12 fotosLa agricultura vence a la emigraciónEn el sur de Senegal, un proyecto ha dado una alternativa a la migración a 105 vecinos los cultivos de frutas y verdurasXaume OllerosSenegal - 07 may 2018 - 07:24CESTWhatsappFacebookTwitterLinkedinBlueskyCopiar enlaceBouba Balde riega las cebollas en la granja de Salif Diamanka, situada en Samekhanta Peul, región de Sedhiou. Diamanka, de 43 años y padre de cuatro hijos, recibió una hectárea de la explotación agrícola de su padre en la que durante años se han cultivado cacahuetes. Sin embargo, él la destina ahora a patatas, cebollas, gombo y tomates y da empleo a tres trabajadores, como Bouba Balde. Aminata Ly (26 años), de pie, junto a sus hermanos Bacary, Aliou, Abdoulaye y Seydi, de izquierda a derecha, en la granja de su propiedad en Sibéré Kande, región de Kolda. Ella estudió Empresariales en Marruecos, pero decidió regresar a su pueblo natal para trabajar la tierra. Su finca es un vergel de rábanos, zanahorias, tomates, moringa, pimientos y papayeros. Está convencida de que la agricultura ecológica es rentable y fabrica su propio abono a partir de excrementos de animales.Issouf Sow, su mujer Aissatou y sus hijos Seydou, Belal, Aissatou y Mohamed en su finca de Sibéré Kande, región de Kolda. Natural de la ciudad y agricultor desde niño, siempre había trabajado en las tierras de su padre cultivando maíz y cacahuetes. Sin embargo, hace dos años compró esta hectárea con el sueño de cultivar mandioca, pimientos y cebollas y poder tener su propia producción. “Esto es como un regalo, ahora voy a contratar jornaleros que me ayuden”, asegura.“El cacahuete sólo permite tener una cosecha al año, la horticultura sin embargo da algo todos los meses”. Así resume las ventajas de tener una granja con pozo propio el jefe del pueblo de Sibéré Kande, Ousmane Diamanka, en la que ya está produciendo cebollas, coles, lechugas y pepinos. Antes tenía un pozo del que extraía el agua con un motor de gasoil, pero “consumía cinco litros por semana, era muy caro para mí”. En su finca da trabajo a ocho personas. En la imagen, junto a su esposa Ramatoulaye Diao, su hermana Enaling Diamanka, su hermano Babacar, sus hijos Demba, Coumba, Boubacar y Mariama y el trabajador Demba Balde.Oumar Sow, 43 años, divorciado y con un hijo, se fue a Benín en 2014. Tres meses después, cansado de no encontrar un trabajo en condiciones, decidió volver y dedicarse a lo que conoce de verdad, la agricultura. “No podemos dedicarnos todos a lo mismo así que yo me estoy especializando en árboles frutales”, asegura. En su finca de Sibéré Kande empiezan a asomar los primeros papayeros, guayaberos, naranjos y limoneros. “Este es mi nuevo punto de partida. Quiero ver cómo lo hacen en otros países e importar las técnicas. La gente se queja mucho de que no hay trabajo, pero si te empeña, dejas de quejarte y crees en ti mismo vas a tener éxito. Un árbol es como una cuenta bancaria”, asegura.François Gomis, de 31 años, flanqueado por su padre Pierre Gomis y su tío Jean Mendy, en su granja de Kamobeul Mangaque, región de Ziguinchor. Tras recibir una formación en agricultura consiguió una hectárea de su familia para poner en marcha su proyecto. “Hasta el año pasado esto era un bosque. Teníamos el pozo y el vallado, pero no podíamos ponerla en marcha por falta de medios”, asegura. Aún le queda un poco por limpiar, pero no ha querido esperar y ya ha plantado sus primeras lechugas, pimientos, nabos y tomates. Casado y con tres hijos, conoció el trabajo de albañil. “Pero gracias a este proyecto soy mi propio jefe, tengo