Justin Trudeau, la cara amable de América
JUSTIN TRUDEAU podría confundirse con un surfista del Pacífico mexicano o un joven ejecutivo de Wall Street. Aparenta menos años de los 44 que tiene en realidad. Pasea un aspecto de eterno adolescente. Ocupa desde el 4 de noviembre de 2015 la jefatura del Gobierno de Canadá. Y cosecha clamorosas bienvenidas allá donde va, como la registrada durante una reciente mañana otoñal en el Canadian Tire Centre de Ottawa. Una multitud le recibe entusiasmada. La capital del país celebra con este acto el día del movimiento We, que promueve el compromiso social desde muy temprana edad. “Juntos cambiaremos el mundo”, proclama Trudeau. Mientras, 15.000 asistentes demuestran su admiración hacia su líder político, que rivaliza en popularidad con el otro gran Justin canadiense, de apellido Bieber.
Sobre el escenario, derrocha energía a pesar de no haber pasado la noche más plácida de su existencia. Los recientes comicios estadounidenses acaban de encumbrar a Donald Trump, polo opuesto de los ideales políticos de Trudeau. Tampoco hay país más importante para el mundo canadiense que Estados Unidos, su primer socio comercial. El liberal Trudeau alza la voz, a ratos en francés y a ratos en inglés, ante la joven concurrencia: “Trabajaré con la Administración de Trump de forma positiva, no únicamente para Estados Unidos y Canadá, sino para el mundo entero”. Su encrucijada consiste en que no puede dar la espalda al magnate Trump, pero al mismo tiempo necesita aunar fuerzas con los líderes de otros países para hacer frente a los populismos rampantes y defender visiones globales de gobernanza.
Tras un año en el poder, Trudeau ha dejado constancia de su carisma, una cualidad poco frecuente entre sus antecesores. Durante su ascensión, ha sabido explotar el potencial de las redes sociales, su verbo melodioso plagado de eslóganes, el porte de príncipe de Disney y las apariciones públicas impregnadas de buen rollo. Al poco de llegar al cargo, condenó a su antecesor, Stephen Harper, al olvido y reinsertó a Canadá en el camino del multilateralismo y el consenso. Aún queda por ver en qué terminan las promesas que ha lanzado como ráfagas.
Otro posible activo que sin embargo podría acabar convertido en losa para su carrera es la figura del padre. Pierre Elliott Trudeau fue un intelectual y primer ministro que transformó Canadá. Entre otras iniciativas de su legado, revisó la Constitución, posicionó al país como un actor internacional de peso, legó a sus ciudadanos una Carta de Derechos y Libertades. De su hijo Justin siempre se ha destacado el zigzagueante currículo y su condición de hijo de papá.
Justin Pierre James Trudeau nació el 25 de diciembre de 1971 en el Ottawa Civic Hospital, cuando su padre ocupaba la jefatura del Gobierno y estaba casado con Margaret Sinclair, casi tres décadas más joven que él. Pocos años después llegaron Alexandre y Michel, este último fallecido en un accidente en 1998. El pequeño Justin echó los dientes en actividades tan comunes entre los niños canadienses como el hockey sobre hielo y las excursiones a los bosques. También acompañó a su padre en encuentros con líderes mundiales.
Durante su ascensión, trudeau ha sabido explotar el poder de las redes sociales, su verbo melodioso, el porte de príncipe y el buen rollo.
“Mis recuerdos de la época en la que era yo el hijo del primer ministro no son siempre felices”, confiesa Justin Trudeau en Common Ground, su autobiografía publicada en 2014. “Hubo momentos tristes, la mayor parte de ellos ligados a las dificultades que vivían mis padres como pareja”. El matrimonio Trudeau se separó en 1977. Influyeron la diferencia de edades y la disparidad de intereses. “Mi madre fue una adelantada a su tiempo en el plano social. Se la veía como a una hippy que deseaba liberarse de las restricciones que su marido consideraba normales”, ha escrito Justin Trudeau. Margaret Sinclair afrontó en esos años profundos episodios de bipolaridad y fueron sonados sus escándalos con la jet-set internacional. Además del gran parecido físico con Sinclair, Justin Trudeau comparte con ella rasgos de su carácter. “Al igual que Margaret, tiene facilidad para conectar con la gente y muestra sensibilidad”, afirma la periodista Huguette Young, autora de Justin Trudeau, the Natural Heir (Justin Trudeau, el heredero natural). “Estos rasgos han sido muy importantes políticamente para Trudeau”.
