El último exceso de Abramovich: una casa de 115 millones
El magnate ruso además se gastará otros 12 millones en la reforma de su mansión que será la quinta más cara de Londres
Gastarse 12 millones de euros en reformar una casa cuando tu fortuna asciende a 10.000 millones no debe significar gran cosa para el bolsillo. Al contrario, para el ruso Roman Abramovich, que ocupa el puesto número cincuenta entre los más ricos del planeta (según la revista Forbes), manejar un presupuesto de ese calibre cuando hace apenas dos años pagó casi 300 millones por su yate Eclipse (que incluye, entre otras excentricidades, un sistema de misiles defensivos) debe ser un trámite tan simple como el de comprar el pan para el resto de los mortales.
Sin embargo, pese a toda su fortuna, este empresario, conocido entre otras cosas por ser el propietario del equipo de fútbol Chelsea, ha tenido que esperar casi tres años para que los vecinos de dos de los barrios más pudientes de Londres, Kensington y Chelsea, le dieran el aprobado a un plan inmobiliario apto solo para millonarios. Abramovich adquirió en 2010 tres casas en la lujosa calle Cheyne Walk, a orillas del Támesis, donde entre otros reside Mick Jagger. Dos de ellas tenían cimientos con más de 500 años de antigüedad. La tercera perteneció al pintor del siglo XVII James Whistler. El plan de este oligarca ruso afincado en Londres y célebre además de por sus millones por ser adicto a ostentarlos era remodelarlas para convertirlas en una sola mansión que incluiría dos pisos subterráneos, -algo que parece estar convirtiéndose en moda entre los multimillonarios británicos-, una casa de invitados, otra para el servicio, un jardín que emularía al antiguo jardín de Whistler y una galería de arte para almacenar la soberbia colección que Abramovich ha amasado en los últimos años y que incluye el picasso más caro del mercado, ‘Desnudo, hojas verdes y busto’, que adquirió en 2010 por 82 millones de euros. Para conseguir el permiso de obras Abramovich necesitaba el aprobado del barrio, que en un primer momento puso el grito en el cielo ante los planes del multimillonario. Unos vecinos temían que con la remodelación la mansión del ruso les quitara luz, otros que las excavaciones pusieran en peligro sus casas.
Pero después de más de dos años de negociaciones, Abramovich estaría a punto de conseguir el sí definitivo del vecindario, según publicaron esta semana los tabloides británicos. Eso significaría que una vez reformada, y tras una obra que se supone tardará tres años en finalizarse, el valor de la mansión de Abramovich llegaría a los 115 millones de euros, convirtiéndose así en una de las cinco propiedades más cotizadas de Londres. “No es una buena noticia para el vecindario” comentaba un vecino en el diario Daily Mail al que no le hacía gracia que las obras del oligarca hayan sido aprobadas. Otro, en cambio, afirmaba: “Teníamos miedo del ruido y de cómo las obras del sótano nos podrían afectar pero Abramovich ha hecho grandes esfuerzos para acomodarse al vecindario. Estamos deseando darle la bienvenida a él y a su familia”.
No es la primera vez que este magnate hace algo semejante. Su último capricho inmobiliario en la capital británica consistió en comprarse a lo largo de varios años nueve apartamentos contiguos en dos edificios adyacentes en la exclusiva Lowndes Square, donde también se concentran múltiples fortunas británicas y extranjeras. Allí también tuvo que negociar con los vecinos para conseguir permisos para una reforma que iba a transformar los dos edificios en una sola mansión y cuando por fin lo consiguió, dejó pasar el tiempo sin apenas hacer nada, pese a que ya se hablaba de una propiedad que una vez finalizada la obra podría revenderse por 170 millones de euros. Sin embargo, el pasado verano, Abramovich decidió ponerla a la venta por apenas 80 millones y con las obras a la mitad. En la actualidad su residencia oficial es Kensington Palace Garden, un palacio que antaño fue el cuartel general naval de la embajada soviética. Vive allí con su actual pareja Dasha Zhukova y con su hijo Aaron. Le costó 90 millones de euros. Si Lady Di aún viviera sería su vecina.
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