Mi psicoterapeuta me da LSD
El ácido y el éxtasis comenzaron sus vidas como complemento para la psicoterapia. Estos son los psiquiatras renegados que buscan recuperar su uso con fines médicos
El timbre de la puerta de Friederike Meckel Fischer sonó a las 6:30 de la mañana del jueves 29 de octubre de 2009. Diez policías esperaban en la calle. Una vez dentro, registraron la casa, esposaron a Friederike, una diminuta mujer de 60 años, y a su marido, y se los llevaron a un centro de prisión preventiva. Les hicieron fotos y les tomaron huellas, y después les metieron en sendas celdas de aislamiento. Unas horas más tarde, Friederike, psicoterapeuta, fue llevada a la sala de interrogatorios.
El oficial de guardia le leyó el compromiso de confidencialidad que ella requería de cada uno de sus clientes al comienzo de sus sesiones de terapia de grupo. "Fue entonces cuando supe que me había metido en un buen lío", cuenta ella.
"Prometo no divulgar la ubicación, ni el nombre de la medicación, ni el de las personas presentes. Prometo no lastimarme ni a mí ni a los demás en forma alguna, durante o después de esta experiencia. Prometo salir de esta experiencia más sano y más sabio. Me hago personalmente responsable de lo que aquí haga".
La policía suiza había recibido el chivatazo de una antigua cliente cuyo marido la había dejado tras acudir juntos a terapia. Responsabilizaba a Friederike.
Pero lo verdaderamente problemático, para Friederike, era la falta de ortodoxia de su método terapéutico. Como complemento adicional a sus sesiones independientes de terapia conversacional clásica, ella ofrecía un catalizador, una herramienta que ayudara a sus clientes a reconectar con sus sentimientos, con la gente de su entorno y con sus vivencias traumáticas pasadas. El catalizador era LSD. En muchas de sus sesiones, también se hacía uso de otra sustancia: el MDMA, o éxtasis.
Friederike fue acusada de poner en peligro a sus clientes, de traficar con drogas con fines lucrativos y de ser una amenaza para la sociedad por alentar el uso de "drogas intrínsecamente peligrosas". Este tipo de terapia psicodélica está al margen tanto de la psiquiatría como de la sociedad. Sin embargo, el LSD y el MDMA comenzaron sus vidas como fármacos terapéuticos, y existen ensayos clínicos recientes que tratan de evaluar si podrían volver a serlo.
'Mi hijo monstruo'
En 1943, Albert Hofmann, un químico del laboratorio farmacéutico Sandoz, en Basilea, Suiza, estaba trabajando en el desarrollo de un medicamento capaz de contraer los vasos sanguíneos, cuando ingirió una pequeña cantidad de dietilamida de ácido lisérgico, o LSD, accidentalmente. Sus efectos le estremecieron. Tal y como dejó escrito en su libro, "L.S.D.: mi hijo monstruo":
"La forma de los objetos, así como la de mis compañeros de laboratorio, parecía estar sometida a cambios de óptica... La luz era tan intensa que resultaba desagradable". Al correr las cortinas caí de inmediato en un peculiar estado de embriaguez, caracterizado por una imaginación exacerbada. Con los ojos cerrados, aparecían ante mí fantásticas imágenes de colores intensos y de una extraordinaria plasticidad. Dos horas más tarde, este estado se fue aplacando de manera gradual y fui capaz de cenar con buen apetito".
Intrigado, decidió volver a tomar la droga, esta vez en presencia de sus colegas, para determinar si se trataba de la verdadera responsable. Los rostros de sus compañeros pronto se volvieron "grotescas máscaras pintadas", escribe.
"Perdí la noción del tiempo: el tiempo y el espacio estaban cada vez más desordenados, y me asaltó el miedo a estar volviéndome loco", escribió el descubridor del LSD
"Perdí la noción del tiempo: el tiempo y el espacio estaban cada vez más desordenados, y me asaltó el miedo a estar volviéndome loco. Lo peor de todo era estar plenamente consciente de mi condición pero no poder hacer nada por detenerla. A ratos me sentía como si estuviera fuera de mi cuerpo. Creí que había muerto. Mi ego estaba suspendido en algún lugar en el espacio y vi mi cuerpo tendido, inerte sobre el sofá. Pude observar claramente, y tomar nota, de cómo se desplazaba mi alter ego, gimiendo por la habitación".
Pero lo que más captó más su atención, aparentemente, fue lo que sintió a la mañana siguiente: "El desayuno estaba delicioso. Fue un placer extraordinario. Cuando salí al jardín más tarde, donde resplandecía el sol tras una lluvia primaveral, todo brillaba y relucía como bajo una luz nueva . El mundo parecía recién creado. Todos mis sentidos vibraban en un estado de máxima sensibilidad que persistió durante todo el día".
