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Columna
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Relatos vascos

Estamos muy lejos de la normalidad. Basta con salir a poblaciones de medio tamaño para sentirlo

Jorge M. Reverte

ETA, la organización terrorista vasca a la que José María Aznar definía como el Movimiento Vasco de Liberación, ha dejado de matar. Por el momento, es así. ¿Ha cambiado mucho el País Vasco debido a esa decisión? En el aspecto más duro, sí. Los concejales del PSE y del PP van perdiendo el miedo, poco a poco, a que les den un tiro en la nuca por ser españoles. Es un salto cualitativo importante.

Pero, ¿han cambiado muchas más cosas en el País Vasco? La eliminación del miedo a la muerte no es poca cosa, pero estamos muy lejos de llegar a la normalidad. No hay que bucear mucho, basta con salir a poblaciones de medio tamaño para sentirlo. Por un momento, dejemos Bilbao (la del sitio, la que ha resistido siempre), San Sebastián (donde los que han resistido son héroes o están muertos) y Vitoria. Vayamos a pasear por Mondragón o por Hernani. Una buena recomendación de turismo. Las calles siguen llenas de pancartas con caras de asesinos para los que se exige la libertad por su condición de gudaris,de soldados vascos. Se hacen fiestas en las que en las casetas (txosnas) se exige no dar muestras de españolismo. Y entre risas y alcohol abundantes siempre en la patria de Sabino Arana, surgen los insultos a los que, con su comportamiento normal, arrojan sospechas de pertenecer a ese mundo imperial de los españoles.

Mencionar esos lugares es lo mismo que mencionar otros muchos, en los que la chulería, el matonismo de los patriotas sigue asomando en cada portal. Todo ello, acompañado con una muy importante “carga de razón”: el proceso de paz está estancado porque el Gobierno no da ningún paso adelante. La política penitenciaria no se ha modificado apenas desde que ETA anunció el cese de la violencia.

Los chulos, los matones, mantienen una importante representación pública. Muchos concejales, muchos diputados en el Parlamento autónomo. Muchos alcaldes. Y en todos ellos, el mismo comportamiento y el mismo argumento: si no hay movimiento desde el Gobierno español, el proceso no va a culminar.

¿Qué proceso? Se refieren, claro está, al que ellos mismos, con una corte bien pagada de mediadores internacionales escogidos también por ellos, han querido imponer. No ha habido ninguna negociación, ningún pacto en el que las presuntas dos partes tuvieran que ponerse de acuerdo para cambiar algo por algo. El mensaje es sencillo: ETA ha dado un paso. Hay que responder con otro, que es la política penitenciaria.

¿Por qué? Pues no lo sabemos. Solo sabemos que sigue habiendo militantes terroristas que andan sueltos, armados con pistolas, por el sur de Francia. Cada vez con menos dinero para mantener su escueto tren de vida, pero andan sueltos con pistolas. ¿Para qué? Tampoco nos lo han explicado. Brian Currin, el mediador por excelencia avisa: puede haber escisiones. Eso significa que algún descerebrado puede decidir matar por su cuenta.

Han dejado de matar, pero están ahí. Y su corte de hooligans les apoya y financia. Hasta ahí, más o menos, la cosa está clara. Hemos ganado una parte de la batalla, pero persiste una amenaza latente contra los demócratas (españoles, no se olvide).

Lo lacerante es que haya reclamaciones de una parte de ese sector, el de los demócratas, que pide acciones que equilibren el gesto de ETA. Según ellos, instalados algunos en el PSE, habría que mover las cárceles, adelantar permisos, atenuar condenas para que el llamado proceso siga adelante.

Pero, ¿qué proceso? Pues el que diseñó ETA, apoyó Bildu y todo el resto del mundo de la violencia, y quisieron controlar los mediadores. Un proceso al que se suman jubilosos “hombres de paz” como Arnaldo Otegi o Jesús Egiguren, enviando niñas a levantar ramos de flores en símbolo de reconciliación y amor.

Pero un proceso que intenta que se levante el castigo democrático a los asesinos de niños de guardias civiles, a los de concejales indefensos, a los de policías que solo cumplían con su deber. Un proceso que quiere sostener a los asesinos como parte negociadora y a las víctimas amordazadas. Un proceso con un relato construido en torno a la opresión de un país y a los “errores” cometidos por jóvenes impetuosos, xenófobos, totalitarios y sin escrúpulos.

Cabe la debilidad, provocada por el cansancio de tanto miedo acumulado. No es soportable pensarlo, pero cabe. Lo que no puede caber de ninguna manera es que el relato se construya así para las nuevas generaciones. Tiene que estar claro siempre quiénes fueron los asesinos y quienes los perseguidos.

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