En busca de la oratoria perfecta
En España las clases para dominar la palabra llevan camino de convertirse en moda
“¡O tempora, o mores!”, volvería a gritar el gran Cicerón si escuchara hoy nuestras conversaciones. Los tiempos y las costumbres cambian; en ocasiones, a peor. Ya no aprendemos a hablar en público. Y no nos referimos a subir a un estrado y dar un discurso, sino a tener la capacidad de transmitir un mensaje con claridad, eficacia y convicción. Algo habitual en el mundo anglosajón –donde las clases para dominar la palabra están incluidas en los planes educativos– se convierte en España casi en una extravagancia que, afortunadamente, lleva camino de convertirse en moda. Algunas escuelas de negocios y universidades ya cuentan con cursos y clubes de debates (de hecho, un joven español ha ganado el Campeonato del Mundo de Oratoria en nuestro idioma). Y cada vez más personas acuden a talleres para convertirse en buenos oradores. “Los españoles somos dicharacheros en las distancias cortas”, dice Bárbara Garrigues, una de las fundadoras de Escuela de Comunicación de Madrid. “Pero si esa intimidad con nuestros interlocutores es menor, la empatía del tú a tú se convierte en miedo y nervios”. Al producirse alguna experiencia de pánico escénico delante del jefe, en una entrevista de trabajo o en otras situaciones cotidianas, es cuando sentimos la necesidad de que nos enseñen a hablar en público.
A la escuela de Bárbara Garrigues se dirigen profesionales incentivados por sus empresas; también quienes han sufrido puntualmente algún episodio de bloqueo, o ejecutivos júnior que quieren mejorar sus habilidades en comunicación. “Hablar bien no es un don”, dice la experta. “Quizá no logres ser el mejor orador, pero siguiendo unas pautas lograrás comunicar lo que deseas”. Según Garrigues, en esto de la oratoria, la igualdad entre hombres y mujeres no existe: “Ellas son mejores comunicadoras por su empatía natural, que busca prestar atención y entender lo que su interlocutor dice, y manifiestan menos temor que ellos a la proximidad”.
Ahora bien, ¿cómo convertirnos en oradores tan audaces como el mismísimo Obama con su Yes, we can? “Comunicar tiene que ver con seducir; aquí no buscamos sexo, sino empatía con quien nos escucha para que se quede con el mensaje que queremos darle”, explica Garrigues. Empiezan por trabajar aspectos no verbales, ya que “el miedo se ve: respiras con agitación, abres más los ojos, sudas… Quien habla contagia su estado anímico al otro; es básico aprender a relajarse, eliminar los gestos de inquietud. Y muévete como quieras, pero siempre con naturalidad”.
La voz es otra de las herramientas que debemos afinar en este juego de persuasión. La formadora de Escuela de Comunicación recomienda mirar al interlocutor a los ojos: “Nos dan información de lo que piensa, si está atento, ha desconectado o se aburre. En función de eso, modularemos el volumen y el tono, haremos pausas y cambiaremos el ritmo”. ¿Y cómo triunfar con el contenido de nuestra charla? Es preciso convencer al otro para que siga a la escucha. “Si lo tratas con honestidad, lo conseguirás. Nunca aprendas tu speech de memoria, pero lleva preparada una especie de hoja de ruta mental para que, si te pierdes, puedas reorientarte. Y piensa que la comunicación se produce entre iguales: no muestres superioridad ni inferioridad ante tu interlocutor”, concluye Garrigues.
No sabemos si usted ha seguido leyendo hasta aquí. Si es así, estupendo; eso significa que hemos captado su atención y hemos transmitido, con más o menos acierto, nuestro mensaje. Que lo hubiéramos logrado viva voce… es otra historia.
elpaissemanal@elpais.es
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