Hofmann sentía que tan solo el hecho de recordar la experiencia en tan gran detalle, era en sí trascendental. Creyó que la droga podría ser verdaderamente relevante para la psiquiatría. Los laboratorios Sandoz, después de descartar su toxicidad con ratas, ratones y seres humanos, la puso en circulación enseguida, para uso científico y médico.
Uno de los primeros en empezar a utilizar el medicamento fue Ronald Sandison. Este psiquiatra británico visitó Sandoz en 1952 e, impresionado por las investigaciones de Hofmann, retiró 100 ampollas de lo que entonces se llamaba Delysid. Sandison comenzó a dárselo de inmediato a aquellos pacientes del Hospital Powick, en Worcestershire, que no lograban avances con la psicoterapia tradicional. Tres años más tarde, los mandamases del hospital estaban tan satisfechos con los resultados que construyeron una nueva clínica de LSD. Los pacientes llegaban por la mañana, tomaban su dosis, y se recostaban en habitaciones privadas. Cada uno tenía un tocadiscos y una pizarra para dibujar, y enfermeras o asistentes que les observaban periódicamente. A las cuatro de la tarde, los pacientes se reunían y conversaban sobre sus experiencias. Después, un chófer les llevaba a sus casas, a menudo aún bajo los efectos de la droga.
Más o menos por aquel entonces, en Canadá, otro psiquiatra británico, Humphery Osmond, experimentaba con la utilización del LSD para ayudar a que los alcohólicos pudieran dejar la bebida. Declaró que la droga, en combinación con apoyo psiquiátrico, lograba tasas de abstinencia del 40% al 45%, muy superiores a las de cualquier tratamiento del momento o desde entonces. En otros lugares, los estudios con pacientes terminales de cáncer mostraban que la terapia con LSD era capaz de mitigar el dolor severo, mejorar la calidad de vida y aliviar el miedo a la muerte.
En Estados Unidos, la CIA probó a dar LSD a ciudadanos desprevenidos, para comprobar si esto les hacía revelar sus secretos. Mientras tanto, en la Universidad de Harvard, Timothy Leary, alentado por el poeta beat Allen Ginsberg, se lo daba a artistas y escritores, quienes procedían a su vez a describir sus experiencias. Cuando se corrió la voz de que facilitaba drogas a sus alumnos, los agentes de las fuerzas del orden comenzaron a investigar y la universidad alertó a los estudiantes contra el consumo de ácido. Leary aprovechó entonces la oportunidad para predicar sobre el poder de esta como vía hacia el desarrollo espiritual. Esto pronto provocó su despido de la facultad, lo que no hizo más que acrecentar la fama de ambos. El escándalo había captado la atención de la prensa, y pronto todo el país había oído hablar del LSD.
Para 1962, Sandoz estaba ya recortando la distribución del LSD, a causa de las restricciones en experimentación con drogas sobrevenidas tras un escándalo farmacológico totalmente distinto: los defectos de nacimiento vinculados a la talidomida, un medicamento contra las náuseas del embarazo. Paradójicamente, las restricciones coincidieron con un aumento en disponibilidad del LSD; la formula no era complicada ni cara de obtener, y aquellos empeñados en hacerlo podían sintetizarla en grandes cantidades sin mayor dificultad.
Aún así, se desencadenó un pánico moral por sus posibles efectos sobre la mente de la juventud. Las autoridades también temían la asociación del LSD con la contracultura y la propagación de sentimientos antiautoritarios. Las peticiones de su prohibición a nivel nacional proliferaron, y muchos psiquiatras dejaron de utilizar el LSD según iba creciendo su mala reputación.
Una de las muchas historias que aparecieron en la prensa hablaba de Stephen Kessler, que asesinó a su suegra y después afirmó no recordar nada, pues estaba entonces "viajando con LSD". En el juicio se descubrió que había tomado el LSD un mes antes, y que en el momento del asesinato estaba sólo bajo los efectos del alcohol y de las pastillas para dormir, pero para millones de personas lo que lo había convertido en un asesino era el LSD. Otro artículo hablaba de estudiantes universitarios, cegados tras mirar fijamente al sol bajo los efectos de la droga.
En 1966 se convocaron dos subcomités del Senado de EEUU para escuchar las declaraciones de algunos médicos que aseguraban que el LSD provocaba psicosis y la "total pérdida de valores culturales", además de las declaraciones de partidarios del LSD como Leary o el senador Robert Kennedy, cuya esposa Ethel, se rumoreaba, había recibido terapia con LSD. "Tal vez hayamos perdido de vista el hecho de que, en cierta medida, podría sernos de una gran, gran ayuda, como sociedad, si supiéramos utilizarlo correctamente", dijo Kennedy, desafiando la decisión de la Food and Drug Administration de cesar todos los programas de investigación con LSD.
La posesión de LSD fue ilegalizada en el Reino Unido en 1966, y en EEUU en 1968. Su uso experimental en investigación todavía se permitía, bajo licencia, pero a causa del estigma añadido por su estatus jurídico, esta se hizo cada vez más difícil de conseguir. La investigación se detuvo, pero su uso ilícito con fines recreativos, no.
