16 fotosLa hora de las víctimasEstas son las historias de Fatimé Tchangdoum, Ousmane Abakar Taher, Abakar Gambala... y otras tantas víctimas del tirano chadianoAlfredo CálizJosé NaranjoYamena - 21 oct 2015 - 10:43CESTWhatsappFacebookTwitterLinkedinCopiar enlaceEn 1985, Ginette era una joven estudiante de Mecanografía en Yamena. Cuando la detuvieron estaba embarazada de cuatro meses. “Uno de los gendarmes con la camisa ensangrentada empezó a tocarme, le dije que estaba esperando un bebé, pero él siguió. Durante una semana me daban electricidad todas las noches y sufrí violencia sexual”. Cinco meses después daba a luz a su hijo sobre la tierra del patio de la prisión, con la única ayuda de sus compañeras de cautiverio. “Esa gente no tenía corazón, nos llevaban allí para morir”, asegura. Cuando salió de la cárcel, su novio le arrebató a su hija.Ousmane fue detenido el 30 de julio de 1983 en Faya-Largeau. Al pertenecer a la rebelión contra Habré, su suerte estaba echada. Tras ser trasladado a la capital ingresó en prisión. “Estábamos todo el día en una pequeña celda, hacíamos allí nuestras necesidades. Siete meses después todos estábamos enfermos, morían cuatro o cinco personas cada día, pero sólo sacaban el cadáver cuando el cuerpo empezaba a hincharse y a llenarse todo de moscas”. Permaneció cuatro años y medio encerrado. “Nunca tuve esperanzas de salir con vida, nos daban una bola de mijo para comer. Esto es para los hijos de Gadafi”, decían.Lo recuerda como si fuera ayer. Cuando su padre fue detenido en 1987, Abakar era un niño de 12 años, pero pudo sentir el miedo que recorrió a su familia. Tres años después, el régimen de Habré se desmoronaba y el pequeño Abakar se lanzó a recorrer todas las prisiones de Yamena en busca de su padre. “Pregunté a todo el mundo, iba como loco, pero nada”. Durante dos meses mantuvieron la esperanza, “quizás había sido trasladado a algún pueblo”, pero al final se rindieron a la evidencia. “Ni siquiera sabemos de qué lo acusaron. Durante años he sentido odio y eso me tortura. No puedo entender cómo alguien puede matar a 40.000 personas sólo por seguir en el poder”.El 1 de agosto de 1983, a Jonás lo molieron a palos. En aquel entonces era el pastor protestante del pequeño pueblo de Kolobo y cuando los militares llegaron se fueron directos a por él, a preguntarle por los rebeldes que merodeaban en la zona. A consecuencia de los golpes se quedó medio sordo y padece fuertes dolores de espalda. Durante más de un año lo obligaron a hacer trabajos forzados hasta que lo llevaron a prisión. “Las condiciones eran penosas, comíamos harina cocida una vez al día. En la celda éramos ochenta, no había espacio ni para dormir”.Alkali Mahamat cometió el error de pensar que el régimen podía ser benevolente. Tras militar en la rebelión y vivir en Libia, una vez firmado un acuerdo de paz, decidió volver. Se equivocaba. Nada más pisar Yamena fueron a buscarlo. “Me metieron una manguera en la boca y casi me ahogan, luego empezaron con la electricidad”. Al cuarto día, atado con los brazos y piernas por detrás, le llevaron ante el mismísimo Hissène Habré. “Me preguntó por Libia, por Gadafi. Él estaba sentado en una silla con ruedas y no paraba de fumar”. Pasó un mes en la Piscina, una de las peores cárceles del régimen. “Era un horno, dormíamos unos encima de otros, no podías moverte allí dentro. Te acostabas sobre los muertos”.Rahama era estudiante en la Escuela Nacional de Agentes Técnicos de Ganadería. Su hermano se había unido al maquis, lo que le valió ser detenida el 9 de marzo de 1983, cuando estaba embarazada de dos meses. La ataron y le