Cuando no hay justicia, la turba dicta sentencia
El linchamiento de dos encuestadores tomados por secuestradores conmociona a México
El lunes 19 de octubre, una turba linchó a dos hermanos y quemó sus cadáveres en la plaza de un pueblo mexicano. Un par de días después, un reportero local que estuvo allí me contó lo que más le perturbó: “La noche era fría, y vi a gente calentándose las manos con la hoguera que estaban generando los cuerpos”. Los habían acusado de ser secuestradores de niños, y aunque eran encuestadores, aunque los dos hermanos eran inocentes, a la turba le dio lo mismo: se los sacó de las manos a la policía municipal y los asesinó. Fue otra manifestación macabra de las ausencias de Estado de derecho en México. Más de 1.000 vecinos se reunieron en la plaza para contemplar el espectáculo. Entre ellos, niños.
En México no existe ningún registro oficial de linchamientos. Tampoco un protocolo de seguridad específico para afrontar estas situaciones, pese a que los contados investigadores que le prestan atención al tema afirman que es un fenómeno creciente desde hace una década. El tópico al uso lo atribuye a enquistes de ignorancia y atavismo. Sin embargo, los estudiosos los interpretan como una expresión de un cóctel mexicano contemporáneo: instituciones débiles, desconfianza en la policía, desconfianza en la justicia, crímenes impunes por doquier, descomposición del tejido social.
Ese brebaje me lo resumió hace dos años una señora mayor al día siguiente de que hubiesen intentado colgar a un hombre en la plaza de su pueblo, cerca de México DF: “Antes era más bonito, no había tanto ratero ni el famoso narco. Éramos más poquita gente y ahora ya somos muchos. Eso es lo que nos descompuso, que ya somos demasiados”. Aquella vez llegaron los antidisturbios con gases lacrimógenos y la turbamulta salió corriendo con la soga en la mano. Al hombre lo recogieron hecho puré de los palos que le habían dado y lo llevaron al hospital. Sobrevivió. Lo habían acusado de “robarse dos muchachitas”. En México, donde a la justicia no se la espera, a veces —ya demasiadas sin reacción oficial— el pueblo dicta sentencia.
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