El MDMA
A sus 40 años de edad, y tras 21 de matrimonio, Friederike Meckel Fischer se enamoró de otro hombre. Lamentablemente, como no tardó en descubrir, este la utilizaba para escapar de su propio matrimonio. "Arrastraba un gran dolor interior, por el abandono de aquel hombre, y por mi marido, con quien era incapaz de conectar", cuenta ella. "Era como si viviera al margen de mí misma".
Su solución fue convertirse en psicoterapeuta. Asegura que nunca consideró ir a terapia; en la Alemania Occidental de los años 80 esta estaba generalmente reservada para trastornos más severos. Además, había sido educada para resolver sus propios problemas en lugar de buscar ayuda en los demás.
Friederike trabajaba por aquel entonces como médico laboral. Sabía reconocer que muchos de los problemas que observaba en sus pacientes tenían sus raíces en conflictos con jefes, colegas o familiares. "Llegué a la conclusión de que todos sus problemas estaban de alguna forma relacionados con cuestiones interaccionales", afirma.
Uno de sus antiguos profesores le recomendó probar una técnica llamada respiración holotrópica. Invento de Stanislav Grof, uno de los pioneros en la psicoterapia con LSD, esta consiste en un método para inducir estados alterados de conciencia mediante la aceleración e intensificación de la respiración, como la hiperventilación. Grof desarrolló la respiración holotrópica como respuesta a las prohibiciones mundiales del uso de LSD.
Friederike pasó un período de tres años, yendo y viniendo a EE UU en vacaciones, bajo la tutela de Grof, para convertirse en orientadora en respiración holotrópica. Hacia el final, Grof la alentó a probar con drogas psicodélicas.
Durante el último seminario, un colega le entregó dos pastillitas azules como regalo. Y a su regreso a Alemania, Friederike compartió una de ellas con su amigo Konrad, el que más tarde se convertiría en su marido. Ella cuenta que sintió como era izada por una ola y lanzada sobre una playa blanca, capaz de acceder a partes de su psique que le habían estado vetadas hasta entonces. "Mi primera experiencia fue sobrecogedora", insiste. "Pensé: 'ya está. Soy capaz de ver las cosas'. Sentía por primera vez. Aquello fue, para mí, increíble".
Los estudios con pacientes terminales de cáncer mostraban que la terapia con LSD era capaz de mitigar el dolor severo, mejorar la calidad de vida y aliviar el miedo a la muerte
Las pastillas contenían MDMA, una droga que hizo su aparición estelar en 1976, cuando el químico norteamericano Alexander 'Sasha' Shulgin la rescató del olvido, 62 años después de haber sido patentada por Merck. En una historia similar a la de los orígenes del LSD, Shulgin anotó, tras tomarla, sentimientos de "pura euforia" y una "sólida fuerza interior". Sintió que podía "hablar sobre asuntos profundos o personales con una claridad especial". Se la presentó a su amigo Leo Zeff, un psicoterapeuta jubilado que había trabajado con LSD y que creía que la obligación de ayudar a sus pacientes se anteponía al cumplimiento de la ley. Zeff había seguido trabajando con LSD, en secreto, después de su prohibición. El potencial del MDMA hizo que Zeff abandonase su retiro. Viajó por EE UU y Europa instruyendo a terapeutas en el tratamiento con MDMA. Lo bautizó como 'Adán', porque llevaba al paciente a un estado de inocencia primordial. Pero al mismo tiempo, en la escena nocturna, se daba a conocer bajo otro nombre: éxtasis.
El MDMA se ilegalizó en el Reino Unido en 1977, como parte de una sentencia que colocó a toda su familia química en la categoría más estrechamente controlada: la clase A. En EE UU, la Drug Enforcement Administration (DEA), creada por Richard Nixon en 1973, la prohibió temporalmente en 1985. Si bien el juez recomendó, en una vista para decidir su estatuto definitivo, su colocación en el cuadro tres, que permitiría su uso terapéutico. Pero la DEA revocó la decisión del juez y metió el MDMA en el cuadro uno, la más restrictiva de las categorías. Bajo influencia americana, la Comisión de Estupefacientes de las Naciones Unidas le otorgó al MDMA una clasificación similar en derecho internacional (a pesar de que un comité de expertos seleccionado por la Organización Mundial de la Salud que sostuvo que ese tipo de restricciones, tan severas, no tenían justificación).
Permisos especiales para investigar
Como parte del acuerdo de Naciones Unidas sobre sustancias psicotrópicas, las sustancias dentro del cuadro uno pueden utilizarse con fines de investigación. En Gran Bretaña y EE UU, tanto investigadores como instituciones deben solicitar permisos especiales, siendo estos muy costosos de obtener. Localizar fabricantes dispuestos a suministrar sustancias controladas resulta igualmente complicado.
