Telas con arte
Ailanto, la firma de los gemelos Iñaki y Aitor Muñoz, mantiene un pie en el arte y otro en la moda, haciendo poco caso a las tendencias En su última colección, dedicada a las mujeres que la Bauhaus dejó de lado, subliman su afición por los estampados que crean siempre desde cero
Cuando eran niños y vivían en Bilbao, los gemelos Iñaki y Aitor Muñoz, los creadores de Ailanto, se dedicaban a la cría de canarios. Llegaron a tener más de cien en una especie de camarote y la idea era cruzar a los pájaros para conseguir que tuvieran el plumaje de colores cada vez más especiales. “Menos mal que nos dio por el arte y la moda y no por la genética”, bromea Aitor, rememorando su temprana afición por las prácticas de ornitología, rama Frankenstein.
Pero algo de eso queda. “¿Ves este pájaro?”, dicen, mostrando un dibujo hecho a lápiz y pintado después con unas témperas de acabado anacarado. “Los hicimos después de visitar el jardín de la Bambouseraie, cerca de la Camarga francesa”. El pajarillo acabó posándose en uno de sus estampados de la colección primavera/verano 2015, junto con los barcos que evocan la Costa Azul y que dibujaron tras un viaje en el que siguieron las huellas de la artista Dora Maar.
Esos estampados son la marca de la casa, pero al verlos no es fácil adivinar el proceso manual y el relato personal que hay detrás de cada uno de ellos. Todos nacen como algún proyecto artístico, ya sea un esbozo como el de la Camarga, un collage de árboles en flor hecho con pequeños papelitos de seda, un montaje elaborado a base de plumas de ave reales que acaba pareciendo un camuflaje, una acuarela o una fotografía intervenida.
Los dos hermanos Muñoz estudiaron Bellas Artes y se deleitan en la creación de los estampados, aunque eso ralentice el proceso y encarezca la prenda final. “Es lo que más nos gusta y nuestros clientes lo valoran”, cuentan mientras rematan detalles en su estudio, situado en la parte trasera de su tienda de Barcelona.
Allí conservan muchos de esos cuadros y collages que son el kilómetro cero de sus prendas. Una vez terminada la obra, se escanea y se empieza a tratar con Photoshop. “Pero cada vez menos. Nos gusta que se note la mano y sus imperfecciones. No queremos limarlo todo a base de retoque digital”, dicen. La misma rama de bambú que sobre el papel medía un palmo puede acabar reducida a unos centímetros y mimetizada en un estampado vagamente tropical.
Nos gusta que se note la mano y las imperfecciones, no limarlo con retoque digital”
En la colección que mostraron en Cibeles el pasado mes de febrero, se vio un mono de seda de manga larga de efecto patchwork que es casi la sublimación de todo ese proceso que repiten cada seis meses. Lo que a la vista parecen retales de distintas telas son en realidad porciones de un estampado en el que se mezclan hasta 20 dibujos distintos, algunos de origen geométrico y otros de tipo vegetal, la especialidad de Aitor, que estudia botánica en sus ratos libres. Con esa colección que llega a las tiendas este otoño, los Ailanto pretendían homenajear a las mujeres de la Bauhaus. “Su trabajo ha quedado bastante escondido. No les permitían acercarse mucho a los talleres de arquitectura, así que dejaban para ellas los textiles, viéndolos como algo menor”, apuntan.
Mujeres como Gunta Stölzl, la única maestra de la Bauhaus, y su discípula Anni Albers introdujeron el vocabulario del arte contemporáneo en técnicas tradicionales como el tapiz y lo acercaron al diseño industrial. Stölzl, que quedó impactada al leer el manifiesto de Walter Gropius Arte y tecnología, una nueva unidad, también tenía un pie en la artesanía y otro en la producción en serie, así que es fácil ver por qué los Muñoz han conectado con su legado.
Una vez creados los estampados, envían el resultado a su taller de confianza en Italia. Prefieren no dar el nombre, para evitar que se agolpe allí la competencia, pero detallan que es una casa de tejidos que trabaja con firmas como Dries van Noten o Kenzo. Ese es el momento de las pruebas, de testar el dibujo sobre cinco o seis telas distintas para ver qué textura funciona mejor. Cuando vuelven las muestras a Barcelona, se escoge el mejor y se encarga material para toda la colección, en uno o varios tonos. Son los prints los que mandan y determinan los colores de las telas lisas y, a menudo, también las formas de las prendas. Sobre todo cuando se trata de estampado posicionado, es decir, uno que solo se puede utilizar a una determinada altura para respetar la cenefa.
Les han pedido muchas veces que creen telas para otras casas, pero siempre se niegan: “Sería darle a otro lo que nos hace especiales”. ¿Y qué pasa, entonces, cuando ponen un pie en una cadena de fast fashion y se encuentran con que ese dibujo tan personal está ahora allí, sospechosísimamente parecido y reproducido a escala masiva? ¿Comparten ellos esa actitud de algunos diseñadores jóvenes como Olivier Rousteing, de Balmain, que creen que uno no es nadie hasta que te fusilan? “Pues no. Es un horror. Lo nuestro es un trabajo artesanal y eso no deja de ser un robo”.
La de la Bauhaus es su colección número 26 y marca 13 años en el mundo de la moda, lo que les deja en una posición intermedia en el panorama español y casi sin compañeros de generación en Cibeles. “Es verdad que muchos de los que empezaron con nosotros ya no desfilan o no lo hacen en el calendario oficial: Alma Aguilar, Miriam Ocariz, Lydia Delgado, Lemoniez…”.
Creen que se han mantenido “sin subidones ni bajones” gracias a una clientela muy fiel y entendida y a haber sabido capear la crisis, que, por supuesto, les golpeó en el mercado nacional. De las 60 tiendas multimarca en las que vendían en todo el país antes de 2008, ahora solo sobreviven unas 20. Para contrarrestar, abrieron su segunda tienda propia, en Madrid, hace cosa de dos años y aumentaron la exportación a países como Estados Unidos, Chipre, China o Japón, donde colocan ahora casi el 40% de lo que producen. “Siempre han conectado muy bien con nuestro estilo”, cuenta Aitor. Con una salvedad: “Tenemos que evitar cualquier cosa que les recuerde a su cultura. Les da como alergia. Deben pensar que para eso, para llevarse un vestido de rollo oriental hecho por unos españoles, ya se compran un quimono. Cuando hicimos la colección de la chinnoisserie, no vendimos ni una prenda”.
Por ahora no se plantean crear una segunda línea, “porque se comería a la primera” y sus precios, que rondan los 250 euros por un vestido, ya están lo suficientemente ajustados. La posibilidad de hacer ropa masculina sí que está ahí, pero cada vez que se lo plantean acaban concluyendo que su propia manera de trabajar, tan artesanal, no les deja tiempo para mucho más. ¿Ir al grano y dejarse de viajes, témperas y plumajes? Podrían, claro, pero ya no sería Ailanto.
elpaissemanal@elpais.com
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