independencia”, añade.Etienne Manga, 33 años, casado y con un hijo, estudió apicultura y ahora se ha animado por fin a montar su propia explotación agrícola. “Compré esta parcela hace cuatro años y me ha llevado mucho tiempo limpiar y desbrozar. Lo hemos hecho entre seis personas”, asegura. Su idea es cultivar frutales y producir pollos de granja y miel para el mercado local para lo que ya ha instalado 117 panales y prevé llegar hasta los 300 en los alrededores de Kamogueul Mangaque. Pero para ello antes tiene que deshacerse de tres enormes termiteros que llegaron a la tierra antes que él. “No es complicado”, apunta.Gildas Diedhou, soltero de 30 años, está quemando la maleza ya cortada y amontonada en la finca que le ha cedido su padre. Él ha preferido limpiar todo primero con sus propias manos antes de comenzar a explotarla. “Si empiezo ya luego no tendré tiempo para preparar el resto de la tierra”, asegura. Tras estudiar Informática en la Universidad y conseguir entrar como becario en la Alcaldía de Ziguinchor decidió volver al campo. “La tierra no engaña a nadie. Tengo ambiciones, quiero empezar una nueva vida aquí plantando moringa y pimientos, casarme y tener hijos”, explica.Amadou Saliou Diallo, de 35 años, y su esposa Aissatou posan delante del pequeño maizal experimental que han plantado en su finca de Mama Toro, cerca de Ziguinchor. “Esta finca, herencia familiar, la exploto desde hace cuatro años. De la tierra obtengo pimienta, tomates, gombo y pepinos. Funcionó bien, hay demanda suficiente. Venían mujeres a comprar y ellas los llevaban a los tres mercados de la ciudad”, asegura. Decidieron presentarse al proyecto de Granjas Naatangué y ahora cuentan con un pozo de 18 metros y un motor que funciona con energía solar. “Es una diferencia total, el cuerpo ya no duele de estar sacando agua”, remacha.En Oudoucar, región de Sedhiou, dos mujeres trabajan en la finca propiedad de Alimatou Sylla Diop, que ya cuenta con el pozo, los paneles solares y un estanque para la piscicultura. “Aquí trabajamos todo lo que se pueda meter en la olla, desde pimientos hasta zanahorias y tomates”, explica esta emigrante en Francia ahora retornada a su país. “Mi padre siempre me decía que hay que volver a la tierra y yo siempre la eché de menos. Ahora que las cosas me están yendo bien por aquí, mis hijos y mi marido también están pensando en venir”, dice con una sonrisa. En toda su explotación da trabajo a unas 25 mujeres.Aliou Ly, en primer plano, y sus hermanos Bacary y Aminata, al fondo, preparan la tierra para cultivar en su finca de Sibéré Kandé, cerca de Kolda. Esta familia explota desde hace meses con un resultado espectacular una parcela de una hectárea en la que florecen ya la moringa, los pimientos, los rábanos, las cebollas, las coles o el perejil. “Hemos apostado por la rotación de cultivos, eso es lo mejor para la tierra”, explica Aminata Ly, auténtica cabeza pensante del proyecto. Los productos los hacen llegar hasta el mercado en transporte colectivo para ahorrar costes. Moussa Balde, albañil, ejecuta por encargo de ANIDA la construcción de una pequeña vivienda en la finca de Oumar Sow, en Sibéré Kande (Kolda). Muchos beneficiarios del proyecto, como en este caso, pretenden ampliar a posteriori estas viviendas para que puedan tener dos, tres y hasta cuatro habitaciones más. “Mi idea es instalarme aquí, si no sería como una invitación a los ladrones para que vinieran a robarme. Tengo que cuidar mi propiedad y estar cerca” dice un ilusionado Sow. “No aspiro a que me den todo, yo también tengo que poner de mi parte”, concluye.