Pero en Suiza, que por aquel entonces no había firmado el acuerdo, un pequeño grupo de psiquiatras había convencido al gobierno para que permitiera el uso de LSD y MDMA en terapia. Desde 1985, hasta mediados de los noventa, se permitió que los terapeutas con permiso facilitasen las drogas a cualquier paciente, que enseñaran su modo de uso a otros terapeutas, y que ellos mismos las tomaran, bajo escasa supervisión.
Friederike creía que el MDMA podría ayudarla a obtener una comprensión más profunda de sus propios problemas, así que solicitó una plaza en un curso de "terapia psicolítica" en Suiza. En 1992, Konrad y ella accedieron a un grupo de formación dirigido por Samuel Widmer, un terapeuta con licencia.
Sin un escenario apropiado, sin un terapeuta que sepa lo que está haciendo, y sin compromiso por parte del cliente, se va directo hacia el mal viaje"
El curso tenía lugar en fines de semana, cada tres meses, en la casa de Widmer en Solothurn, una ciudad al oeste de Zurich. La toma repetida de sustancias, doce veces en total, formaba parte fundamental del curso, para conocer a fondo sus efectos y llevar a cabo un proceso de auto-exploración. Friederike cuenta que sus experiencias con la droga le mostraron hasta qué punto había estado su vida empañada por la pérdida de su padre, a la edad de cinco años, y por las dificultades de tener que crecer en la Alemania Occidental de posguerra.
"Puedo establecer relaciones y detectar interconexiones entre cosas que antes era incapaz de ver", asegura, tras sus experiencias con MDMA. "Ahora podía dirigir la vista hacia experiencias difíciles de mi biografía sin verme inmediatamente arrastrada por ellas". Podía, por ejemplo, observar una experiencia traumática sin llegar a conectar con los sentimientos horribles del momento. Era consciente de lo horrible, capaz de percibir el miedo que había pasado, pero sin llegar a sentirlo".
Vivencias trascendentes
Es habitual, en las experiencias psicodélicas, hablar de vivencias trascendentes, de tipo espiritual. Ya en la década de los sesenta, Walter Pahnke, un estudiante de Timothy Leary, realizó un célebre experimento en la Capilla Marsh de la Universidad de Boston, que demostró que las drogas psicodélicas eran capaces de inducir ese tipo de estados.
Pahnke dio una gran dosis de psilocibina, el ingrediente activo en las setas alucinógenas, a diez voluntarios, y ácido nicotínico, un placebo activo, a otros diez, para provocarles una sensación de hormigueo sin efectos mentales. Ocho miembros del grupo de la psilocibina experimentaron vivencias espirituales, en contraste con solamente uno del grupo que tomó el placebo. En estudios posteriores, los investigadores han podido identificar algunas de las características clave en este tipo de experiencias, como la inefabilidad, la incapacidad de expresar algo con palabras, y la paradoja, la creencia en dos verdades contradictorias al mismo tiempo; o la sensación de estar más en conexión con las cosas o con los demás.
"La experiencia puede resultar particularmente provechosa cuando somos capaces de sentir una conexión incluso con aquellos que nos han hecho daño, y comprendemos qué pudo haberles llevado a comportarse tal y como hicieron", asegura Robin Carhart-Harris, un investigador en drogas psicodélicas del Imperial College de Londres. "Creo que la capacidad que tienen los psicodélicos para hacernos alcanzar este tipo de percepciones evidencia su valor, y sirve como testimonio de por qué pueden ser tan relevantes y eficaces como herramienta terapéutica. Creo que estas sensaciones sólo se dan una vez vencidas ciertas barreras defensivas. Estas defensas bloquean el camino hacia ese tipo de percepción".
Él compara la sensación de conexión con cosas más allá de uno mismo con el "efecto panorámico" que sienten los astronautas al observar la Tierra desde el espacio. "De repente se les antoja: 'Qué tontería, para mí y para todos, esto de enzarzarnos en conflictos y prejuicios nimios, sobredimensionados sólo porque nos parecen importantes a nosotros'. Cuando abarcas la inmensidad de la Tierra desde el espacio, con la mirada puesta abajo, todo se pone en perspectiva. Creo que los psicodélicos producen una visión panorámica similar".
Así es una sesión
Carhart-Harris dirige el primer ensayo clínico que estudia la psilocibina como tratamiento para la depresión. Es uno de los pocos investigadores en el mundo que sigue adelante con la investigación en terapia psicodélica. Hasta el momento, doce personas han tomado parte en su estudio.