Tras el tormentoso divorcio, el padre obtuvo la custodia de los niños y en 1984, al dejar el puesto de primer ministro, se instaló con ellos en Montreal. Justin estudió en el reputado colegio Jean-de-Brébeuf. Su profesor de francés y latín en esta institución fue Pierre Paul Daignault. “Era un buen alumno, aunque no un supercampeón, ya que tenía intereses en muchas otras materias”, cuenta el docente en un suburbio del sur de la ciudad. En 1994 se licenció en Bellas Artes por la Universidad McGill. Luego completó otra licenciatura en Educación por la Universidad de la Columbia Británica y trabajó como profesor en distintos colegios de Vancouver. Los fines de semana, completaba sus ingresos como monitor de esquí y portero de discoteca. Nada hacía presagiar entonces su interés por la política.
Algo empezó a fraguarse el 28 de septiembre de 2000. Las palabras que pronunció en el funeral de su padre provocaron reacciones entre el establishment político y los periodistas. “Él nos inculcó la necesidad de ir más lejos, poner a prueba los límites, desafiar a cualquiera”, leyó Trudeau en una parte del discurso. “Un hombre joven enterró a su padre; ha nacido una estrella”, proclamó al día siguiente el influyente diario The Globe and Mail. Pero la política tendría que esperar. Con su regreso a Montreal en 2002, dejó su huella en asuntos menores, como la aparición en la miniserie The Great War de la cadena CBC, donde interpretó a un héroe de guerra. No mostró madera de Marlon Brando, pero la crítica fue clemente con él. Sumó su voz a tertulias radiofónicas y ejerció como portavoz del organismo de voluntariado educativo Katimavik. “Usaba palabras y ejemplos muy precisos para motivarnos”, comenta una bibliotecaria en Montreal que participó en una de las iniciativas para jóvenes de esta institución. También se matriculó en estudios de Ingeniería y Geografía que acabaron aparcados.
Un apasionado reencuentro en 2003 le permitió forjar su faceta de hombre de familia en la que se apoya para proyectar una imagen idílica como primer ministro. Trudeau confiesa en su autobiografía la declaración de amor que hizo a Sophie Grégoire, presentadora de televisión a la que conocía desde la infancia: “Tengo 31 años y te he estado esperando desde hace 31 años”. Contrajeron matrimonio en 2005 y tienen tres hijos que suelen acompañar al padre en sus apariciones públicas. “La puesta en escena de familia perfecta forma parte del producto, de la propuesta de imagen que acompaña a este primer ministro”, dice Thierry Giasson, experto en comunicación política en la Universidad Laval. “El matrimonio tendrá problemas como todos, pero cuida los detalles y trabaja como un equipo”. Un tándem que ascendió al poder tras agarrar las riendas del Partido Liberal de Canadá.
“tiene ese lado hollywoodiense poco común en la cultura política de canadá”, dice huguette young, biógrafa de justin trudeau.
Los liberales gobernaron entre 1993 y 2006, hasta que el conservador Stephen Harper llegó al cargo de primer ministro. Tradicionalmente vistos como proclives a la multiculturalidad, a los programas sociales y a ubicarse en el centro de la cartografía política, los liberales vivieron un periodo de desgaste en el poder acompañado de luchas internas y escándalos de corrupción. Harper les infligió sucesivas derrotas en las urnas, mientras esperaban un sólido liderazgo que no llegaba. Ni Stéphane Dion, actual ministro de Asuntos Exteriores, ni Michael Ignatieff, intelectual de proyección internacional, lograron hacer frente a los conservadores. La sangría de votos se acentuaba por la creciente popularidad del Nuevo Partido Democrático, agrupación de centro izquierda. Hasta que Justin Trudeau decidió seguir los pasos de su padre.
Todo empezó en 2008, con la conquista de una circunscripción de Montreal. Tras la reelección en 2011, en marzo de 2012 apostó por una jugada maestra en términos de imagen: se batió en un combate de boxeo con un senador conservador para recaudar fondos benéficos. Ganó el liberal. “Trudeau no contaba aún con gran credibilidad en su partido, era visto como un peso ligero y este evento le fue de mucha ayuda”, señala Guylaine Maroist, que rodó con Éric Ruel God Save Justin Trudeau, documental sobre este combate. “No estaba amañado. Se arriesgó y ganó. La idea de la pelea fue suya. Tiene un excelente instinto para los medios”. Las figuras más reconocidas del partido sabían que necesitaban contar con un líder capaz de volver a encender la llama liberal. La corta experiencia política jugaba en contra de Trudeau, pero nadie igualaba el impulso que le brindaba su apellido ni la conexión con las masas. En abril de 2013 se puso al frente del partido.
