“Sin las africanas no se puede acabar con la mutilación genital”
La activista keniana Asha Ismail defiende la escucha y la comprensión como primeros pasos para erradicar esta práctica
Convivimos en este planeta con 200 millones de mujeres que han sobrevivido a la Mutilación Genital Femenina (MGF) y se estima que hay tres millones de niñas en riesgo de sufrir esta práctica a lo largo y ancho de 30 países (28 de ellos africanos), que van desde Egipto y Yemen hasta Indonesia. Sólo en España se sospecha que viven unas 17.000 niñas expuestas al peligro de ser mutiladas. Así lo explicó a finales del mes de enero la activista Asha Ismail, fundadora de la ONG Save a girl, save a generation, en Casa África, en una ponencia basada en su experiencia de vida.
"En Kenia hay 47 pueblos distintos, con distintas lenguas, culturas y religiones", precisó esta keniana de origen somalí, hoy radicada en España. "De esos 47, hay 21 pueblos que practican la mutilación genital femenina". Su etnia lo hace y en su forma más extrema, como descubrió Asha con apenas cinco años, en el suelo de la cocina de su casa y de la manera más inesperada y terrible. Su madre la envió al mercado a buscar las cuchillas con las que le practicarían una infibulación o circuncisión faraónica: sin anestesia, mordiendo un trapo, se vio despojada de clítoris, labios menores y mayores y cosida hasta dejar un pequeño orificio para sus necesidades básicas. Asha se convirtió así en una de las caras del trauma de la mutilación genital femenina, pero una cara valiente, que decidió plantarse ante la realidad, educar, sensibilizar y negarse a ser víctima y a que otras ocuparan su lugar bajo las cuchillas.
"Hablamos de una práctica que no sólo se da en países africanos", señaló con contundencia Asha, antes de recordar que se extirpó el clítoris a las mujeres de la Inglaterra victoriana para que no se masturbaran y que la práctica también se ha documentado entre los aborígenes de Australia o en algunos pueblos de América del Sur. Una vez asumido lo inaceptable y extendido de la MGF, Asha propone entenderla y contextualizarla, formar a profesionales en países de acogida para que no estigmaticen y victimicen a quienes la han sufrido en otros lugares y comprender lo que significa esta complejísima realidad para determinados colectivos como paso previo a la erradicación. "No existe un manual: no es una lavadora, que viene con instrucciones", precisó. "Es una cultura, una manera de vivir".
Para la activista, "si hay ley, pero no hay voluntad, no se puede hacer nada". Expuso los casos de Etiopía y Kenia, donde la prevalencia de la mutilación genital femenina está disminuyendo, pero también habló de otros países donde las cifras se triplican, y de una medicalización del proceso, incluso en Kenia, donde se le da una pátina de legalidad e higiene a través de clínicas privadas o médicos que pueden "purificarte" y sellarte en casa.
Si hay ley, pero no hay voluntad, no se puede hacer nada
Asha Ismail entreveró los datos del activismo que ejerce con su propia historia. Contó cómo el ginecólogo que la vió al llegar la adolescencia suplicó -infructuosamente- a su madre que la abrieran con las primeras reglas y los dolores imposibles de las infecciones. Narró su matrimonio relativamente precoz: con 20 años, estudios y una buena dote, la "vendieron" a un hombre mayor que no pudo penetrarla en su noche de bodas. Su marido necesitó de una mujer con unas tijeras para abrir su vulva sellada y facilitarle la violación. Explicó que una única noche de terror, la de su boda, resultó en un embarazo: el de su única hija. El sexo martirizado de Asha cicatrizó, pero volvió a reventar con el parto, nueve meses después de aquella única noche. Ella admitió que quedó traumatizada por la violación y la sucesión de dolores y complicaciones que tenían como epicentro su sexo, pero también dijo que no se resignó. Desde que fue consciente de lo que le hicieron y de lo que podían hacerle a su hija y otros miles de mujeres, se lanzó a hablar de la mutilación, convencida de que "sin nosotras, las africanas, no se puede acabar con la mutilación genital femenina".
La mutilación no depende de la economía, la clase social, los estudios: se hace porque quieres ser aceptada
Se ríe cuando explica que su familia le reprocha que hable siempre de su sexo antes de recordar con tristeza el cónclave de ginecócolos que la acogió en España, entre apagadadas exclamaciones de horror, al observar la vulva inexplicable que se les cerraba ante los ojos. "Tenemos que ponernos en lugar de las personas, entender y trabajar a partir de ahí. La mutilación no depende de la economía, la clase social, los estudios: se hace porque quieres ser aceptada", enfatiza, antes de señalar casi con rabia: "Los ginecólogos aquí, en Europa, deberían conversar con las mujeres para ganarse su confianza, citarlas varias veces. No interesarse sólo por sus genitales: conocerlas como personas. Eso ayuda mucho".
Lo importante, dejó claro, es ponerse en la piel de la otra, hablar hasta quedarse ronca y dejar que las propias mujeres peleen sus guerras a su ritmo y con sus propias armas.
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