia de género, maltrato o acoso laboral. El agresor, a fin de cuentas, es en este caso otro menor de edad que también necesita ayuda. “Tienen que establecerse unas consecuencias lógicas y coherentes con la situación ocurrida, que vayan orientadas a reparar el daño causado y en las que se trabaje la empatía: cómo te sientes, cómo has hecho sentirse a los demás... E incluso pedir ayuda psicológica, porque los padres de las víctimas enseguida vienen al psicólogo, pero los de los acosadores vienen agarrados por las orejas”, afirma Silvia Álava, psicóloga sanitaria y educativa. “Y si tienen que ir al centro a pedir disculpas, como padre o madre, he de conseguir que lo hagan. La violencia no puede ser gratuita, y pedir perdón es importantísimo”, esgrime Díaz.
Recurrir a la ayuda profesional es de vital importancia y ayudará a identificar todo lo que se esconde detrás de la situación de acoso. Porque, en ocasiones, los mismos agresores sufrieron un abuso en el pasado, y lo pueden estar reproduciendo; o provienen de un entorno familiar en el que la violencia está normalizada. Por eso es fundamental enseñarles a relacionarse de una manera diferente, a tener un comportamiento asertivo en lugar de agresivo y a trabajar la inteligencia emocional y la empatía. “En ocasiones, se trata de chicos, chicas o adolescentes que muestran comportamientos agresivos incluso hacia sus amigos o su propia familia. Insultan, amenazan, coaccionan o mienten; les cuesta mucho empatizar y no se suelen sentir culpables”, describe Álava. Son jóvenes que actúan de forma muy impulsiva, carecen de estrategias no violentas para resolver conflictos y suelen tener una baja capacidad de autocontrol y poca tolerancia a la frustración. “Y luego está el que es agresor porque se ve presionado y entonces apoya al agresor principal. Y, al hacerlo, también se convierte en acosador”, remacha Díaz.
Conviene recordar, además, que los progenitores tienen una responsabilidad legal sobre los actos de sus hijos en el centro escolar. Porque, aunque el menor tenga edad penal para responder sobre sus actos a partir de los 14 años, los padres continúan teniendo una responsabilidad civil, sea cual sea la edad, hablemos de 13 o de 17 años. La Fundación ANAR gestiona un chat y dos líneas telefónicas de ayuda: la propia (900 20 20 10) y la del Teléfono Contra el Acoso Escolar y los Malos Tratos, del Ministerio de Educación (900 018 018).
Para prevenir hay que empatizar
La prevención ha de empezar a trabajarse en casa y desde edades tempranas, porque si esperamos a hacerlo hasta los 17 años, es fácil que lleguemos tarde. “Practicar la empatía implica enseñarles a ser solidarios y a hacer cosas por los demás, para que vean que en el centro escolar se puede ser líder teniendo una actitud de cooperación”, cuenta la responsable de ANAR. Y añade: “Se debe favorecer muchísimo la cercanía, la comunicación y el diálogo con nuestros hijos e hijas desde las primeras etapas, para saber cómo es su día a día, cuáles son las mejores cosas que les han sucedido y las dificultades que han podido tener, sin olvidarse de fomentar el sentimiento de pertenencia dentro de la familia. A nivel preventivo, es necesario estar muy al tanto de con quién se relacionan y cuáles son los desafíos a los que se enfrentan. Y que te vean como un modelo de referencia y te puedan consultar cualquier duda o problema”.
Sembrar desde el principio la semilla de la atención y la comunicación en el hogar familiar sirve para poner límites tanto en casa como fuera, y que entiendan que ningún objetivo justifica el uso de la violencia. Algo que puede lograrse consensuando las normas y asegurándonos de que están adaptadas a su edad. De esa manera, cuando el menor salga al exterior, sabrá manejarse adecuadamente. “Este es un mensaje muy poderoso para las familias: si yo justifico alguna forma de violencia, sea la que sea, al final estoy dando carta blanca a actuaciones que tienen que ver con la violencia”, reflexiona Díaz. La educación en valores hará el resto: trabajar la autoestima, la autonomía, la conciencia social, la confianza y la resolución de problemas.
La prevención, además, se puede y debe cultivar desde el centro escolar: tanto a nivel general, por medio de la celebración de distintos talleres y dinámicas, como dentro de cada aula. El III Informe de Prevención del Acoso Escolar en Centros Educativos, de ANAR y la Fundación Mutua Madrileña, recoge algunas de las recomendaciones de los docentes, como el respeto a la diversidad; el fomento de la escucha, el diálogo y la comunicación; promover la cohesión del grupo y facilitar una metodología didáctica de trabajo cooperativo. “En el centro escolar tiene que haber una conversación necesaria que aborde el por qué y el para qué se ha recurrido a la violencia. Y a partir de ahí, ponernos en manos de profesionales que nos puedan ayudar”, sostiene Díaz.
La importancia de los testigos mudos
Resolver una situación de acoso pasa necesariamente por trabajar con los tres perfiles presentes en cualquier situación de acoso escolar: la víctima, el agresor y el espectador, que con su actitud puede validar e incluso animar los comportamientos violentos. Por eso, conviene enseñarles a no permanecer impasibles ante cualquier situación de abuso o acoso de la que puedan ser testigos. “Se ha de trabajar todo el clima del aula, e incluso de toda la escuela, para saber que aquí funcionamos desde el respeto; y que, en el momento en que haya una falta de respeto, esto se corta. En vez de decirles “tú, si ves algo, no te metas”, insistir en que lo primero de todo es defender a esta persona, ponernos en su lugar y no dejarla sola”, señala Álava. Y esto se puede hacer acudiendo a un profesor de la escuela, que puede ser incluso un mediador, porque hay muchos centros que tienen programas de prevención del acoso. Pero, ante todo, concluye, ni callarse ni mirar hacia otro lado.
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