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‘Con el culo al aire’ | Unos días de ‘camping’

Probad la experiencia, que no es 'El renacido' y no os atacarán osos. Si no os gusta, por lo menos a la vuelta vuestro piso os parecerá enorme y acogedor

Los niños del cámping parecen felices. Pero ¿los padres también?
Los niños del cámping parecen felices. Pero ¿los padres también?

En nuestra búsqueda estival de contacto con la naturaleza para la niña (y de más temas para estas columnas paternales), nos hemos atrevido a entrar en lo que un urbanita recalcitrante ve casi como un paisaje apocalíptico y distópico: el camping.

Y aquí os los cuento por si queréis apurar estas últimas semanas de adaptaciones a la guardería, vuelta al cole y forrar libros, y vivir una aventura de salvajismo controlado.

Para un novato campestre como yo (supongo que muchos estaréis igual de perdidos), el camping es un territorio mitológico, mezcla de pueblo de farwest y Comarca de hobbits del que algún conocido con furgoneta contaba maravillas, pero como los audímetros para la cuota de audiencia de la tele y los billetes baratos del AVE, nunca lo habíamos visto en persona.

Mirando en su web, descubrimos que el hospedaje tiene tres opciones, repartidas en parcelas: el búngalo (casita para sibaritas o para gente que vaya obligada y quiera un mínimo confort), el vehículo (sea furgoneta, caravana o Air Force One) y la tienda de campaña para valientes y mowglis.

En homenaje al Equipo A y para compensar que me libré de la mili y no me he curtido bastante, dormimos en furgoneta. Con la niña superfeliz, claro, porque si ella se duerme en un carrito puede dormir en cualquier parte.

Y desde el máximo respeto a los campistas, entre los que tengo familia y amigos, descubrí que el camping no es para mí.

Como padre cansado que intenta que estos días sean apacibles, le veo casi todos los inconvenientes del resto de opciones vacacionales. Tienes que comprar, cocinar y limpiar como en un apartamento (pero con las complicaciones de cocinar con un campin-gas y lavar los platos con un chorro raquítico que sale del grifo de la parcela, si es que tienes suerte de que haya uno, o caminar cargado con la vajilla hasta el lavadero oficial). Haces cola para lavabo y ducha. Sufres multitud de mosquitos y vecinos (ves pasar a todas horas niños en bici salidos de las novelas de Stephen King y gente mayor en bañador salidos del Diario de Patricia). Privacidad hay poca y comodidad la justa. Con suerte hay un enchufe y un grifo en la parcela, pero para ir al lavabo tienes que caminar cinco minutos.

Básicamente pagas para dormir en un aparcamiento venido a más, con wáter, ducha y bar.

A cambio, es un gran chikipark natural para los peques. Muchos camping tienen piscina, salas de juego, bar con WiFi, parque infantil y zona de paseo, así que los críos pueden agotarse felices sin salir del recinto.

Además, son mucho más baratos que un hotel o apartamento de playa. Suelen cobrar al día menos de 20 euros por parcela y menos de 10 por persona.

Probad la experiencia, que no es El renacido y no os atacarán osos. Si no os gusta, por lo menos a la vuelta vuestro piso os parecerá enorme y acogedor.

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