Pablo Rodríguez nació en Argentina, pero llegó a Canadá a los siete años y actualmente ejerce como diputado federal. Trudeau se acercó a él por su experiencia en la vida política de Montreal. “Pronuncié el discurso de presentación de Trudeau la noche en que anunció su incursión en la política”, señala Rodríguez, quien se convirtió en su director de campaña en Quebec, tanto en el proceso para liderar el partido como en las elecciones con las que salió elegido primer ministro. “Fue un trabajo enorme entre logística, voluntarios, candidatos que impulsamos y que debían estar en constante comunicación. Unimos muchas fuerzas. Trudeau se empleó sin descanso”. Los conservadores contraatacaron poniendo en duda su preparación. En un evento benéfico en 2011 se despojó de un par de prendas para hacer reír a la audiencia, pero las imágenes fueron empleadas por los conservadores para ridiculizarle. Las encuestas mostrarían poco tiempo después que los ataques no habían hecho mella. Huguette Young, la biógrafa de Trudeau, asegura que la gran empatía que suscita entre los canadienses se debe a que le conocen desde que nació y a su capacidad para estar siempre en el punto de mira. “Tiene ese lado hollywoodiense poco común en la cultura política de Canadá”.
Su lema es “canadá está de vuelta”. El eslogan ha calado hasta en la portada de medios tan influyentes como el semanario ‘the economist’.
En su asalto al poder, enfrente tenía a Stephen Harper, el primer ministro conservador que durante casi un decenio había transformado buena parte de la política y la economía de Canadá privilegiando el equilibrio en las cuentas públicas, restringiendo la apertura migratoria, modificando las prioridades internacionales e impulsando las industrias extractivas. La estrategia de Trudeau dio en el blanco: prometió esperanza, se mostró como defensor de la clase media, citó el medio ambiente en sus discursos y celebró la multiculturalidad. “Hay que volver a los valores canadienses de toda la vida”, insistía. El dinero también fue su aliado. Las leyes electorales canadienses son rigurosas respecto a las recaudaciones para los partidos, que no reciben financiación de los poderes públicos ni de las empresas. Trudeau logró reactivar las donaciones de la base liberal. Según la publicación Elections Canada, en 2012 su partido recibió contribuciones por poco más de 8 millones de dólares canadienses. En 2014, con él al timón, llegaron a cerca de 15 millones. El 19 de octubre de 2015, los liberales ganaron las elecciones. El 4 de noviembre, cuando Trudeau presentó a su gabinete, un periodista le preguntó por qué resultaba importante para él que existiera en su equipo paridad en cuanto al número de hombres y mujeres. Trudeau esbozó una pequeña sonrisa y dijo: “Porque estamos en 2015”.
En su primer año de gobierno, la Administración de Trudeau ha realizado numerosas consultas entre sus diputados y la ciudadanía. Mélanie Joly dirige el Ministerio del Patrimonio Canadiense y cuenta que Trudeau no se deja llevar por el ego y concede gran importancia a la suma de opiniones. Alexandre Boulerice, diputado del Nuevo Partido Democrático (NPD), admite que consultar es bueno, pero que lo determinante es pasar a la acción: “Evolucionamos de un Gobierno que no escuchaba a nadie a otro que actúa poco y multiplica las consultas”. Una opinión similar la dio el diputado conservador Gérard Deltell a The Canadian Press: “Lo que hace Trudeau con las consultas es tratar de ganar tiempo. Es un Gobierno de imagen y no de sustancia”.
Lo que nadie pone en duda es su intención de desmarcarse de los valores conservadores. A tal fin puso en marcha una investigación nacional sobre las muertes de miles de mujeres indígenas por violencia machista y la propuesta para garantizar la protección de las personas transgénero. Su participación en los desfiles del orgullo gay en Vancouver, Toronto y Montreal le han convertido en el primer jefe de Gobierno de la historia canadiense en hacerlo. En los presupuestos multiplicó los gastos en infraestructuras para generar empleos, elevando el déficit público a 30.000 millones de dólares canadienses (unos 20.000 millones de euros). También ha firmado el Acuerdo de París para la reducción de gases de efecto invernadero y ha activado un impuesto sobre esta materia para las provincias canadienses. Y en el ámbito exterior, no todo se reduce a sus sonrisas ante las cámaras. “Canadá está de vuelta”. Es el lema que repite sin cesar para distanciarse de la política exterior de Harper, caracterizada por los recelos ante el multilateralismo. Trudeau ha acogido a 25.000 refugiados sirios, canceló la visa de entrada a Canadá para los mexicanos y ha ofrecido tropas para los Cascos Azules de Naciones Unidas sin dejar de estrechar lazos con China. Tras varios vaivenes, firmó en Bruselas el acuerdo de libre comercio con la Unión Europea.
