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El hospital de las enfermedades olvidadas

En un paraje aislado de Etiopía, una antigua leprosería convertida en hospital, en el que trabaja personal sanitario español, lucha contra la lepra, el VIH, la tuberculosis y la malnutrición... La asistencia a sus casi 100.000 pacientes peligra por la falta de fondos

Lola Hierro
El hospital de Gambo ha atendido a unos 98.000 pacientes únicos desde que comenzaron a ser registrados. Cada año entran unos 3.000 nuevos y entre 1.500 y 3.000 reincidentes, según la época del año. El centro ha iniciado el proceso de digitalización de los expedientes, pero aún les queda un largo trabajo por completar.
El hospital de Gambo ha atendido a unos 98.000 pacientes únicos desde que comenzaron a ser registrados. Cada año entran unos 3.000 nuevos y entre 1.500 y 3.000 reincidentes, según la época del año. El centro ha iniciado el proceso de digitalización de los expedientes, pero aún les queda un largo trabajo por completar.Lola Hierro

Es un rincón perdido a 2.180 metros sobre el nivel del mar y el pueblo más cercano, Lephis, ni siquiera sale en muchos mapas. A 245 kilómetros al sureste de Addis Abeba, en un agradecido entorno campestre donde solo personas y animales transitan por los polvorientos caminos que atraviesan el bosque, se esconde el Hospital Rural de Gambo, donde la vida y la muerte libran una intensa batalla todos los días.

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Gambo no es la típica mole de cemento y cristal donde todo es frio, aséptico y huele a lejía; allí todos los pabellones que caben en un centro sanitario se distribuyen caprichosamente por una verde llanura, conectados entre sí por senderos de tierra rojiza cuajados de árboles y flores. Los familiares disponen de lavaderos o cocina, y pueden usar los jardines. Los niños juegan y los adultos charlan y rezan al sol, y hasta echan alguna cabezada.

El hospital participa en los planes nacionales contra la malnutrición y contra enfermedades cuya erradicación está incluida en los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU como el VIH, la tuberculosis o la lepra, de la que es centro de diagnóstico y tratamiento. Posee 98.000 historiales médicos de ciudadanos de los distritos de Arsi Negele y Kore, y atiende anualmente a unos 3.000 pacientes nuevos y entre 1.000 y 3.500 reincidentes. "A diario, unos 300 enfermos pasan por aquí", asegura Francisco Reyes, misionero español de 49 años y director del centro.

El personal que sostiene el hospital, con 150 camas, está formado por 173 profesionales a sueldo y 30 voluntarios extranjeros. Ellos aprenden cada día algo nuevo porque diagnostican dolencias nunca antes vistas durante el ejercicio profesional. Así lo asegura Rosa María, enfermera valenciana, que lleva desde 2006 operando durante un mes al año como parte del equipo del cirujano ortopédico Francisco Lorente. “Solo aquí he visto el mal de Pott, una variante de la tuberculosis que afecta a los huesos”, cuenta.

Los doctores agudizan el ingenio dada la preocupante escasez de recursos. No hay sangre —solo quedaba una bolsa durante la elaboración de este reportaje y para casos de emergencia se urge a los familiares del enfermo para que donen—, ni mascarillas especiales para atender a tuberculosos. La carencia de antisépticos como el Betadine obliga a utilizar antisépticos jabonosos en el quirófano, y Olga Arija, hematóloga del hospital de Lugo que ahora coordina el pabellón de tuberculosis, se vio un día obligada a decidir a cual de sus dos enfermos con una grave insuficiencia respiratoria ponía la única toma de oxígeno de la que disponía. “Elegí a quien tenía mayor probabilidad de sobrevivir”, explica.

Otra de las reclamaciones históricas del hospital es una ambulancia, ya que el centro, el único que hay a 40 kilómetros a la redonda, está separado por otro 20 de pista que en época de lluvias se hace impracticable. Para los pacientes es muy difícil llegar: los menos lo hacen en un autobús que tarda casi una hora en el mejor de los casos desde el pueblo más cercano. Quien no puede pagar los 40 céntimos de euro del billete, va en burro, a caballo o a pie. Los mas graves son cargados por sus familiares sobre precarias camillas hechas de palos de madera.

Un 44% de los niños etíopes no está alimentado correctamente,  y un 51% de las muertes de menores de cinco años se producen por esta razón

El diagnóstico en Gambo es, a veces, una quiniela, porque los especialistas no disponen de herramientas para averiguar qué males aquejan a sus pacientes. Un fin de semana llegó a urgencias un bebé de no más de seis meses que respiraba con mucha dificultad. La imposibilidad de hacerle una radiografía de tórax impidió saber si tenía neumonía u otro mal. En estos casos los médicos aplican todas las estrategias que se les ocurren y cruzan los dedos para que funcionen. Los tratamientos se aplican de manera empírica y hasta las pruebas que pueden hacer, como las de la tuberculosis o el VIH, llevan un tiempo porque deben enviar las muestras a ciudades más grandes y no obtienen resultados hasta pasadas una o dos semanas, según el caso.

