A Hollywood en un tren de sal y azúcar
El realizador Licinio Azevedo promociona su película sobre Mozambique propuesta para los Oscar
Se trata de una historia de amor, vida y muerte a bordo del tren que pretendía unir Nampula con Malawi en plena guerra civil mozambiqueña, en el año 1989. Es la trama de la película Comboio de sal e açucar, propuesta por Mozambique para los premios Oscar 2018, y dirigida por el realizador brasileño Licinio Azevedo, afincado en Mozambique desde hace cuatro décadas. “Los 400 votantes que deciden viven en Los Ángeles y solo están obligados a visionar 25 de los 400 títulos que se presentan. Captar su atención depende de la promoción que se le dé. Ahí están nuestros escasos presupuestos frente a los de África del Sur, por ejemplo. Un país mucho más potente también en la industria cinematográfica, casi inexistente en Mozambique”, cuenta el cineasta en la terraza de un local oportunamente llamado, Punto de Encuentro, donde cada mañana, y siempre en la misma mesa, ojea la prensa, atiende a las visitas y ultima los detalles de su gira por aquellos festivales que quieren ver su película. Con suerte, sería el primer contacto entre Hollywood y Mozambique.
Un afortunado error de cálculo permitió que Comboio de sal e açucar estuviera lista en 2015, y ya acumula más de seis premios en certámenes internacionales. Tras terminar su primera película, Virgem Margarida (2012), Azevedo ya tenía en la cabeza su siguiente historia, pero cierto pesimismo defensivo le llevó a pensar que pasarían 20 años hasta conseguir financiación para su puesta en marcha. No fue así. “Hasta llegar a Comboio de sal e açucar he colaborado en muchos documentales oficiales, y encargos de ONGs sobre proyectos de salud y educación. El cine de ficción no existe en Mozambique, donde apenas hay intérpretes. Yo trabajo bien con gente sin experiencia, no soy un director autoritario, así que les dejo que aporten, por ejemplo, su lenguaje, porque enriquece la historia”, declara.
Licinio Azevedo, periodista aficionado a las crónicas de guerra, nació en Porto Alegre (Brasil), país que abandonó en los años setenta acuciado por la censura. Intentó viajar a Angola pero no obtuvo visado, y recaló por fin en Guinea Bissau como profesor de periodismo justo en 1976. De su aventura guineana nació el libro Diario de la liberación, y una invitación para ir a un Mozambique que dejaba por fin de ser colonia portuguesa. Su afición por escribir no solo crónicas de guerra cuajo en el libro de cuentos, Relatos de un pueblo armado, que un director yugoslavo convirtió en el largometraje El tiempo de los leopardo, sobre la contienda anticolonial. Todo con el respaldo del joven gobierno.
El cine de ficción no existe en Mozambique, apenas hay intérpretes
Su tesón se demostró también para grabar Virgem Margarida, que cuenta la historia de un grupo de meretrices urbanas enviadas a la selva para reinsertarse según un programa del gobierno independentista que llegó al poder en 1975. No paró hasta localizar un río donde recrear el baño de 70 prostitutas sin que ninguna acabara en las fauces de un caimán. “En todos los ríos de Mozambique hay cocodrilos. Me aseguraron que aquel tramo era tranquilo, pero aun así rodamos con cierta intranquilidad”, declara. Entre ellas se cuela por accidente una joven virgen, que al ser la única del grupo capaz de desenvolverse en la floresta, acaba siendo la líder en una película que consiguió 28 premios internacionales.
Cerca de esta terraza típicamente africana, vecina del Hospital Central de Maputo junto a la Avenida Eduardo Mondlane, está la sede de la Asociación Mozambiqueña de Cine (AMOCINE), un organismo que trabaja como puede para impulsar una industria que, al carecer de presupuestos, canales de exhibición y hasta de actores, se diría que ni ella misma existe. AMOCINE imparte pequeños cursos y a veces consigue fondos para producir películas siempre que sean baratas. “Sin una política cultural que nos apoye, no hay futuro”, dice. Por lamentable que parezca, Licinio da a entender que en Mozambique no hay cine.
Acudimos a la cita, sin embargo, con un joven actor. Se trata de Vitor Costa, tiene 16 años y vive en Casa do Gaiato. Es un orfanato de estructura familiar que lucha cada día por mantener la dignidad conseguida con 25 años de esfuerzos. Vitor vivía en la calle antes de llegar a la Casa y conocer al director de cine Mickey Fonseca, su padrino, que le daría un papel en la película, Mahla DV, sobre la explosión de una fábrica de armas muy cerca de Maputo. Vitor tenía entonces nueve años y asegura que le encantaría repetir la experiencia, guarda un buen recuerdo.
Ha sido un gaiato de ida y vuelta. Ocurre con algunos, cuando un impulso, extraño o no, les lleva a renunciar a lo que tienen para dormir de nuevo al raso. Queremos que nos lo explique ahora que está asentado, pero no parece tener mucho que decir, y es obvio que pocas ganas. Finalmente, mientras señala su cabeza con los dedos, asegura: “la calle siempre está aquí”.
La película acumula más de seis premios en certámenes internacionales
Volvemos a Licinio y su comboio listo para hacer las Américas aun con los raíles sin construir del todo. “Como en la película”, bromea. “ En aquel tren los viajeros eran soldados y voluntarios que lo iban construyendo en un trayecto que podía durar tres meses, medio año, o no terminar nuca. Acababan subiendo mujeres, niños, y cualquiera que aspirase a llegar hasta Malawi para cambiar un saco de azúcar por otro de sal. De ahí las historias de amor de la película, donde hay un casamiento, un divorcio y hasta un parto”, resume el director.
Este tren nació en forma de libro homónimo con las historias que Licinio recopiló como pasajero entrevistando a militares. Un tipo adinerado llamado Henry Pasner, lo compró en el aeropuerto, lo tradujo al inglés y lo distribuyó por Estados Unidos y Sudáfrica. De eso si han pasado 20 años y esta vez el itinerario se ha cumplido. Una coprodución de Mozambique con Portugal, África del Sur, Brasil y Francia. Un rodaje de dos meses con un equipo artístico, “que consiguió rescatar la locomotora original de la estación central de Maputo, donde hasta árboles habían crecido en los vagones”.
Aquel trayecto de 700 kilómetros quiso unir Nampula con Malawi. Este pretende hacer lo mismo partiendo de Maputo a la Costa Oeste Americana. Ojalá que llegue a su destino y el itinerario no sea tan accidentado.
Sol Alonso es voluntaria en Casa do Gaiato por la Fundación Mozambique Sur.
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