La idea-fuerza de que “Canadá está de vuelta” se ha reflejado en la portada de medios de relevancia como el semanario The Economist, que recientemente ponía al país norteamericano como ejemplo para el mundo. Canadá exporta buenas vibraciones. “El liderazgo es un desafío. Hay que tener valor, impulsar lo que creemos, saber convencer a los demás”, proclamaba el dirigente en su reciente acto en Ottawa junto a miles de jóvenes tras la elección de Trump como presidente de Estados Unidos. Sus palabras provocan aplausos atronadores, aunque prevalece la incertidumbre de saber si esos mismos consejos que brinda le servirán en sus negociaciones con el nuevo inquilino de la Casa Blanca. Los temas sobre la mesa distan de ser livianos: la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte; las metas del Acuerdo de París en riesgo; comercio energético; conflictos bélicos en otros continentes… Fanático de Star Wars, lector de David Foster Wallace, admirador del recién fallecido Leonard Cohen (el artista fue una de las personas que cargaron el féretro de Trudeau padre en el sepelio), practicante de yoga: Justin Trudeau agrada a muchos y despierta recelos en otros tantos. Queda por conocer la visión de Trump.
Muchas de las críticas que ha cosechado tienen que ver con sus promesas electorales y con ciertas contradicciones. Aún no ha movido ficha para modificar la cuestionada ley antiterrorista C-51. Sí ha ratificado un contrato de venta de equipo militar a Arabia Saudí negociado por los conservadores, a pesar de diversas críticas nacionales. Y ha recibido peticiones de organizaciones para regular las actividades de las mineras canadienses en el exterior, algunas de ellas acusadas de provocar daños medioambientales y violaciones a los derechos humanos. El ciberespacio también ha albergado el ensañamiento con su familia, catalogada con el mote de Trudashians en referencia al reality televisivo protagonizado por la excéntrica familia de Las Kardashian. La sobreexposición mediática de Trudeau levanta pasiones encontradas.
De acuerdo a una encuesta de la firma Ipsos del pasado octubre, el 64% de los canadienses apoya su gestión. Peter Loewen, director de la Escuela de Política Pública y Gobierno de la Universidad de Toronto, señala que esto se explica en gran medida porque se ha mostrado muy activo en la escena internacional y todavía no ha abordado varios temas susceptibles de causar controversia. Tal es el caso de los puntos específicos relativos a la despenalización de la marihuana (Trudeau aceptó hace unos años haberla fumado cuando ya era diputado) y la aprobación de diversos proyectos de oleoductos. Thierry Giasson comenta desde la Universidad Laval que la imagen de cambio destilada por Trudeau le será efectiva hasta no hacer frente a los temas delicados. Entonces se verá si hay madera de líder.
Su proyección internacional ha sido acertada y ha aparcado los temas controvertidos.
Por el momento, la aprobación de su gestión alcanza altas y sorprendentes cotas en la provincia de Quebec, donde su apellido ha estado ligado durante décadas a una lucha contra las reivindicaciones independentistas. Pablo Rodríguez, su jefe de campaña en Quebec, aclara: “El padre tenía soluciones para problemas de su época y Justin las tiene para el presente. Una vez le acompañé en un recorrido por pueblos de Quebec, cuando daba sus primeros pasos en política. La gente reaccionó muy bien. Era sorprendente cómo se le acercaba”. Pero hay elementos más allá del carisma. “Trudeau sigue siendo muy popular en Quebec porque no es Harper”, comenta el neodemócrata Boulerice, quien también señala un factor toral: “Los millennials de Quebec están más próximos a la idea de ser ciudadanos del mundo y eso casa con Trudeau”. La causa soberanista, estancada durante los últimos lustros, no representará un problema para él.
“Justin nos inspira con todo lo que hace y nos encanta cómo habla”, afirmaban dos alumnas de secundaria en el reciente evento de su ídolo en Ottawa. Las estudiantes tampoco recordaban grandes hitos del Gobierno del predecesor, Stephen Harper, por su edad y por falta de interés en la política, pero aseguraban seguir hoy a Trudeau en Facebook. Los miles de jóvenes congregados para escuchar el discurso del primer ministro alzaban sus teléfonos móviles y trataban de aproximarse al escenario para ejecutar un ansiado selfie. No lo lograron. Trudeau debía partir con premura a otra cita. Barack Obama está a punto de abandonar el poder. Con él fuera de juego, cuesta trabajo encontrar un político en la escena global que irradie tanto magnetismo con la juventud como el líder canadiense. Al menos, de momento.
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