Pese al aparente caos que envuelve a Gambo, todos los días se salvan vidas. Como la de Sarah Tilmo. Recibió el alta dos meses después de ingresar "en un estado catastrófico", según la doctora Arija. Llegó inconsciente en brazos su padre y su hermano, que tomaron dos autobuses públicos para llegar hasta el hospital. Sarah tenía cinco gramos de hemoglobina en sangre, una cantidad casi incompatible con la vida, pero se ocuparon de ella pese a que estaba casi desahuciada debido a una tuberculosis muy avanzada.

En Etiopía, con 94 millones de habitantes, la tuberculosis es la tercera causa de mortalidad entre la población adulta, con una prevalencia de 261 casos por cada 100.000 habitantes según la OMS. Como Sarah, el 67% se cura. Su hermana Makia y ella se hacen fotos con los médicos y enfermeras y dicen adiós a sus cinco compañeras de habitación, como Hawa, que tuvo un neumotórax, o Mudo, que ingresó pesando 25 kilos. Todas ellas, mujeres y enfermas, encuentran en este pabellón algo más que un lugar donde sanar sus maltrechos cuerpos; también es un espacio de reunión íntimo y seguro, a salvo de maridos a veces impuestos y de pesadas obligaciones diarias como cargar leña y agua durante kilómetros. No se puede obviar que en Etiopía la mujer tiene dificultades para acceder a derechos básicos como la educación y, aunque las leyes prohíben prácticas como la ablación o los matrimonios forzosos, ellas no suelen tener voz ni voto para asuntos tan personales como elegir un marido. Pero en Gambo, mientras ellas se recuperan, los hombres solo pueden asomarse de puntillas por los ventanucos para ver a sus hermanas, esposas o hijas. O entrar y cuidarlas, en todo caso.

La tuberculosis es el mal de la pobreza y está íntimamente ligada a la malnutrición

No participa en los festejos de Sarah una mujer que reposa en la habitación contigua y no logra levantarse de la cama. Zeneba Sambo, de 25 años, 28 kilos y cinco hijos, pertenece al 20% de los tuberculosos que también padece VIH, según un estudio del ministerio de Salud del país. "Es el mal de la pobreza, hay una relación directa entre ella y la malnutrición. Si el cuerpo tiene el sistema inmunológico tocado por una alimentación insuficiente, es más fácil contraer cualquier cosa. Y una de las consecuencias de la enfermedad es la violenta pérdida de peso", explica Arija.

¿Por qué los pacientes tardan tanto en acudir al hospital? Muchos llegan con su enfermedad en un estadio muy avanzado porque descartan ir hasta el último momento porque no pueden pagarlo. En Etiopía aún no existe la sanidad gratuita. Cuando un ciudadano necesita atención médica, paga por el servicio que se le presta en el hospital. Quien no puede asumirlo se dirige al Ayuntamiento de su localidad, que, tras comprobar que, efectivamente, el interesado es insolvente, extiende un certificado para que el centro le atienda y pase la factura a la Administración pública. "Pero se está llevando a cabo un proyecto piloto en algunas provincias para instaurar la Seguridad Social", advierte Reyes, el director del centro.

Gambo está lleno de niños que acompañan a sus madres y padres durante el periodo de ingreso.
Gambo está lleno de niños que acompañan a sus madres y padres durante el periodo de ingreso.Lola Hierro

En Gambo, no obstante, el ingreso para una semana cuesta unos 20 euros. A partir de entonces, se pagan 80 céntimos por cada día de estancia. La diferencia con los hospitales públicos es mínima: en ellos se paga 17 euros en un país donde no existe un salario mínimo interprofesional y el sueldo medio mensual, por ejemplo el de un maestro de Primaria, es de unos 70 euros.

Hay muchas mujeres en el pabellón de maternidad, donde ingresan con complicaciones en el embarazo, y sobre todo en pediatría, una bonita caseta con columpios en la puerta donde docenas de madres acompañan a sus niños enfermos. El caso de Obse, de un año, es distinto: ella está con su abuela porque es huérfana. Llegó por una malnutrición severa con solo cuatro kilos y nadie apostó por que fuera a sobrevivir a esa noche. A los dos días de su llegada ni siquiera tiene fuerzas para llorar o succionar la tetina, pero la niña hace enormes esfuerzos para tomarse los biberones con un preparado especial de nutrientes que ayuda a alimentar y, a la vez, a recuperar las funciones renales, hepáticas e intestinales.

Como ella, se estima que un 44% de los niños etíopes no está alimentado correctamente y un 51% de las muertes de menores de cinco años se debe a este problema, según el Plan Nacional contra la Malnutrición del ministerio de Salud. No obstante, la pobreza, que es la principal causa de estos índices de mortalidad, se han reducido considerablemente: en 1994, un 49,5% de la población vivía con menos de un euro al día. Los últimos datos de Unicef rebajan esta cifra al 30,7% y la economía del país es una de las que más crece de los países no petroleros de África. Solo entre 2005 y 2012 lo hizo a ritmos por encima del 10%.

