El sueño olímpico y la brecha deportiva
El compromiso con el deporte de base en España es muy inferior al japonés
Madrid ha visto frustrado una vez más su sueño olímpico. Apenas tomada la decisión del COI, los españoles nos quedamos estupefactos ante tal decepción. No es para menos, y no solo por el inestimable trabajo del equipo de la candidatura, sino porque realmente este era un sueño que nos unía a todos, deportistas, políticos y ciudadanos.
Tras la noticia, han pululado todo tipo de elucubraciones sobre los motivos de esta decisión, desde las que achacan a los miembros del COI su escasa sensibilidad con nuestro proyecto —al optar por la solvencia económica de Japón ante la austeridad de nuestra candidatura— hasta el escaso peso de España en política internacional. Otros argumentos como el dopaje también han estado en el centro de atención. No obstante, cuestiones escabrosas y determinantes apenas se han mentado, como los escándalos por corrupción entre la clase política de nuestro país y muy particularmente los que envuelven al mundo del deporte, como Nóos, Palma Arena o Bernabéu.
La eliminación de la candidatura olímpica española Madrid 2020 encuentra, en ese batiburrillo de explicaciones, parte de su razón en el problema estructural del modelo deportivo de España. En nuestro país existe lo que podríamos denominar una brecha deportiva, una realidad susceptible de enturbiar las opciones para una celebración olímpica, y que tiene que ver con la idea de que el olimpismo se sustenta sobre la base del deporte para todos —no en vano, no hemos de olvidar que Pierre de Coubertin era pedagogo y que se nutría del ideario de Rousseau o Roger Ascham (el padre de las public school). En contra de tal ideario, España es un país obcecado por el deporte de competición y espectáculo, que arrastra el problema del dopaje a sus espaldas, desmerece el peso de la educación física en la enseñanza y desatiende las políticas de deporte para todos; tendencia muy diferente de la de Japón en los últimos tiempos, donde se ha aprobado una ambiciosa Ley del Deporte Base que refuerza los programas para garantizar el acceso de la ciudadanía a la práctica deportiva.
Madrid 2020 debiera haber sembrado su ideario a través de nuestros hogares y escuelas
En España, tras esa estampa cariñosa e internacionalmente conocida de Manolo el del Bombo se produce una realidad que sustenta dos mundos deportivos paralelos y contradictorios, como las dos caras de un tambor. El primer mundo es el del deporte visible, confeccionado por periodistas, publicistas, empresarios, directivos de clubes y federaciones deportivas. En él se negocia la experiencia del deporte a través de la pantalla del televisor, la marca de una prenda deportiva o el anuncio de una compañía telefónica. Es el deporte que todos conocemos, la imagen pública del deporte en España, la de los ídolos mediáticos, la que marca las formas, la que cuenta con el respaldo institucional. El segundo de los mundos, el del deporte invisible, es el de la mayoría. Se trata de la experiencia real, la de los escolares que juegan en el patio del colegio, la de los adolescentes que se entregan a las pasiones puras, la de las carreras populares y las actividades de los clubes en fines de semana. Pero también se trata de la experiencia desamparada. No entra en las formas que impone el deporte visible, no bate marcas, no obtiene victorias, no existe. Es un mundo sin podio y, por tanto, mira desde el banquillo.
Es probable que muchos ciudadanos y los propios miembros vinculados al proyecto olímpico Madrid 2020 tengan su mirada puesta en el diseño técnico y organizativo del proyecto olímpico, pero esa visión carece de perspectiva si desea ser objetiva. Es necesario reconocer que en países como Japón la inversión en infraestructuras deportivas y en políticas de promoción del deporte nos deja a España a años luz, por más que nos jactemos de nuestros Nadal, Gasol, Alonso, Iniesta u otros grandes deportistas nacionales. El presupuesto público en materia de deporte en Japón es de 23,8 billones de euros, una cifra muy distante de los escasos 165 millones aprobados en la Ley de Presupuestos Generales del Estado de España para 2013, suponiendo el más claro indicador del compromiso de un país frente al otro con el mundo del deporte.
Los miembros del COI lo saben, pues miran más allá del proyecto de la candidatura. De modo que, si aspirábamos a conectar con el sueño olímpico, no hubiéramos debido menos que empezar nuestro proyecto desde la base del deporte y defender ante el COI la idea de que el espíritu de Madrid 2020 empieza sembrando su ideario a través de nuestros hogares, nuestras escuelas, nuestros ciudadanos. Ese es el ideario de Coubertin, el olimpismo como un sueño de todos, no de unos pocos, un sueño que se cosecha día a día, con esfuerzo, perseverancia y humildad, no solo con grandes proyectos, gestiones políticas, cuentas económicas o grandes deportistas. Desde esta perspectiva, a España le resultaba difícil sostener su ejemplaridad para con el sueño olímpico cuando ni siquiera se preocupa por zanjar la brecha deportiva que afecta a su ciudadanía.
David J. Moscoso Sánchez es profesor del Departamento de Sociología de la Universidad Pablo de Olavide (UPO).
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