Comienzan con un escáner cerebral y una extensa sesión psiquiátrica preparatoria. El día de su terapia, entran a las 9 de la mañana, rellenan un cuestionario, y se someten a las pruebas necesarias que certifiquen que no han tomado otras drogas. La sala de terapia ha sido decorada con cortinas, adornos, brillantes luces de colores, velas eléctricas y un aromatizador. Un estudiante de doctorado, que también es músico, ha preparado una lista de reproducción que el paciente puede escuchar con auriculares, o bien a través de los altavoces de alta calidad instalados en la sala. Pasan la mayor parte de la sesión tendidos sobre una cama, explorando sus propios pensamientos. Dos psiquiatras se sientan con ellos, e interactúan cuando el paciente tiene ganas de hablar. Los pacientes tienen dos sesiones de terapia: la primera con una dosis baja y la siguiente con una alta. Más tarde, tienen una sesión de seguimiento para ayudarles a integrar sus experiencias y cultivar formas más saludables de pensamiento.
Nos encontramos con Kirk, uno de los participantes, dos meses después de su sesión con dosis alta. Kirk sufrió una depresión, sobre todo desde la muerte de su madre hacía tres años. Experimentaba patrones arraigados de pensamiento, como si diera vueltas y más vueltas en un circuito de pensamientos negativos: "Me faltaba motivación, no hacía gran cosa, no hacía casi ejercicio, me mostraba más asocial y tenía bastante ansiedad. Sencillamente iba empeorando. Hasta que llegó un punto en que me sentí desesperado. No tenía relación alguna con lo que estaba pasando realmente en mi vida. Tenía un montón de cosas buenas a mi favor. Tengo trabajo, un buen trabajo. Tengo familia, pero de verdad que es como una ciénaga en la que te vas hundiendo".
En el punto álgido de su experiencia psicodélica, Kirk se sintió profundamente afectado por la música. Se dejó llevar por ella y se sintió extasiado. Cuando la música era triste, pensaba en su madre, que había pasado años enferma hasta su muerte. "Solía ir a verla al hospital y muchas veces me la encontraba durmiendo, pero no la despertaba; sólo me sentaba en la cama. Ella reconocía mi presencia y se despertaba. Era una sensación rebosante de amor. Reviví ese momento de una forma bastante intensa. Creo que aquello me hizo bastante bien, de alguna manera. Creo que me ayudó a desprenderme".
Durante la terapia, hubo algún que otro momento de ansiedad, como cuando empezaron a manifestarse los efectos de la droga y Kirk sintió frío, y le dio por preocuparse por su respiración. Pero los terapeutas lo tranquilizaron, y la sensación desagradable pasó. Observó brillantes colores, "como si estuviera en una feria", y sintió vibraciones atravesando su cuerpo. En un momento dado vio a Ganesh, el dios hindú con forma de elefante, mirándolo como quien supervisa a un niño.
Aunque la experiencia le había conmovido, no notó una gran mejoría sobre su estado de ánimo en los diez días posteriores. Entonces, mientras iba de compras con amigos, un domingo por la mañana, sintió una sacudida. "Sentí como si hubiera espacio a mi alrededor. Como si mi madre aún siguiera con vida, como cuando conocí a mi pareja y todo estaba más o menos bien. Todo esto era aún más sorprendente porque hacía tiempo que no sentía nada igual".
Ha tenido altibajos desde entonces, pero en general, se siente mucho más optimista. "Ya no siento aquella negatividad. Me relaciono más; estoy haciendo cosas. Aquella especie de lastre, aquel sentimiento reprimido, se ha ido, lo cual es increíble, de verdad. Me ha quitado un buen peso de encima".
Otro de los participantes, Michael, llevaba treinta años luchando con la depresión, y había probado casi todos los tratamientos disponibles. Antes de formar parte del estudio, había prácticamente perdido toda esperanza. Desde el día de su primera dosis de psilocibina se ha sentido completamente diferente. "Me cuesta creer lo mucho que han cambiado las cosas, con tanta rapidez", asegura. "Mi enfoque sobre la vida, mi actitud, mi manera de ver las cosas, todo, en un solo día".
Desde 1985, hasta mediados de los noventa, se permitió que los terapeutas suizos con permiso facilitasen las drogas a cualquier paciente, que enseñaran su modo de uso a otros terapeutas, y que ellos mismos las tomaran, bajo escasa supervisión
Una de las fases más valiosas de la experiencia le ayudó a superar su miedo a la muerte, profundamente arraigado. "Sentí que se me mostraba lo que venía después, una especie de más allá", cuenta. "No soy una persona religiosa y ni siquiera me atrevería a decir que tengo algo de espiritual, pero sí sentí que experimentaba algo de eso, que experimentaba una sensación de más allá, una especie de anuncio, y sentí una calma total, una relajación completa, estaba totalmente en paz. Así que cuando me llegue el momento, no tendré ningún miedo".
Tratar la adicción
Durante su formación con Samuel Widmer, Friederike también trabajó en una clínica para adictos. Disfrutaba de una empatía renovada, gracias a sus experiencias con las drogas. "De repente podía comprender a mis pacientes de la clínica, y su adicción al alcohol", cuenta ella. "Lo afrontaban de manera distinta a como yo lo hice. Tenían casi los mismos problemas o síntomas que yo, sólo que yo no me había dado a la bebida". La mayoría eran incapaces de hablar de los sentimientos que aquellas experiencias les provocaron. Y ella se preguntaba si una experiencia con MDMA podría ayudarles a liberar esas emociones.
