El Tour del perdón
Lance Armstrong recorre el planeta pidiendo disculpas a las víctimas a las que acosó para defender su inocencia ante las acusaciones de dopaje
Hace una semana, Lance Armstrong volvió a la portada de Le Monde en forma de fotografía, y no volvió como un apestado, como siempre había sido en el vespertino parisiense que desde el año I de su Imperio Tour, desde 1999, había dudado de su limpieza, sino como un ser humano, como “un dopado arrepentido que pide perdón”. Así se señalaba en el pie de la foto en la que se ve al malo más malo de la historia del ciclismo estrechando la mano, con el aire compungido exagerado que suelen adoptar los malos actores, a un exciclista francés que se llama Christophe Bassons y que sonríe casi aguantando la carcajada al apretón del gigante texano.
Para mayor maravillamiento de los lectores, la crónica del encuentro entre el matón y el tímido ciclista que abandonó llorando el Tour de 1999 después de sufrir el acoso de Armstrong, secundado por el resto del pelotón, que no aguantaba que Bassons, proclamándose profeta del ciclismo “à l’eau claire” (a pan y agua), señalara con el dedo indirectamente a todos los demás ciclistas, la firma sin ambigüedades ni ironías entrelíneas Benoît Hopquin, precisamente el periodista que más se enfrentó a Armstrong aquel Tour, el que más duramente le interrogó sobre un positivo por corticoides que trataba de esconder.
La escena parisiense se desarrolló el viernes 6 en un hotel cercano a los Campos Elíseos, al asfalto en el que se edifica anualmente el podio al que subió Armstrong siete veces seguidas, entre 1999 y 2005, como ganador de siete Tours de los que fue desposeído hace un año por la Unión Ciclista Internacional (UCI) por dopaje. Terminaba así de victoriosa la tercera etapa de un nuevo Tour en el que ya había alcanzado el maillot amarillo, podríamos decir que el octavo Tour emprendido por Armstrong, una gira que podría llamarse la del perdón y del olvido y que antes se había detenido en un pueblo perdido de Florida llamado Celebration y en Roma, la capital de Italia.
“Mi castigo es mil veces más grandes que el crimen cometido, estábamos todos en el mismo barco”
En la ciudad estadounidense, en una entrevista grabada en exclusiva por la web del Daily Mail y ante fotógrafos y periodistas del tabloide británico, se disculpó con Emma O’Reilly, que fue masajista en el US Postal, su equipo, algunos años y de las pioneras en acusarle de tramposo. En su momento, Armstrong le respondió insultándola, lo que le valió a O’Reilly el privilegio de figurar en la lista de disculpables, aquellos ante los que Armstrong se siente culpable y con los que quiere restañar heridas. En Roma, aparte de jugar al golf, lo que también hizo en París, y empezar a organizar su disculpa pública con otro exciclista acusador y agraviado, Filippo Simeoni, más o menos para mayo, el texano habló con Pier Bergonzi, uno de los jefes de la Gazzetta dello Sport. “Yo sé que soy culpable. Sé que he hecho daño a la gente. Me he disculpado públicamente y quiero hacerlo personalmente con algunos de ellos”, le dijo Armstrong. “Pero mi castigo es mil veces más grande que el crimen que cometí. Puedo entender que me han elegido como el símbolo de esos años, aunque los mejores corredores de entonces, además de los directores y los médicos, estábamos todos en el mismo barco”.
100.000 dólares por dejarse ganar
Una de las grandes victorias de Armstrong fue la llamada del millón de dólares, en 1993, logrados después de imponerse en tres carreras seguidas en Estados Unidos. Pero el triunfo no le salió gratis, según denuncia ahora Robert Gaggioli, un exciclista, buen sprinter, que ha revelado en el Corriere della Sera que recibió entonces 100.000 dólares por dejarse ganar en la tercera y última prueba, la de Filadelfia.
Todos los encuentros se realizaron a iniciativa de Armstrong, quien acudió solo, sin la compañía de abogados o jefes de comunicación, a los mismos. Y en el que mantuvo con Bassons, quien aparte de a Le Monde invitó a L’Équipe como testigos, espectadores y difusores de la nueva.
La lista de insultados, acosados y chantajeados en un intento de salvar su culo, su honor y sus privilegios es larga, por lo que puede que este octavo Tour se le eternice al texano. En ella, aparte de personajes más secundarios, deben estar incluidos, por lo menos, los matrimonios Kathy y Greg LeMond y Frankie y Betsy Andreu; los periodistas Paul Kimmage, David Walsh y Pierre Ballester; los dirigentes antidopaje Dick Pound y Travis Tygart, y los exciclistas y examigos Tyler Hamilton y Floyd Landis, e incluso tampoco estaría mal que incluyera a Contador por la mala vida que le dio en el Tour de 2009.
Como la gira de Armstrong ha coincidido prácticamente con la muerte de Nelson Mandela y la instauración planetaria de un espíritu prenavideño de reconciliación, paz y amor, no ha faltado quien, recordando además que es el propio Armstrong quien marca los tiempos de su rehabilitación pública, le haya tildado de megalómano que se cree Madiba. “Siempre habrá descreídos, y lo siento por ellos”, dijo, famosamente, Armstrong en el podio de su último Tour, en 2005, despreciando a los que dudaran de la limpieza del ciclismo. Descreídos en Armstrong sigue habiendo pese a sus intentos de misionero, y a ellos ya no les puede lanzar aquella frase, ya gastada y desprestigiada.
El líder de los escépticos es Travis Tygart, el director de la Agencia Antidopaje de Estados Unidos (USADA), el antagonista ideal de Armstrong con quien lleva entablando años una pelea de egos narcisos. “Para reconciliarse de verdad con el mundo”, ha dicho Tygart recientemente, “Armstrong debe venir a la USADA y decir todo lo que sabe, dar todos los nombres de quienes organizaron todo el dopaje, colaborar de verdad. Pero ya ha dejado pasar esa oportunidad”.
Se refiere Tygart a que Armstrong solo ha contestado con nombres y apellidos a un interrogatorio sobre sus actividades, y a que lo hizo de manera escasamente sincera y simplemente para salvar el máximo dinero posible en su litigio con una compañía de seguros que le reclamaba tres millones de dólares por haberles engañado al doparse para ganar sus Tours. En las actas del interrogatorio, filtradas por Floyd Landis y otros que aún tienen litigios pendientes con Armstrong, este muestra una especialísima memoria selectiva, pues solo recuerda como organizadores y colaboradores de su dopaje a aquellos que la propia USADA ya había acusado en su momento. No añade ni un nombre ni un apellido más ni de médicos, ni de directores, entrenadores o ciclistas. Solo mata a los que ya estaban muertos. Para los demás, para los que, por ejemplo, organizaron su compleja logística de transfusiones de sangre, gente aún desconocida, Armstrong recurre en el interrogatorio a una frase curiosa: “Puede haber habido más personas”, dice después de desgranar la retahíla habitual, “pero en este momento no me acuerdo de quiénes eran”.
El octavo Tour, conociendo esto, deja de ser, pues, el del perdón para convertirse en el del olvido. Y aún le quedan etapas.
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