Mujeres-vela que alumbran y se deshacen: las 'shikhat' marroquíes
Por Analía Iglesias
Cantan y bailan, invocan a Dios y a los hombres. Llevan el pan a sus casas, crían a sus hijos lejos de sus noches y también se lo pasan bien. Las shikkat marroquíes expresan en música y fiestas populares sus placeres, alegrías y penas; esto es, ellas se expresan y gozan en el espacio público.
Fotograma del filme 'Orchestre des auvegles' ("Orquesta de ciegos") de Mohammed Mouftakir.
Así, un placer tan femenino y misterioso se hace hueco en un sitio tradicionalmente reservado a los hombres y a sus decires, gozos y pareceres. Un placer que es también problema en algunas sociedades que reservan a las mujeres el papel del recato y la discreción puertas afuera de sus casas, sin importar el poder doméstico que ostenten.
Poderosa pero no tan libre como podría de verdad ser, la shikha sale a la calle y se convierte en un personaje asumido y resistido a la vez. Es, en el mundo magrebí, alguien que anima nuestras fiestas pero mejor que no esté muy cerca de nuestra familia. Es ella la que sostiene la tradicional ‘Aita’ (poesía cantada marroquí). Es ella la adulada y marginalizada al mismo tiempo, en razón de su libertad o, lo que es peor, de la exhibición de su libertad para comportarse en el bendito espacio público.
Una shikha canta bien fuerte y baila con hombres que no son sus parientes. Y, a veces, alguna acepta un billete en la cadera. Son profesionales en el mundo de la música y suelen alimentar a muchas bocas a su alrededor. "Nuestra vida se parece a una vela que arde y se sacrifica para que los demás vean", dice la veterana Aïcha en el documental de Ali Essafi, Blues des shikhats (2004).
Algunas de las shikhat (en árabe, el plural de shikha, literalmente ‘líder femenina’) entrevistadas por Essafi cuentan sus comienzos escondiendo los instrumentos, escapándose para ensayar cuando sus maridos dormían o padeciendo la incomprensión de padres y hermanos: "mi padre me dejó de hablar y mi hermano me quiso envenenar", admite una de ellas. Al parecer, la necesidad de cantar el desgarro era más fuerte. Fuerte como ellas, herederas de Fatna Ben Lhoucine, contando compases, bailando sensuales, dedicándose a todo y cuidando sus pelos potentes a la hora del trance chaabi (música tradicional del Magreb).
Trailer de 'Orquesta de ciegos' de Mohamed Mouftakir, sobre los 'años de plomo' marroquíes.
Orchestre des auvegles ("Orquesta de ciegos") de Mohamed Mouftakir es una película marroquí reciente, premiada hace pocos días en el Festival International de Orán, Argelia, en la que también aparecen estas líderes naturales que cantan y bailan, en el centro de la escena. El filme narra las argucias de una orquesta popular que, en los duros años 70, se hace pasar por una orquesta de ciegos para poder tocar en las fiestas de bodas de mujeres solas, en Marruecos. En una escena, una de las coreutas de la orquesta acepta brindar otros servicios a un invitado y resulta duramente reprendida.
Las shikhat son, sin duda, objeto de debate en el contexto de ese amplio frente femenino que abarca la obediencia y la resistencia (o uno y lo otro al mismo tiempo). O el deseo a medias atendido y los mandatos a medias cumplidos, en una nación donde el erotismo está sujeto a preceptos.
De ahí el análisis en los papers de algunos estudiosos extranjeros acerca del fenómeno. Por caso, el documento de Alejandra Ciucci (Columbia University), titulado De-orientalizing the ‘Aita’ and re-orienting the Shikhat ("Desorientalizando la ‘Aita’ y reorientando las shikhat"), en el que la investigadora afirma que la discusión sobre la música tradicional y el rol de las shikhat "no están desvinculados de las perspectivas culturales establecidas sobre la sexualidad femenina". Pero ella hace foco, sobre todo, en la sexualidad como eje de "las relaciones coloniales de dominación y resistencia". La sexualidad es alteridad, y otra manera de diferenciarnos del otro, viene a decir.
'Desorientalizar' significa quitar a la música esa pátina de goce sensual (o de pecado, según desde dónde se lo mire) que uno imagina en las atmósferas de los cuentos orientales. Y reorientar la figura de estas performers femeninas porque, según el documento de Ciucci, ellas gozaron de una muy buena reputación hasta que el colonizador les autorizó solo a cantar en burdeles. Quizá por la bendita ‘discreción’.
Se sabe que una dama respetable lo es según "la ecuación cultural de mujer casta-pura" y, por tanto, con valía social, algo que el comportamiento femenino tiene que "materializar y confirmar cada día". Las shikhat "exhiben sus voces y sus cuerpos en el contexto de la celebración pública" y, por supuesto, su vínculo con el espacio público (el de la discreción) y sus interacciones son diferentes. Allí aparece, de nuevo, ‘el otro’.
El lugar del otro es el lugar al que no se resiste la líder.
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