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MIRADOR
Columna
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Privacidad

Decía Oscar Wilde que no hay ninguna razón para que un hombre muestre su vida al mundo. “El mundo no entiende las cosas”, apostillaba

Julio Llamazares
un grupo de personas utilizando sus móviles.
un grupo de personas utilizando sus móviles. © GETTYIMAGES

El anuncio de un escritor de que deja de compartir su vida y sus pensamientos con sus lectores en tiempo real a través de las llamadas redes sociales ha sido noticia destacada en todos los medios, incluidas éstas, lo que demuestra hasta qué punto la sociedad actual ha perdido el sentido común. Si el escritor hubiera anunciado que dejaba de escribir sin más seguramente no habría sido tanta noticia.

El escritor, que ha justificado su decisión en que ya no le “compensa” la relación diaria con sus lectores porque le quita tiempo y energía, la ha anunciado en su cuenta de Twitter, como corresponde, siendo fiel de esa manera a su trayectoria hasta ese momento. Quien durante años ha defendido la comunicación directa con el público lector como algo imprescindible en estos tiempos no podía despedirse a la francesa por más que fuera lo recomendable. Irse sin hacer ruido no te garantiza la compresión de unos internautas que se consideran con el derecho a decirte lo que piensan de ti, de tus libros y de tus opiniones, pero por lo menos te facilita la despedida.

Como perteneciente al gremio de los escritores raros, esos que, por valorar la privacidad más que la popularidad, hemos vivido alejados de todos esos instrumentos que nos exponen al juicio público más de lo inevitable por nuestro oficio, he sufrido las recriminaciones de personas que, considerando que leer mis libros o mis artículos les da derecho a decirme personalmente lo que piensan de ellos, me echan en cara que no tenga cuenta en ninguna de las redes ni página web a través de la cual poder dirigirse a mí, así que sé a lo que me expongo al criticar aquí una moda social que ha convertido el cotilleo de toda la vida en universal y el mundo en un inmenso patio de vecindad en el que todos se ponen verdes y se controlan unos a otros. No discuto la utilidad de las redes sociales para la comunicación entre las personas, sí la necesidad de tener que comunicarse todo el rato, da igual que sea lo que van a comer y con quién o su opinión sobre el crimen o la película de actualidad, ni la obligación del prójimo de participar de ello, se dedique a lo que se dedique al prójimo.

Decía Oscar Wilde que no hay ninguna razón para que un hombre muestre su vida al mundo. “El mundo no entiende las cosas”, apostillaba. Ni las entenderá jamás, añadiría uno por su cuenta viendo a su alrededor cómo mucha gente emplea todo su tiempo en contar su vida por Internet en lugar de ocuparse de vivirla de verdad.

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