El MDMA es el pariente más dócil de los psicodélicos clásicos: la mescalina, la psilocibina, el LSD y la DMT. Estos tienen efectos que pueden resultar perturbadores, como las distorsiones sensoriales, la disolución del sentimiento de identidad personal o el vívido resurgir de recuerdos traumáticos. Los efectos del MDMA son menos duraderos, lo que hace que sea más fácil de manejar en una sesión de psicoterapia.
Friederike abrió su propia consulta de terapia psicodélica en Zurich en 1997. Pocos años más tarde comenzó a celebrar sesiones de terapia grupal psicodélica en su casa los fines de semana; invitaba a aquellos pacientes que no habían conseguido progresar con la terapia hablada tradicional.
Ya en la década de los cincuenta, los psiquiatras habían reconocido la importancia del contexto en el tipo de experiencia que cabe esperar de una toma de LSD. Hacían hincapié en la importancia del "conjunto" (el estado anímico del usuario, sus expectativas y experiencia) y del "escenario", el entorno físico donde se haría la toma, los sonidos y elementos ambientales, y el resto de personas presentes.
Un entorno amable y la presencia de un terapeuta experimentado pueden reducir el riesgo de un "mal viaje", pero aún así las experiencias escalofriantes ocurren. Según Friederike, forman parte de la experiencia terapéutica. "Si el cliente es capaz de atravesar el mal viaje o de dejarse guiar, de trabajarlo, este se convierte en la piedra angular en el camino hacia sí mismo", asegura. "Pero sin un escenario apropiado, sin un terapeuta que sepa lo que está haciendo, y sin compromiso por parte del cliente, se va directo hacia el mal viaje".
Sus clientes acostumbraban a llegar a su casa un viernes por la noche, hablaban de sus temas más recientes y debatían sobre las metas a alcanzar durante la sesión con drogas. El sábado por la mañana, se sentaban en un círculo de esterillas, reafirmaban su compromiso de confidencialidad y cada uno tomaba la dosis de MDMA previamente acordada con Friederike.
Puedo establecer relaciones y detectar interconexiones entre cosas que antes era incapaz de ver. Ahora podía dirigir la vista hacia experiencias difíciles de mi biografía sin verme inmediatamente arrastrada por ellas"
Friederike comenzaba con un período de silencio y luego ponía música, y hablaba con los clientes individualmente o como grupo, para ir trabajando cada uno de los temas. A veces pedía a algún miembro del grupo que asumiera el papel de algún familiar de otro cliente, y que debatieran entre ellos los problemas en su relación. Por la tarde hacían lo mismo con LSD, lo que a menudo hacía sentir a los participantes que estaban reviviendo recuerdos traumáticos del pasado. Friederike les asistía durante el trauma, para ayudarles a comprenderlo de manera diferente. El domingo, hablaban sobre las experiencias del día anterior y sobre cómo hacer para integrarlas en sus vidas.
A pesar de todo ello, el consultorio de Friederike no era legal. El gobierno suizo dejó de emitir licencias para el uso terapéutico de estas sustancias alrededor de 1993, tras la muerte en Francia de un paciente bajo los efectos de la ibogaina, otra droga psicotrópica (más tarde se determinó que había muerto por un problema cardíaco sin diagnosticar).
Los pioneros en la investigación con LSD no tenían forma alguna de observar lo que ocurría en el interior del cerebro. Pero ahora tenemos el escáner de resonancia magnética funcional. Robin Carhart-Harris ha llevado a cabo estudios de este tipo con la psilocibina, el LSD y el MDMA. Cuenta que hay dos principios básicos que determinan el funcionamiento de los psicodélicos clásicos. El primero es la desintegración: las piezas que componen las diferentes redes cerebrales van perdiendo cohesión. El segundo es la desegregación: los sistemas especializados en ciertos tipos de funciones, según se desarrolla el cerebro, se vuelven, en sus propias palabras, "menos diferentes" los unos de los otros.
Estos efectos explican, de algún modo, la forma en que los psicodélicos podrían ser terapéuticamente beneficiosos. Algunos trastornos, como la depresión y la adicción, están relacionados con ciertos patrones de actividad cerebral particularmente difíciles de romper. "Una vez el cerebro se adentra en esos patrones, unos patrones patológicos, estos pueden quedar firmemente arraigados. El cerebro gravita hacia este tipo de patrón con facilidad, y una vez allí, se queda atrapado. Son como remolinos, la mente es arrastrada por ellos y se queda pillada.
