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Tribuna
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Relanzar la Unión Europea

El destino final del proceso es la unión política, no una simple unión de Estados soberanos

Un hombre pasa junto a la sede de la Comisión Europea en Bruselas
Un hombre pasa junto a la sede de la Comisión Europea en BruselasYVES HERMAN (REUTERS)

Hace 60 años que se firmó el Tratado de Roma con el que se inició el proceso hacia la Unión Europea. Una unión que no solo ha significado la superación de toda una época histórica de terribles guerras entre europeos sino que también ha establecido el espacio político, económico y social más democrático y avanzado del planeta. Durante casi siete décadas los europeos hemos ido poniendo en común los instrumentos de nuestra unión, desde aquella lejana asociación del carbón y del acero, pasando por la unión aduanera del Tratado de Roma, el mercado interior del Acta Única y el euro del Tratado de Maastricht, hasta la Unión Europea del Tratado de Lisboa.

Hoy observamos, con creciente inquietud, la situación por la que atraviesa nuestra Unión. La dura crisis económica, y su deficiente tratamiento, en el marco de la mundialización y la acelerada revolución tecnológica, han hecho aflorar nuevas y viejas contradicciones que están sometiendo a la Unión a una dura prueba que pone en cuestión hasta su propia existencia. La mayor de estas quiebras es el descontento social, en amplias capas de la ciudadanía europea, que se traduce en un desapego hacia el proyecto europeo en su actual encarnación. El resultado del referéndum británico (Brexit), unido a las posiciones de la nueva Administración estadounidense, ha supuesto una potente señal de alarma de que el desarrollo de las cosas europeas no van bien. Porque no se trata solo de Reino Unido. Las posiciones euroescépticas o claramente contrarias a la UE avanzan en varios países. Desde populismos, de uno u otro signo, nacionalismos de nueva y vieja factura, hasta ataques descarados a la existencia de la Unión. Todos ellos bajo el denominador común del rechazo a las políticas que conduzcan a una Europa cada vez más unida; la puesta en cuestión de la validez del euro y la pretensión de regresar a los viejos modelos de Estados nación. Empeño que, de consumarse, nos introduciría en una senda de peligrosas incertidumbres y de creciente impotencia, en un mundo cada vez más interdependiente, pero hegemonizado por grandes poderes políticos y económicos globales. Y sin ninguna garantía de que no regresásemos a los enfrentamientos de antaño.

Ante esta situación, cuyos retos vamos a tener que afrontar, en la práctica, en las próximas consultas electorales en Francia y Alemania, se pueden adoptar diferentes posturas. Si descartamos la extremista de romper el euro y la propia Unión quedan otras opciones entre las que hay que escoger. De un lado, aparece la tendencia a hacer algunas concesiones a los nacionalismos crecientes, en una especie de apaciguamiento o de alto en el camino, con el mensaje de que quizá hemos ido demasiado lejos. En nuestra opinión este sería un camino equivocado que conduciría a un mayor estancamiento de consecuencias no deseables. Los actuales nacionalismos y/o populismos no surgen como consecuencia de demasiada Europa sino más bien por todo lo contrario. Nacen cuando la Unión no tiene, todavía, los instrumentos necesarios que le permitirían afrontar con eficacia los problemas que preocupan a los ciudadanos. Es pues una insuficiencia de Europa lo que está originando la actual situación de crisis.

Por esta razón, estamos convencidos de que de la próxima cumbre de Roma debería salir un claro proyecto de relanzamiento de la Unión. Con avances reales en la culminación de la unión económica y armonización fiscal; iniciativas hacia la Europa social que generen la necesaria cohesión; respuestas justas al reto de las migraciones y los refugiados; decisiones en el terreno de la seguridad y la defensa frente a las amenazas terroristas y una visión de unión política futura que permita fecundar una nueva ilusión y confianza en el proyecto común. No podemos permitir que esta gran empresa ilustrada y civilizatoria se venga abajo, víctima de viejos y nuevos egoísmos y cegueras. España ha apostado en su Estrategia de Acción Exterior por una Europa fuerte al señalar que “el destino final del proceso de construcción europea es la unión política, una Europa federal —los Estados Unidos de Europa—, y no simplemente una unión de Estados soberanos”. Creemos que ese y no otro es el camino que debe seguir y el camino que España debe apoyar firmemente.

Emilio Lamo de Espinosa es presidente del Real Instituto Elcano, y Nicolás Sartorius, vicepresidente ejecutivo de la Fundación Alternativas. Firman también esta artículo Emilio Cassinello, director general del Centro Internacional de Toledo para la Paz, y Jordi Bacaria, director de CIDOB.

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