Recetas arriesgadas
La economía necesita recuperar el consumo y la inversión más que nuevos recortes salariales
Olli Rehn, comisario de Asuntos Económicos de la UE, se ha sumado a la propuesta para España que hizo el Fondo Monetario Internacional (FMI) de reducir un 10% los salarios mediante un gran pacto que intercambiase la moderación salarial por el compromiso de crear empleo. La irrupción de Rehn ha causado un gran revuelo político en Europa y en España, en gran parte porque el comisario europeo ha sabido vestirla de buenos sentimientos en esa apelación a “los millones de jóvenes parados españoles” y en la acusación impertinente de que quienes no consideren la rebaja de sueldos cargarán con la culpa “de los costes sociales y humanos”. Pero a pesar del dramatismo de Rehn, la receta sigue siendo una mala idea por múltiples razones.
Un pacto salarial es defendible cuando las condiciones políticas y económicas de un mercado son insostenibles. En el caso de los Pactos de la Moncloa operaban razones políticas de gran envergadura además de la explosión inflacionista. En la España de 2013 existe una tasa de paro muy elevada, objetivamente incompatible con la recuperación económica, pero también una mayoría política estable y una estrategia económica confusa, pero reconocible. Por tanto, el juego del mercado debe ser el que fije la evolución de los salarios. No cabe argüir ahora que el juego del mercado está obturado por añejas normas proteccionistas, porque la reciente reforma laboral ha despejado supuestamente el camino.
El acuerdo de moderación sería, por añadidura, de una equidad discutible. Nada más fácil, protestas aparte, que ejecutar una reducción salarial del 10%; y nada más complejo que garantizar y comprobar el aumento o el mantenimiento del empleo en términos globales. ¿Se entiende por salvaguardar el empleo mantener los puestos de trabajo en vigor o los que serían necesarios en caso de crecimiento de la demanda global o de cada empresa? Un pacto de esta naturaleza puede controlarse con dificultad en el ámbito de una empresa; pero en el ámbito nacional parece inviable. Y más si los sindicatos, como parece, no están dispuestos a cargar con el coste político.
Los precedentes tampoco respaldan las ventajas de una moderación salarial pactada. Los salarios ya están cayendo en España, pero el empleo no solo no crece sino que sigue destruyéndose. Explicar el paro por la única razón de la elasticidad inversa entre salarios y empleo es poco más que una hipótesis de miras estrechas, quizá válida en una economía de laboratorio, pero poco efectiva en la economía real. Rehn acabó aceptando que las recetas de restricción presupuestaria no han funcionado en Europa y probablemente acabará reconociendo en el futuro que la moderación salarial a ultranza tampoco es una buena idea.
Editoriales anteriores
Las recetas que deben explorarse ahora son justamente las opuestas, es decir, las que se orienten a estimular la demanda de consumo e inversión y, por tanto, requieren de salarios estables, en cantidad y en tiempo. En este sentido, no parece el camino adecuado precarizar más los contratos de trabajo como propone la CEOE.
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