A Tardà, por las esposas de Rufián
Las bromas de Rufián no solo ofenden a quienes son sus víctimas; mucha gente está harta de esa insidia
Señor Tardà, usted se sienta junto a Gabriel Rufián, de su partido, en el Congreso de los Diputados. Usted lo vio hace nada levantar unas esposas para deseárselas al presidente del Gobierno. Y antes lo contempló producir una impresora como premio para el mismo adversario. De usted se distingue la atención que presta a sus adversarios en la Cámara, que son muchos. Y se respeta de usted el cuidado de sus palabras, que se enfrenta a muchos desacuerdos.
A lo largo de este tiempo usted ha podido ascender a podios cercanos a la intransigencia; y siempre parece haber tenido cerca el ejemplo de Onetti, que aconsejaba usar una tercera mano antes de decir un insulto contra el prójimo.
Esa propensión a buscar entre aquellas palabras que pueden disgustar las que mejor se compadezcan con el respeto al que está enfrente, le han ganado la simpatía que se requiere para ganar también atención. Con usted parece posible entablar una conversación desde un sitio que esté en las antípodas de sus propias convicciones.
La vida parlamentaria se hace de desavenencias radicales; usted es un radical. Si quiere le hago comparaciones que quizá no son de su agrado, pero seguro que las acepta como honorables. Unamuno discrepaba a machetazos, pero era capaz de otorgarle razón a sus contrarios. A Ortega le latía la misma propensión, y si usted se fija en su adversario Miquel Iceta, al que tanto admiro por su paciencia, es capaz de ponerle una vela al diablo con tal de que siga habiendo luz.
En la Cámara abundan personas que están de acuerdo, rabiosamente, consigo mismas; ese ego abunda más que nunca, al menos en lo que alcanza mi memoria. Pues falta generosidad para desearle el bien al contrario. Y todos los días se escucha en las tertulias, un Parlamento por otros medios, en los canutazos de la televisión o de la radio, o, ay, en los estrados de la Cámara, cómo se convierte en burla de los otros las palabras que en lugar de argumento político llevan dentro odio o malevolencia.
Como usted no participa de ese desdén, o eso creo firmemente mientras le escucho, aunque defienda ideas que otros no quieren seguir, le confío esta carta con un ruego: dígale a su compañero de escaño Gabriel Rufián que sus bromas no ofenden sólo a quienes son sus víctimas. Mucha gente está harta de esa insidia, y usted lo sabe porque, imagino, también la sufre.
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