En la leprosería insisten en la importancia de facilitar zapatos y calcetines a los pacientes para que no se hagan nuevas úlceras en los pies

La segunda razón de ingreso de la mayoría de niños son los problemas respiratorios, asegura Reyes. "Estamos en zonas altas donde hay humedad y frío y en las cabañas se encienden fuego; el humo se acumula y los pulmones quedan afectados” analiza. En las zonas bajas hay mucho polvo, y también viven muchas personas y muy juntas en las mismas chozas, lo que favorece el contagio de infecciones".

Los tratamientos para la podoconiosis, enfermedad provocada cuando las partículas minerales penetran en la piel, y para la lepra, de la que se diagnostican 5.000 casos cada año, son suministrados por la OMS de forma gratuita. El Gobierno estima que entre un 85 y 95% de los enfermos están bajo tratamiento. En Gambo los pacientes no están marginados; de hecho, una parte del personal asalariado que se encarga de la cocina, la jardinería, la limpieza o la lavandería está formado por ex leprosos. De las 40 camas de este pabellón se encargan dos enfermeros, dos auxiliares y, durante unos meses, la enfermera guipuzcoana Carol Maestro. Ella ha puesto en marcha un ensayo clínico piloto para probar los efectos del aloe vera en la curación de las úlceras con resultados muy positivos.

Gambo pide ayuda

Fundado en como leprosería en 1923 por los monjes capuchinos y gestionado desde 1975 por la orden de la Consolata, Gambo depende de la iglesia católica etíope pero no recibe financiación ni de esta ni del Gobierno del país, que sí suministra, como a cualquier otro centro sanitario, los medios para la detección de VIH y el tratamiento gratuito de tuberculosis o lepra, cuya medicación es facilitada sin coste por la OMS. Además del tratamiento de las enfermedades olvidadas, también se atiende medicina interna o maternidad, y participa en las campañas nacionales de vacunación. Dispone de farmacia, laboratorio, ortopedia, dos quirófanos y consultas externas.

El hospital creció con el apoyo de organizaciones humanitarias como Manos Unidas, pero hoy en día se sostiene, principalmente, gracias a pequeñas donaciones privadas que cada vez son más escasas. "Nuestros superiores se han reunido para buscar soluciones porque estamos intentando no hacer recortes, pero andamos bastante justos", alerta Reyes. "Las organizaciones grandes y las fundaciones ponen muchas pegas para financiarte un proyecto".

Maestro lamenta la ausencia de un médico para sus pacientes, que a veces presentan complicaciones por la lepra u otras enfermedades que nada tienen que ver. También insiste en la importancia del auto cuidado y señala la urgencia de facilitar a los pacientes zapatos y calcetines. "La lepra se cura, pero el sistema nervioso muere para siempre, así que durante toda la vida estas personas correrán el riesgo de sufrir nuevas úlceras", explica. "Se hacen heridas terribles solo con clavarse una piedrecita en el pie y no darse cuenta, y nosotros las curamos pero al cabo de un tiempo vuelven con las mismas".

La malaria, sin embargo, no es tan común. La OMS advierte que unos 45 millones de etíopes corren el riesgo de contraerla, pero en los alrededores de Gambo no hay mucha incidencia. “Sobre todo al principio y final de la época de lluvias, en julio y en septiembre”, relata el director del centro. El VIH, que afecta a unas 790.000 etíopes según la ONU, sí se observa y controla. El hospital hace la prueba gratis a todo el que llega. "Las pruebas están pagadas por el Gobierno, pero este ha recomendado que solo las hagamos en caso de sospecha clínica porque los fondos se están agotando. Estamos aguantando, aunque a lo mejor tenemos que parar", lamenta Reyes.

Aunque las del VIH no son las únicas pruebas que tendrán que finalizar si el hospital no consigue fondos, el día a día en Gambo se vive con la mirada puesta en el futuro. Extranjeros y locales aúnan fuerzas para ayudar a sus pacientes, todo el mundo ocupa el lugar que le corresponde y por cada piedra en el camino se encuentra una solución. Porque el fin último de todo es, por si no había quedado claro, salvar todas las vidas posibles.

Uno de los médicos españoles del hospital de Gambo, Iñaki Alegría, ha contado su experiencia en un libro titulado 'Alegria con Gambo', algunos capítulos se pueden leer aquí. Las ventas se destinarán al centro. El autor publicó un En Primera Línea ensobre una de las niñas hospitalizadas en Gambo, Ruziya.

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Sobre la firma

Lola Hierro
Periodista de la sección de Internacional, está especializada en migraciones, derechos humanos y desarrollo. Trabaja en EL PAÍS desde 2013 y ha desempeñado la mayor parte de su trabajo en África subsahariana. Sus reportajes han recibido diversos galardones y es autora del libro ‘El tiempo detenido y otras historias de África’.

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