Fernández regresa
El reajuste ministerial en Argentina hace temer un mayor intervencionismo estatal
Tras 40 días de reposo obligado por una neurocirugía, y después del revés sufrido en las legislativas del mes pasado, la presidenta argentina, Cristina Fernández, ha querido dejar claro que retoma la iniciativa. Y lo ha hecho con el mayor reajuste ministerial de los últimos años. La mandataria quiso acompañar esta medida de calado con una comparecencia televisiva en apariencia intrascendente, pero de fuerte carga simbólica, en la que se mostró distendida y sin el luto riguroso que la acompañaba desde la muerte de Néstor Kirchner, hace tres años. Todo un contrapunto a su reciente imagen de fragilidad, derivada de los problemas de salud.
Los cambios en el Gabinete tienen un marcado sello económico: la inflación y la presión cambiaria han puesto a Argentina contra las cuerdas. La gran duda que desatan los nombramientos, sin embargo, es si el Gobierno piensa enderezar el rumbo o, por el contrario, profundizará en el intervencionismo estatal que ha provocado el actual declive.
La noticia más celebrada ha sido la salida de Guillermo Moreno, el todopoderoso secretario de Comercio, cuya nefasta gestión ha acabado pasando factura a la presidenta. No solo fracasó a la hora de controlar la inflación (que alcanza el 25%), sino que sus tácticas de amenazar a los empresarios, falsear los indicadores y multar a las consultoras que difundían sus estadísticas han arruinado la credibilidad internacional de Argentina. Pero no parece que Axel Kicillof, el nuevo ministro de Economía, vaya a traer algo más que un cambio en las formas. Con un discurso en exceso dogmático, el ascenso del artífice de la expropiación de la participación de Repsol en YPF parece suscitar la desconfianza de los agentes económicos, a tenor de la reacción de los mercados. Del nuevo jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, con fama de buen gestor como gobernador de Chaco, se espera pragmatismo.
Editoriales anteriores
Los problemas de Argentina (inflación, déficit fiscal, pérdida de reservas monetarias, caída de la inversión extranjera) no se solucionan cambiando nombres, sino rompiendo el aislamiento del país y mejorando el clima de negocios y la transparencia. Estamos hablando de un país rico, sin las deficiencias estructurales de otros mercados emergentes, y que podría estar sacando el máximo rendimiento a los precios de las materias primas, como hacen sus vecinos. El lastre es el empeño de sus dirigentes en un modelo económico agotado.
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