"Caos" en el cerebro
Los psicodélicos disuelven los patrones y la organización, introduciendo "una especie de caos", cuenta Carhart-Harris. Por otro lado, el caos podría considerarse algo negativo, vinculado a asuntos como la psicosis, una especie de "tormenta mental", tal y como él la define. Pero también podríamos ver cierto valor terapéutico en el caos. "La tormenta podría llegar y arrastrar consigo algunos de los arraigados patrones patológicos presentes, tras los que se esconde un trastorno". Al menos en apariencia, los psicodélicos podrían, mediante este efecto en el cerebro, disolver o desintegrar los patrones arraigados de actividad cerebral patológica".
El potencial terapéutico sugerido por los estudios con escáner cerebral de Carhart-Harris convenció al Consejo de Investigación Médica del Reino Unido para que financiara el ensayo clínico con psilocibina para la depresión. Todavía es demasiado pronto para evaluar su éxito, pero los resultados, por el momento, son alentadores "Algunos de los pacientes todavía están en remisión, meses después de haber recibido tratamiento", explica Carhart-Harris. "Hasta entonces, sus depresiones eran muy severas. Así que yo creo que podemos considerar estos casos verdaderas transformaciones. No estoy seguro de que existan otros tratamientos con semejante potencial, como para transformar la situación de un paciente en tan solo dos sesiones".
A raíz de la prohibición del MDMA, el psicólogo norteamericano Rick Doblin fundó la Asociación Multidisciplinar de Estudios Psicodélicos (MAPS) para apoyar las investigaciones que busquen restablecer el empleo de psicodélicos en medicina. Cuando el psiquiatra suizo Peter Oehen escuchó que estaban financiando un estudio sobre el uso de MDMA para ayudar a personas con trastorno de estrés postraumático (TEPT), se subió a un avión y voló a Boston, en busca de Doblin.
Como Friederike, Oehen también cursó estudios de terapia psicodélica mientras fue legal en Suiza, a principios de los noventa. Doblin acordó dar su apoyo a un estudio pequeño, con doce pacientes, en la consulta privada de Oehen en Biberist, una pequeña ciudad a una media hora en tren de Berna, la capital suiza.
Oehen cree que el efecto euforizante, reductor del miedo y prosocial del MDMA hace de él una herramienta prometedora en el tratamiento psicoterapéutico del TEPT. "Muchos de los afectados han sido traumatizados por algún tipo de violencia interpersonal y han perdido su capacidad para interconectar, son desconfiados y distantes", asegura Oehen. "Esto les ayudaría a recuperar la confianza. Les ayudaría a construir de una relación terapéutica sólida y de confianza". También facilita un estado de ánimo al paciente desde el que poder afrontar sus recuerdos traumáticos sin sentirse angustiado, asegura, para que sea capaz de volver a tratar el trauma desde una óptica diferente.
Cuando se publicó el primer estudio de MAPS sobre el TEPT en EEUU, en 2011, los resultados fueron reveladores. Después de dos sesiones de psicoterapia con MDMA, 10 de los 12 participantes ya no cumplían los requisitos para el TEPT. Los beneficios eran todavía evidentes cuando se les hizo seguimiento, hasta tres y cuatro años después de la terapia.
Los resultados de Oehen fueron menos dramáticos, pero todos los pacientes que recibieron terapia asistida con MDMA percibieron alguna mejoría. "Todavía estoy en contacto con casi la mitad de ellos", asegura. "Aún puedo ver cómo algunos siguen mejorando después de años de proceso, resolviendo sus problemas. Esto se veía claramente durante el seguimiento a largo plazo; los síntomas mejoran con el tiempo porque las experiencias les permiten progresar de distinta forma a como lo harían con psicoterapia clásica. Este tipo de cambio - ser más abiertos, más sosegados y estar más dispuestos a afrontar temas difíciles - no deja de hacer efecto".
En las personas con estrés postraumático, la amígdala, una parte primitiva del cerebro que maneja la respuesta al miedo, es hiperactiva. Mientras que la corteza prefrontal, la parte del cerebro más sofisticada, que permite que los pensamientos racionales se antepongan al miedo, es hipoactiva. Los estudios imagenológicos del cerebro con voluntarios sanos han mostrado que el MDMA tiene el efecto opuesto: potenciar la respuesta de la corteza prefrontal y reducir la respuesta de la amígdala.
El botón de reseteo
Ben Sessa, un psiquiatra que trabaja en los alrededores de Bristol, en el Reino Unido, se prepara para llevar a cabo un estudio en la Universidad de Cardiff que demuestre si los afectados por TEPT responden al MDMA de la misma manera. Él cree que las experiencias negativas tempranas constituyen no son sólo la base del TEPT, sino también de muchos otros trastornos psiquiátricos, y que los psicodélicos podrían ofrecer a los pacientes la oportunidad de reprocesar esos recuerdos.
