Izquierda y derecha
En una esquina, unos empresarios han convertido unos viejos cines en un gran gimnasio
En una esquina de la margen izquierda de una calle de cuyo nombre de apóstol no quiero acordarme, unos empresarios, sin duda modernos y progresistas, han convertido unos viejos cines en un gran gimnasio con terraza en la azotea. En la esquina de enfrente, es decir, en la margen derecha de la misma calle, hay una droguería. Los dueños, más rancios y tradicionales, suelen llevar uniforme: una bata del color con el que hace años vestían los trabajadores de la empresa de servicios funerarios. Ellos mismos despachan, colocan la mercancía y hasta la llevan a domicilio. Sobre los estantes repletos de rollos de papel higiénico, esponjas y botes de lejía se oye la voz de la conciencia. La de una emisora de radio. Siempre la misma. Unos y otros, tanto los del negocio de la izquierda como los del de la derecha, no quieren que las prostitutas que tratan de ganarse la vida en esa calle se coloquen en la parte de acera que les corresponde a ellos, la que limita con sus comercios. Las prostitutas, aparte de clientes, buscan el sol en invierno. Y en verano, un poco de sombra. El sentido del humor estético de nuestros comerciantes parece escaso, por no decir nulo. Cuánto podrían aprender de alguien como Rafa, camarero a punto de jubilarse en un restaurante de comida casera que en el mismo barrio ofrece un excelente y económico menú y que en otro tiempo trabajó como pastor. Con la servilleta de hilo blanco colgada del brazo izquierdo, enfundado en la manga de su traje tan negro como la pajarita que contrasta con el cuello de su camisa, Rafa, mucho mejor educado, dice que todas esas mujeres lo que hacen es decorar la ciudad. Y cuando van a comer o cenar a su garito, cosa que hacen con frecuencia, las trata como merecen. Como a alegres y bienvenidos rebaños de primeras damas.
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