Vodka y velas en ‘Paral·lel Valley’
14.000 millones de euros dan para una buena fiesta. Los magnates puntocom, reunidos esta semana en Barcelona, montaron una para celebrar la venta de WhatsApp a Facebook Aspiraba a ser secreta y exclusiva, pero no fue ni una cosa ni la otra
Hay clases y clases; incluso entre los multimillonarios. Mark llegó a la fiesta en un monovolumen con cristales tintados y cargado de seguridad. Jan se puso a la cola mientras echaba una caladita tras otra de su pitillo.
Mark Zuckerberg, el treintañero más rico del mundo, el factótum de Facebook, aterrizó y despegó esta semana de Barcelona con ocasión de la Mobile World Congress, una feria pagada por las operadoras y en la que, como casi siempre, los que más réditos sacan son las aplicaciones de Internet gratuitas, siempre gratuitas.
Lo importante del lunes fueron sus respectivas conferencias. Luego llegó la fiesta. Zuckerberg y Jan Koum fueron por una noche las estrellas del Paral·lel de Barcelona, la avenida de los espectáculos de la risa, el drama o el destape. Tuvieron que competir en la programación con Mitad y mitad (Condal), Dos parejas y una suite (Guasch Teatre) y Un jeta y dos jefes (Teatre Victòria), para que digan que la ciudad no se enrolló.
Cerca de allí, Koum llevó a su tropa al restaurante Boujis. La mayoría de sus 55 empleados llegaron de Estados Unidos para celebrar los cinco años de WhatsApp, los 38 de Koum y, sobre todo, la reciente venta a Facebook por 14.000 millones de euros.
La fiesta iba a ser secreta y exclusiva, pero ni lo uno ni lo otro. Inicialmente era la celebración de Jan para sus amigos y trabajadores, pero se le sumó Mark y su mujer, Priscilla, que también tenían algo que festejar: su 29º cumpleaños. Pero la democratización de la fiesta también era con límites. Una zona para los vipvip, Zuk y Koum y tal y tal; y otras para sus empleados, por muy millonarios que fueran. Los vipvip, con barra libre; los otros, no tanto.
Desde el primer momento se veía quién pagaba la fiesta: posavasos con el logo del teléfono verde de WhatsApp, murales con los mismos colores. Globos también de los mismos tonos. Mucho verde, y nada del azul distintivo de Facebook. Boujis había preparado un cóctel especial para la ocasión a base de tequila, gin, kiwi, mucho hielo y una frambuesa flotando. Colocón asegurado, como se podría comprobar a la mañana siguiente en el rostro de Koum, amarrado a una vulgar botella de agua sin burbujas.
Entre los invitados, además de los trabajadores de WhatsApp, Drew Houston, creador de Dropbox, también con algo que celebrar: acababa de recibir 150 millones de euros de financiación, y seguro que antes de un año se podrá pagar una fiesta como la de Koum. Se vio a algún españolito, con oficio y beneficio en Silicon Valley, entre los 250 invitados, como Eneko Knörr, de Ludei; Jordi Valls, de 1Sleeve; Carlos de la Lama, de Startup Embassy, y Asier Arranz, de Campus Party.
Antes de la medianoche, los vipvip soplaron las primeras velas en una tarta de chocolate para conmemorar la boda del matrimonio Zuckerberg-Chan. Soplaron y dijeron adiós, no sin dar las gracias a todos. Lo de las “gracias” no es baladí. Es la promesa que ha hecho Zuckerberg para el año 2014: dar las gracias al menos una vez al día. La anterior fue aprender mandarín, y la de antes, comer solo animales que matara con sus propias manos, lo que indica que eso de agradecer le cuesta. Un tímido incorregible.
No se comparan en riqueza, pero sí en su obsesión por el ‘software’ y la privacidad
No por ello decayó la fiesta, la rica pareja es más bien soseta. Siguió corriendo el champán-champán (poco) y el vodka, en atención al pasado de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) a la que pertenecía Ucrania, la patria de la familia Koum. El patrón de WhatsApp alargó la celebración, que para eso la había pagado él con los 5.000 millones de euros que se supone que ha recibido o recibirá por la venta de su servicio de mensajería instantánea a, su ahora amigo, Zuckerberg. Despedida la pareja, Koum sacó su propia tarta, ya entrada la madrugada. Sopló y sopló, y le dieron las dos y las tres... que cantaría Sabina.
Poco más se sabe de lo que hicieron ambos en la ciudad, al margen de su actividad pública, dos charlas y dos apretones de manos al príncipe Felipe. Gracias a los tecnopaparazis se ha podido saber que durmieron en multitud de hoteles y almorzaron más veces que días tiene el año.
Sin embargo, la pareja de moda Zuckerberg-Koum es más de desplazamientos cortos y breves. Al parecer, Koum anuló un ágape en El Celler de Can Roca —reconocido como el mejor restaurante del mundo— al enterarse de que estaba a hora y media de coche (y además pagando peajes).
Prefieren vestir informalmente, de zapatilla y sudadera. En su pueblo, Palo Alto, Zuckerberg vive en una casa normalita, la de siempre; claro que para estar tranquilo, al margen de chismorreos, se compró todas las viviendas de alrededor. Y las de más allá son las de Marissa Mayer (Yahoo!) y Larry Page (Google).
En Barcelona, ni Arts, ni Claris, ni Mandarin, los hoteles de más glamour. Zuckerberg se refugió en un apartamento y allí recibió a los paganos de la fiesta del Mobile, a las grandes operadoras de telecomunicaciones, las que extienden cables aéreos, submarinos y terrestres para que la gente hable por Skype (gratis) y envíe mensajes por WhatsApp (gratis).
A Zuckerberg le salió la fiesta gratis y también su comunicación con 1.250 millones de personas. En su apartamento se las tuvo con 20 directivos de chaqueta y corbata; entre ellos, los consejeros delegados de Vodafone y Orange, que están hartos de poner sus cables para que otros se lleven los beneficios. Aparte de dar las “gracias” —motivos tiene—, Zuckerberg ambiciona que todos los habitantes del planeta se conecten a Internet. Promueve la idea, pero no suelta el dinero, y no porque le falte: su Facebook vale más que Vodafone, Orange y Telecom Italia juntas.
Zuckerberg y Koum aún no pueden compararse en riqueza, pero sí en su obsesiva dedicación al software, su no menos obsesión por las chanclas y su aversión a hablar en público. En el caso de Koum, su alejamiento de la gente lo lleva incluso a la mano que le da de comer: prácticamente no usa Facebook ni Twitter. De los cientos de tuits de felicitación que ha recibido, solo ha respondido a uno, al de su viejo profesor de instituto: “Mr. Neely, gracias por cambiar mi vida en la escuela secundaria. ¡Su impacto en alumnos problemáticos como yo me cambió la vida!”.
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