golpearon. “Luego me arrojaron a una habitación que estaba llena de sangre por todas partes, para que supiera lo que me iba a pasar si no decía la verdad”. Durante meses hizo trabajos forzados en Kalaït, recogiendo piedras, haciendo ladrillos, lavando uniformes de los militares. Allí nació su niño, “un hijo del sufrimiento”, como ella dice. “A Habré habría que cortarlo en pedazos”, dice con ira.Profesor de Primaria, tuvo la osadía de enfrentarse a las autoridades locales por un conflicto entre agricultores y ganaderos en Kiabé. “Días después el jefe de brigada y un gendarme se presentaron en mi casa. Pasé cuatro meses en una cárcel negra como la noche, no podías ver ni al que estaba al lado de ti”. Luego lo trasladaron a Yamena y me metieron en una celda tan llena de gente que para cerrar la puerta había que empujarla dando atrás con un vehículo. “Este juicio es una gran victoria para nosotros, a veces surgen dudas pero hemos seguido adelante. Hemos ganado la batalla en Chad y la vamos a ganar en Senegal. Allí nos han remoloneado muchos años, pero ahora estoy muy satisfecho”.“En aquella época había orejas por todos lados. Un primo mío comentó en un bar que me habían dado una beca para estudiar en Alemania y fueron a por mi”. Clement Abeifouta vio truncados sus estudios de Literatura cuando el 10 de julio de 1985 fue detenido en Yamena, acusado de pretender sumarse a la rebelión. En las hacinadas cárceles lo convirtieron en enterrador. “Durante cuatro años cocinaba, planchaba la ropa y enterraba a los muertos. Perdí la cuenta, pero fueron al menos un millar los que pasaron por mis manos, siempre por la noche, en fosas comunes en los alrededores de la ciudad. La gente moría como moscas. Era algo animal, más allá de la locura”.El 'pecado' del agricultor Ousmane Mahamat Saleh fue pertenecer a la etnia Hadjarai, contra la que Hissène Habré dirigió su inquina al final de su régimen. Tras emigrar a Lagos (Nigeria) y reunir algo de dinero, volvió a Chad en 1989, donde le acusaron de reclutar gente para unirse a la rebelión. “La cárcel estaba llena de parientes y amigos. Me pegaron con cables, me obligaron a beber mucha agua y luego me caminaron sobre la barriga”. Su celda medía unos dos metros de largo y había siete personas. “Estábamos de pie, no podíamos ni sentarnos. Fue horrible. Sólo el día que Habré sea condenado mi cólera y mis malos pensamientos van a desaparecer. Nadie no sabe lo que hemos sufrido”.“Cuando te atan los brazos y piernas por la espalda, la técnica del arbatachar, se te hincha el pecho y te quedas como un barco, te duele todo. Vomitaba sin parar y acabé desmayado”. Jean Noyoma era chófer y sufrió una falsa acusación, habituales entonces. Pero lo peor fue la cárcel. “Dormíamos como sardinas en lata, con los pies de otra persona clavados en la garganta. Para girarte había que avisar a todos. Hacíamos nuestras necesidades allí mismo, el olor era insoportable todo el tiempo”.Fatimé tuvo noticias de la muerte de su marido Haroun Gody por la radio. Él era alto cargo del Gobierno de Habré, pero se atrevió a decir no, a denunciar los abusos que sufría la población. Entonces huyó. “Los agentes se llevaron todo lo que teníamos, coches, muebles, todo. A la una del mediodía nos dijeron que teníamos que abandonar la casa, recuerdo que hacía mucho calor. Me fui con mis hijos a casa de mis padres, mi casa la ocuparon luego parientes de Habré de la etnia Gorane”. Hasta que un buen día, cuatro años después, la radio anunció su muerte: “Hemos matado a los traidores”. Tounlé nunca pensó que Habré podría ser juzgado. “Si hoy está ante el tribunal es porque