Regreso al territorio Twin Peaks
El director y guionista M. Night Shyamalan debuta este jueves en la televisión con 'Wayward Pines'. La nueva serie de Fox aspira a situarse entre las mejores ficciones del año
En una zona boscosa cercana a Toronto, donde se rodaron leyendas como Twin Peaks y Expediente X, se ha recreado el rincón del Medio Oeste americano donde se desarrolla la trama de Wayward Pines, la miniserie de 10 capítulos que Fox estrenará de manera simultánea en 126 países el próximo 14 de mayo. Basada en una novela de ciencia-ficción con tintes de thriller de Blake Crouch, la producción se apoya en una multitud de intérpretes conocidos, entre los que destacan Matt Dillon, Toby Jones, Carla Gugino, Juliette Lewis, la oscarizada Melissa Leo y Terrence Howard. Un reparto de primera para la que, se espera, será una de las series del año.
Dillon es el agente secreto Ethan Burke, cuya investigación sobre la desaparición de dos compañeros le lleva hasta el pueblo de Wayward Pines, un lugar donde la gente actúa de manera extraña y del que, a pesar de su cálido cartel de bienvenida (Donde el paraíso es el hogar), duda que pueda salir con vida, resume M. Night Shyamalan. A sus 44 años, se ha enfrentado por primera vez a la dirección de un guion ajeno –el del primer episodio– y, también, a un proyecto televisivo. “En estos últimos años he visto series de gran calidad, lo cual ha sido muy inspirador, y, además, mi último rodaje quedaba tan lejano [After Earth se estrenó en 2013] que sentía que, en estos tiempos que corren, llevaba mucho sin hablar con mi público. Esa combinación es lo que me ha llevado ahora a la televisión. Y, por supuesto, la historia adecuada”, cuenta a solas en un hotel londinense. “Respecto al tono… Es muy difícil explicarlo porque se transformará drásticamente. La serie va cambiando de géneros y creo que ese es el principal motivo para verla”.
El sexto sentido, El protegido, Señales, El bosque, La joven del agua… Shyamalan es consciente de que sus historias cinematográficas suelen describirse como misteriosas, oscuras, con un trasfondo espiritual o medioambiental y con giros inesperados al final. Algo que él no comparte, y pone como ejemplo su guion para el filme familiar Stuart Little, estrenado el mismo año que El sexto sentido, su película más taquillera y en la que inició su fructífera colaboración con Bruce Willis. “No usa mucho la palabra, pero creo que posee los elementos de un genio, como guionista y como director”, ha dicho sobre Shyamalan el actor, que se pondrá de nuevo a sus órdenes en su próxima película, Labor of Love.
La serie recorre varios géneros. Es el principal motivo para verla”
Con un apellido de difícil pronunciación, todavía hoy son muchos los que se refieren a él como “el director de El sexto sentido”, aunque ya han pasado 16 años desde que Shyamalan escribiera y dirigiera la película que le abrió las puertas de la industria. En 2002, coincidiendo con el estreno de Señales, la revista Newsweek lo bautizó como “el próximo Spielberg”. Toda una responsabilidad para quien tiene como referente al realizador desde que de niño le regalasen una cámara super-8. La joven del agua (2006), un fracaso de taquilla y crítica, fue el primer golpe para un director ya habituado a la etiqueta de “estrella”: la misma publicación que le había encumbrado no tardaría en preguntarse si había llegado el momento de que Shyamalan dejara de escribir y se limitase a dirigir. Al igual que el personaje encarnado por Matt Dillon en Wayward Pines, Shyamalan también intenta escapar, en su caso, de esta y otras etiquetas. “A los estudios no les interesa renovar la forma de presentación de sus productos. Son de ideas fijas. Si les ofreces té, ellos insistirán en venderlo como si fuera Coca-Cola, y luego la gente se quejará porque no es lo que parecía. Conmigo empezó con El protegido, me dijeron que no daba miedo…, ¡y yo nunca quise que fuera así!”, suelta entre carcajadas.
Shyamalan no se ha mudado a Los Ángeles. Buena parte importante de su trabajo se desarrolla en la meca del cine, pero su vida está en Filadelfia, donde vive desde niño –hoy con su mujer y sus tres hijos– y donde ha rodado prácticamente la totalidad de su filmografía. ¿Es difícil resistirse a las grandes producciones de Hollywood? “¡Sí!”, dice sin pensarlo, pero con absoluto convencimiento. “Me siento mucho más cómodo haciendo películas pequeñas porque mis instintos son más alternativos. No quiero ni estar en el punto de mira ni gastar montones de dinero”.
Coherente con su filosofía, Manoj Shyamalan (el Night lo incorporó en la universidad) ha rechazado participar en sagas como Harry Potter o Las crónicas de Narnia o dirigir La vida de Pi para volcarse en proyectos propios. En 2002 Disney lo elevó al altar de los guionistas mejor pagados de Hollywood al desembolsar cinco millones de dólares por el de Señales, y solo sus películas más taquilleras han recaudado 1.300 millones de dólares en todo el mundo.
Probablemente por esas elevadas cifras, y quizá como vía de escape, en 2001 creó la fundación que lleva su nombre. Hasta entonces nunca había pensado desarrollar su faceta de filántropo. “La dirigen sobre todo mi mujer [Bhavna Shyamalan] y Jennifer [Walters-Michalec]. Ellas se encargan de buscar líderes por todo el mundo que ya estén transformando su comunidad y nosotros simplemente les preguntamos qué necesitan y les financiamos”.
El realizador, que de pequeño estudió en un centro privado episcopal –elegido por sus padres por sus métodos estrictos a pesar de no profesar esa religión–, hoy está volcado en otro proyecto: quiere acabar con la desigualdad educativa en Estados Unidos. Tras cinco años de investigación, en 2013 publicó I Got Schooled. The Unlikely Story of How a Moonlighting Movie Maker Learned the Five Keys to Closing America’s Education Gap (Simon & Schuster), un libro con sus recetas para arreglar un sistema ineficiente e injusto. “Podría estar hablando de ello durante horas”, asegura, y lo hace con igual o más pasión que de cine. Pero los 20 minutos estipulados para la entrevista llegan a su fin, así que solo da los titulares de sus claves: despedir a los peores profesores, que los niños pasen más tiempo en las aulas, construir centros más pequeños, que los maestros y directores tengan feedback y que las funciones de estos últimos estén más centradas en la mejora de la enseñanza que en cuestiones administrativas. “Me costó mucho entenderlo. Y ahora enseño a profesionales y políticos sobre lo que hay detrás de los datos. Incluso me siento mal cuando lo aparco para volver a las películas”.
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