Cajas blancas
Los 'containers' de Colonia son una caricatura de la Europa más vieja, terca y prefabricada
Cuando le escribí a mis familiares para decir que me mudaba a Colonia, Alemania, ellos ignoraron la coma. Y como en México colonia significa barrio, se preocuparon. Debía ser un rincón muy triste, la colonia Alemania, si nunca lo habían oído mentar.
Para corregir el malentendido espeté tres vaguedades: Köln, como se llama en alemán, es la cuarta ciudad más grande de Alemania; está más cerca de París que de Berlín; y, la más convincente: en Colonia se inventó el agua de Colonia.
Más tarde, al enterarse de la noche de asaltos sexuales en la estación de trenes, mi familia volvió a preocuparse. Para tranquilizarlos les conté cosas nuevas, apenas poco menos vagas. De la catedral, la obviedad peatonal: se la ve desde absolutamente todos lados. Y del famoso carnaval confesé que mi parte favorita había llegado después, cuando todo terminó y cientos de disfraces podían verse colgando en los ventanales de las tintorerías: limpios, terroríficos, extrañamente dignos.
Esta ciudad no es mía porque de una ciudad se apropia uno por la lengua y yo en alemán solo puedo sostener conversaciones mínimas, tópicas y sin conjugaciones. Declinar me resulta una acción tan ajena como, por ejemplo, surfear. Leer me es imposible. Lo que sé de la política local lo aprendo en la prensa extranjera. De algún modo mi familia tenía razón: mi Colonia es apenas un barrio, o algo más íntimo todavía: una serie de hábitos, una hilera de parques.
Köln tiene 240 kilómetros cuadrados de espacios verdes, es decir, 230 metros cuadrados por habitante. A mí, viniendo de Madrid y, antes, de la ciudad de México, esto me parece el bosque encantado y trato de caminar a diario por los parques. Es ahí que veo las cajas blancas.
Han ido brotando como hongos cúbicos. Ocupan parques, patios, terrenos baldíos. Containers pálidos, de uno o dos pisos, destinados a albergar refugiados que sé que existen pero que nunca veo. Y cuando increpo a la gente que conozco, la mayoría no sabe de qué hablo. ¿Containers? Habrá construcción. Serán para la herramienta.
Hay quien opina que de esta invisibilidad depende la frágil Willkommenskultur, sostenible solo mientras la comodidad de los locales no se vea afectada. Yo no lo sé. Quizá porque mi propia invisibilidad, aunque distinta y privilegiada, me hace ver borroso. Lo que sí sé es que desde mi pésima integración es fácil ver en los containers una caricatura de la Europa más vieja, terca y prefabricada: la que a ratos parece haber renunciado al sentido común en pos del ridículo deseo de parecerse a una de estas cajas: ¡más blanca, más cuadrada, más cerrada!
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