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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Ni presidente, ni presidiario

Puigdemont puede ser en unos meses aquel político que huyó, lo perdió todo y acabó olvidado

El conseller cesado, Jordi Turull, conectado por teléfono con Carles Puigdemont durante el pleno de constitución de la XII legislatura.
El conseller cesado, Jordi Turull, conectado por teléfono con Carles Puigdemont durante el pleno de constitución de la XII legislatura. Quique García (EFE)

El expresidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, decía ayer en sus declaraciones diarias a la prensa independentista que se puede gobernar desde Bruselas pero no desde prisión y que quiere ser presidente, no presidiario. Sin embargo, no va a ser ni una cosa ni otra. A medida que pasan los días, el líder catalán debería darse cuenta de que ha entrado en un bucle del que cada vez le será más difícil salir y que es muy probable que dentro de unos meses no sea más que aquel político que huyó de su país, lo perdió todo y acabó olvidado por todos en el extranjero.

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Todas las opciones que tiene el expresidente son malas. Si decide presentarse en Barcelona el día de su investidura, será detenido y no podrá ser votado. Si convence a ERC para que se vuelvan a saltar la ley y planteen una votación telemática, el Tribunal Constitucional adoptará medidas cautelares y abortará la operación. Y, por último, si cede y propone otro candidato (o candidata) de su lista, para formar una especie de gobierno de subsecretarios y dirigir él políticamente Cataluña desde su supuesto exilio, el tiempo le acabará convirtiendo en un holograma en fase de extinción.

Puigdemont ya ha perdido, aunque su lista haya sido la segunda más votada, aunque haya superado a Oriol Junqueras y aunque el bloque independentista haya vuelto a obtener mayoría en escaños en el Parlament. Su huida de España tras amagar y no dar con la declaración unilateral de independencia y sus estrambóticas actuaciones diarias en Bruselas le han convertido en un personaje de feria al que la gente ha perdido el respeto.

Al grupo de los cinco fugados a Bruselas ya se les empieza a concocer como “los otros”; como la película de Alejandro Amenabar sobre una familia que estaba muerta y no se había dado cuenta. ¿Cuánto tiempo pueden aguantar allí? ¿Qué pasará cuando se les juzgue en rebeldía y sean condenados? ¿Hasta cuándo contarán con el apoyo de la calle?

El problema es que Puigdemont no se haga ninguna de estas preguntas. Está obcecado con volver a ser presidente a cualquier precio, sin importarle las consecuencias, ni para él, ni para sus socios, ni mucho menos para los catalanes. Pero sus aliados saben que es urgente volver a formar gobierno, acabar con el 155 y recuperar el poder y el dinero de la Generalitat. Y eso pasa por elegir otro candidato, después de haber simulado que han intentado investirle por todos los medios. Lo que no saben es cuál será la reacción de Puigdemont. Que se teman lo peor.

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