Protestas a grito pelado
La oposición rusa sufre importantes trabas a la hora de manifestarse en la calle
La diligencia de la Iglesia ortodoxa rusa para reclamar templos y la presteza de las autoridades civiles para entregárselos causan malestar en sectores de la ciudadanía, alarmados por las sintonías entre los representantes del poder político y la jerarquía eclesiástica.
Unas 2.000 personas se reunieron en el campo de Marte de San Petersburgo el 28 de enero para protestar por la entrega de la majestuosa catedral de San Isaac, ahora un museo, a la Iglesia ortodoxa. La entrega del edificio no es exactamente una devolución en el sentido de la ley de 2010 que contempla la restitución de las propiedades religiosas confiscadas en época de la URSS, pero el hecho de que la catedral perteneciera a la Administración imperial zarista parece irrelevante para el gobernador Gueorgui Poltávchenko. A los que se concentraron para protestar —prestigiosos historiadores, economistas, artistas, trabajadores de museos— les fue denegado el permiso para celebrar un mitin, por lo que tuvieron que acogerse a la fórmula de “cita con los diputados”, un formato que permite a los legisladores conversar libremente con sus electores en lugares públicos pero con restricciones como la prohibición del uso de micrófonos. Así pues, a grito pelado, vigilados por policías para que no utilizaran el megáfono, diputados de oposición del Consistorio de San Petersburgo trataban de hacerse oír. A pocos metros de los oradores enronquecidos, un centenar de personas sí habían sido autorizadas a celebrar un mitin y, con altavoces conectados a un generador, se manifestaban a favor de la transferencia de la catedral. Habían sido convocados por el Movimiento Nacional de Liberación (NOD), grupo nacionalista que cree en la conspiración internacional contra Rusia.
El futuro puede ser peor. El partido gubernamental Rusia Unida ha presentado en la Duma un proyecto de ley para que las citas de los diputados con su electorado en lugares públicos se equiparen a los mítines y por tanto se sometan a la restrictiva legislación que las autoridades van perfeccionando guiadas por la idea obsesiva de evitar un maidán, como en Ucrania en 2004 y 2014, o una “revolución”, como en Rusia en 1917.
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