Cuando abarcas la inmensidad de la Tierra desde el espacio, con la mirada puesta abajo, todo se pone en perspectiva. Creo que los psicodélicos producen una visión panorámica similar"
"Llevo casi veinte años en psiquiatría y todos y cada uno de mis pacientes tiene un historial traumático", asegura. "A mi modo de ver, el maltrato infantil es causa directa de enfermedad mental. Una vez formada la persona, desde la infancia y la adolescencia hasta la edad adulta temprana, se vuelve muy complicado provocar que un paciente modifique su manera de pensar". Lo que consiguen los psicodélicos, más que cualquier otro tratamiento, asegura, es la posibilidad de "darle al botón de reseteo" y brindarle la ocasión al paciente de experimentar una nueva narrativa personal.
Sessa planea un estudio independiente para probar el MDMA como tratamiento para el síndrome de dependencia alcohólica, recogiendo el testigo de las investigaciones de Humphrey Osmond con el LSD, hace 60 años.
Cree que la psiquiatría de hoy sería muy diferente si la investigación con drogas psicodélicas hubiera progresado, sin interrupciones, desde la década de los cincuenta. Desde entonces, la psiquiatría ha dedicado toda su atención a los antidepresivos, los antipsicóticos y los estabilizadores del estado de ánimo. Estos medicamentos, comenta, ayudan a controlar el estado de un paciente, pero no son curativos, y además conllevan peligrosos efectos secundarios.
"Estamos demasiado acostumbrados a pensar en la psiquiatría como un campo médico de cuidados paliativos", asegura Sessa. "De que somos algo para toda la vida. Que si vienes a vernos por un trastorno grave de ansiedad a tus tempranos veinte años, seguirás bajo nuestra supervisión cuando alcances los setenta. Nos hemos acostumbrado a eso. Y creo que les estamos haciendo un flaco favor a nuestros pacientes".
¿Volverán los psicodélicos a ser alguna vez medicamentos legales? MAPS financia ensayos clínicos de psicoterapia asistida con MDMA para TEPT en EE.UU., Australia, Canada e Israel, y esperan haber acumulado suficientes pruebas como para que los reguladores le den luz verde en 2021. Mientras tanto, la Universidad John Hopkins y la Universidad de Nueva York llevan a cabo ensayos clínicos con psilocibina para el tratamiento de pacientes de cáncer desde 2007.
El tratamiento psicodélico puede conseguir que se ganen nuevas perspectivas, que se 'vea el mundo de un modo diferente'. Y eso está bien, pero si no se debe al aprendizaje de nuevas estrategias para lidiar con las realidades del mundo, el beneficio clínico será limitado
Cuando se les pregunta, pocos psiquiatras se atreven a dar su opinión acerca del uso legítimo de drogas psicodélicas en terapia. Uno de ellos es Falk Kiefer, director médico del Departamento en Comportamientos Adictivos y Medicina para Adictos del Instituto Central de Salud Mental en Mannheim, Alemania. Este se muestra escéptico acerca de la capacidad de la droga para modificar el comportamiento de los pacientes. "El tratamiento psicodélico puede conseguir que se ganen nuevas perspectivas, que se 'vea el mundo de un modo diferente'. Y eso está bien, pero si no se debe al aprendizaje de nuevas estrategias para lidiar con las realidades del mundo, el beneficio clínico será limitado".
Carhart-Harris dice que la única forma de cambiar la opinión de la gente es que la ciencia sea tan buena que los financiadores y reguladores no tengan forma de ignorarla. "La idea es que podamos presentar resultados realmente irrefutables, para que las autoridades que aún albergan reservas puedan empezar a cambiar de perspectiva y terminen convencidas de que esto es algo a tomar en serio".
Veinte años de cárcel
Friederike fue finalmente liberada tras trece días de arresto. Se presentó ante el juez en julio de 2010, acusada de violar la ley de narcóticos y poner en peligro a sus clientes, esto último podría haberle costado hasta veinte años de cárcel. Varios neurocientíficos y psicoterapeutas testificaron en su defensa, argumentando que una única dosis de LSD no puede considerarse una sustancia peligrosa, y que carece de efectos perjudiciales cuando se toma en un entorno controlado (el MDMA no fue incluido en la causa de la fiscalía).
El juez aceptó que Friederike había entregado drogas a sus clientes dentro de un marco terapéutico, mostrando una cuidadosa consideración por su salud y bienestar, y la consideró culpable de repartir LSD pero no de poner a nadie en peligro. Por el delito de narcóticos, recibió una multa de 2.000 francos suizos y una sentencia suspendida de 16 meses con dos años de libertad condicional.
"He sido bendecida con un abogado muy comprensivo y un juez inteligente", dice ella. Piensa, incluso, que la mujer que la denunció a la policía también fue una bendición, pues gracias al caso ahora puede hablar con total libertad de su trabajo con drogas psicodélicas. En la actualidad, y de forma ocasional, da discursos en conferencias sobre psicodélicos, y ha escrito un libro sobre su experiencia que, espera, servirá de guía a otros terapeutas que deseen abordar el trabajo con estas sustancias de forma segura.
Este artículo se publicó por primera vez en Mosaic y se publica de nuevo aquí con una licencia de Creative Commons.
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