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Crítica
Crónica
Texto informativo con interpretación

Los dos Plácidos

El tenor se ha reinventado como un selectivo barítono y esquiva al fantasma del retiro

Plácido Domingo (izquierda) y Roberto Tagliavini en el estreno de "I due Foscari".
Plácido Domingo (izquierda) y Roberto Tagliavini en el estreno de "I due Foscari".Javier del Real (EFE)

Mercadante compuso una ópera de ambiente sevillano en torno a dos Fígaros, Verdi hizo luego lo propio –en una sombría Venecia renacentista– sobre dos Foscari (padre e hijo) y Plácido Domingo ha decidido también duplicarse en vida: por un lado, el tenor torrencial, omnívoro, hiperactivo, ubicuo, polimorfo y casi eterno, capaz de cantar durante décadas prácticamente todos los papeles de su tesitura; por otro, y ese es el segundo Plácido actual, ha esquivado al fantasma de la retirada con un nuevo avatar en el que se ha reinventado como un selectivo barítono, lo que está permitiéndole dilatar aún más una carrera que precisa muchos adjetivos para poder calificarla con justeza y justicia.

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Por edad, por prestancia y por sabiduría, el dogo Francesco Foscari es un personaje perfecto para él, siempre y cuando se acepte, claro está, que se ha producido real y eficazmente ese trasvase del tenor de otrora al barítono de ahora. Además, a Madrid ha venido a cantarlo en versión de concierto después de haberlo rodado sobradamente en los escenarios de la Ópera de Los Ángeles (2012), el Palau de les Arts de Valencia (2013), la Royal Opera House de Londres y el Theater an der Wien (2014) y, hace tan solo cuatro meses, el Teatro allá Scala de Milán. Aquí, con la placidez añadida de contar en la dirección musical con un compatriota, Pablo Heras-Casado, con el que le gusta colaborar y tiene muy buena sintonía.

Tras el fiasco de hace un año, cuando canceló su participación como director y cantante en el doblete formado por Goyescas y Gianni Schicchi, su público madrileño estaba deseando volver a aplaudirlo. Domingo, que se las sabe todas, guardó lo mejor de su arte y de su voz para la última aria de Francesco Foscari, la de mayor lucimiento dramático. Y fue justamente vitoreado, también en los aplausos finales, ahora ya con el público puesto en pie. Pero todo esto formaba parte del guion. Mayor mérito tienen las espontáneas aclamaciones para el tenor Michael Fabiano, que fue creciéndose más y más a partir de un comienzo muy dubitativo: con una voz hermosísima y una línea de canto que porta aromas de otros tiempos, fue también el único que intentó algo parecido a la caracterización de su personaje, el desdichado Jacopo Foscari. Angela Meade, por el contrario, tiende a que la facilidad de su canto devenga en superficialidad. Con recursos vocales y técnicos sobrados, en sus intervenciones faltaron reposo e intención, transmitiendo a menudo la poco agradable sensación de estar cantando con el piloto automático.

Pablo Heras-Casado abrió el fuego con un Preludio vigoroso y lleno de aristas. Esa fue la tónica general de los coros y de muchos momentos de la ópera, pero I due Foscari es también pródiga en pasajes de gran intimismo en los que faltó un mayor contraste y un lirismo más acentuado. En general, hubo demasiada premura, por no hablar de cómo fueron mutiladas inmisericordemente varias cabalette, algo difícil de justificar en una ópera tan corta y tan atada aún a las convenciones de la ópera de números cerrados: Verdi estaba aprendiendo, sí, pero sabía muy bien lo que hacía. El granadino también echó el resto en la escena final, en la que el barítono Domingo, por fin, consiguió emular y situarse a la altura –que no es poco– de Plácido, el tenor.

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