la Justicia existe”.En 1983, Fatimé Mando, de 32 años, trabajaba en la Banca Central, estaba casada y tenía cinco hijos, pero la acusaron de ser la amante del general rebelde Kamougué. Al ser detenida se negó a desnudarse y se ensañaron con ella. “Me golpearon tan fuerte que sangraba por la nariz, por los oídos. En la sala había otras mujeres que no paraban de gritar al ver lo que me estaban haciendo”. Su marido también fue asesinado por el régimen. “Hoy en día aún me sigo cruzando con mis torturadores por la calle. ¿Cómo voy a perdonar a quien ordenó todo aquello, a quien mató a mi marido, dejó a mis hijos sin su padre, a quien me quebró la vida entera? Lo intento, pero no puedo olvidar”, asegura.Un día, Bichara regresó de la muerte. Oficial rebelde, cuando fue hecho prisionero en 1983 creyó que su suerte estaba sellada, pero el destino le tenía guardada una sorpresa. Una noche fue llevado junto a otros 150 prisioneros hasta un descampado cerca de Ambime, a unos 25 kilómetros de Yamena, donde fue fusilado. “Dios quiso salvarme. Una bala me dio en el muslo, caí al suelo y otros dos compañeros cayeron sobre mí. Cuando se acercaron a dar el tiro de gracia me pasaron por alto. Esperé a que se fueran, me levanté y me arrastré hasta el río, donde un barquero me cruzó a Camerún”. Durante siete años permaneció en el exilio libio hasta que regresó al país y se incorporó al Ejército.Hijo de judío francés y madre chadiana, su piel clara estuvo a punto de costarle la vida. Detenido por “ser libio”, le trasladaron a una prisión secreta de Yamena donde le torturaron salvajemente. Le pusieron unas tablas de madera a presión a ambos lados de la cabeza, le ataron brazos y piernas a la espalda, le clavaron clavos en brazos y piernas, le echaron insecticida en los ojos. Aún sufre por todo aquello. “Escucho un ruido insoportable dentro de mi cabeza incluso cuando duermo y solo oigo un poco por el oído izquierdo”. También perdió la visión del ojo derecho por una patada. Los interrogatorios se sucedían y la tenacidad de Gambier por sobrevivir le hizo ganarse el apodo de “el que corre más rápido que la muerte”. Su testimonio fue clave para encarcelar a algunos de los torturadores.El 4 de junio de 1985, la policía fue a casa de Hawa a buscar a su madre, pero al no encontrarla se la llevaron a ella. Sólo tenía 14 años y acabó pasando cuatro años en la cárcel primero y en un campamento militar en el norte después, como esclava sexual de un oficial del Ejército de Habré. “Lavábamos la ropa, hacíamos la comida y cada noche cogían a dos de nosotras y nos llevaban a acostarnos con el jefe”. Cuando la liberaron le hicieron prometer que no contara lo ocurrido, pero ya nada sería igual para ella. “Fue una humillación muy fuerte, me sentía sucia todo el tiempo. Luego me casé pero tuve problemas para tener hijos, me costaba mucho dejar que mi marido me tocase”.Bassou se casó muy joven con Saleh Gaba, un periodista de Radio Chad que colaboraba con medios extranjeros, como RFI y Associated Press. Cuando comenzaron a detener y asesinar a miembros de la etnia Hadjarai, en 1986, el vaso de la paciencia de Gaba se llenó. “Tenemos que hacer algo, están matando a todo el mundo”, le dijo a su mujer. Y se fue. Bassou se quedó sola y embarazada de dos meses. Poco después, el periodista fue detenido y encarcelado. Su causa se convirtió en bandera de reivindicación para Amnistía Internacional, pero nunca llegó a ser liberado y murió en prisión. Su joven esposa tuvo que criar a la pequeña Flora sola. Hoy es consejera municipal en el Ayuntamiento de Yamena. “Ya era hora de que se hiciera Justicia”.