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Tribuna
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Macron: el optimismo de una nación

En un año, gracias a En Marche! Francia vuelve a ser líder de la UE y referente en los grandes debates globales. El presidente francés ha impulsado un entusiasmo europeísta que, a la vez, critica los desequilibrios del euro y el riesgo populista

Toni Roldán
RAQUEL MARIN

Cuando me encontré con Mounir a la entrada de un polideportivo a las afueras de París le dije lo que millones de europeos pensamos aquel día de mayo. Francia había sido la última línea de defensa de Europa frente al populismo. Y sin personas como Mounir que impulsaran la extraordinaria movilización social y política que supuso En Marche!, Le Pen estaría gobernando Francia y el proyecto europeo estaría herido de muerte.

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Mounir Mahjoubi, de 34 años y de origen marroquí, era antes un exitoso emprendedor tecnológico. Se volcó con Macron y terminó dirigiendo el programa digital de En Marche! Hoy es secretario de Estado de Digitalización de la República. Lo que más recuerdo de Mounir es su entusiasmo contagioso cuando me contaba —con los ojos bien abiertos tras sus gafas de geek— sus planes para usar el big data o la inteligencia artificial para mejorar las políticas públicas.

Ese arrollador optimismo macroniano que transmitía Mounir es quizás el intangible más importante que ha logrado Macron. El optimismo es el arma más poderosa para movilizar un país y superar las enormes resistencias al cambio. Dice Houellebecq que Macron encontró la “terapia colectiva” que Francia necesitaba. También, para Macron, el optimismo fue el elemento más nítido de contraste con la vieja guardia inmovilista del bipartidismo francés.

La reforma laboral gala propone centrar el foco en proteger al trabajador y no el puesto de trabajo

Antes de En Marche!, Francia era para muchos el “enfermo de Europa”. Como Alemania antes de Schröder, o Reino Unido antes de Blair. Una nación anclada en el pasado, como de una película de la Italia de Sorrentino. En tan solo un año, Macron ha logrado resituar a Francia como líder de la UE y referente en los grandes debates globales. París ha vuelto a ser un lugar atractivo para jóvenes, investigadores, emprendedores e inversores de todo el mundo.

El diagnóstico de Macron fue clave para superar el pesimismo y el bloqueo político. Para recuperar a una ciudadanía temerosa del futuro y decepcionada con una clase política autocomplaciente y corrupta, había que superar la lógica bipartidista de la confrontación. En asuntos centrales, desde el mundo del trabajo a la educación, la inercia del frentismo de la vieja política impedía encontrar un espacio común para el progreso. Los partidos habían dejado de ser instrumentos transformadores, y se habían convertido en agentes defensores del establishment. El inmovilismo exasperante del bipartidismo se había convertido en la fuente de la que bebían los populismos. Superar ese frentismo estéril con un nuevo proyecto para la mayoría tenía que ser la propuesta de En Marche!

Al mismo tiempo, Macron entendió que no se puede vencer al populismo y al nacionalismo asumiendo sus marcos mentales. Había que confrontarlos intelectual y políticamente. Hablando claro y tratando a los ciudadanos como adultos, con un proyecto netamente contrapuesto al nacionalismo eurófobo y al aislacionismo económico, de Le Pen o Mélenchon; defendiendo un proyecto de país sustentado en los valores que en otro tiempo habían llevado a Francia a la vanguardia del progreso.

La igualdad, la solidaridad, la unión, el respeto, debían volver a ser el eje de un nuevo patriotismo francés. En Notes on Nationalism (1945), Orwell explica que el patriotismo es una fuerza positiva, optimista, que no quiere imponerse a nadie y que celebra un estilo de vida y los valores, tradiciones e instituciones que lo representan. Por el contrario, el nacionalismo es una fuerza excluyente, enraizada en un sentimiento de superioridad, que necesita enemigos para sobrevivir.

El patriotismo de Macron tiene además una vocación profundamente internacionalista, de defensa de la sociedad abierta más allá de las fronteras francesas. Por eso Europa juega un rol central en la cosmovisión macroniana. En su discurso de la Sorbona, Macron explica que la identidad europea no la define el lugar de nacimiento, sino el ejercicio constante de los valores compartidos de la unión: la libertad, la ley, la democracia, los derechos de las minorías, la apertura económica. Para Macron la soberanía de facto en la globalización no se recupera construyendo muros o poniendo aranceles. Sino al contrario: profundizando en la integración europea.

El nacionalismo es una fuerza excluyente que necesita enemigos para sobrevivir

El europeísmo de Macron no es el europeísmo fofo y continuista del bipartidismo. Macron pide más solidaridad para evitar que los desequilibrios del euro —el gigante superávit exterior alemán contrapuesto a la devaluación interna en el Sur— acaben dando la victoria al populismo. Pero, la solidaridad debe ser a cambio de responsabilidad. Los países que opten por seguir avanzando en la integración, deben comprometerse a una agenda radicalmente reformista (capital humano, instituciones, mercado laboral).

En el ámbito nacional, Macron ha logrado algo extraordinario en política: redirigir la atención y los esfuerzos a los grandes debates de futuro: la robotización, el cambio climático o la seguridad. Se puede estar a favor o en contra, pero es innegable que Macron tiene un proyecto de país para los próximos 20 o 30 años.

Las reformas más relevantes han sucedido en el ámbito laboral. Macron propone centrar el foco en proteger al trabajador y no el puesto de trabajo. Como entendieron hace décadas los países escandinavos, en un mundo de economías abiertas y en permanente cambio las empresas deben tener flexibilidad para adaptarse a la competencia y a las nuevas tecnologías. Al mismo tiempo, los trabajadores deben estar mejor protegidos y equipados para enfrentarse a esos cambios. En Francia, como en España, el modelo laboral está obsoleto, genera altas tasas de desempleo y es profundamente injusto y dual.

Macron propone reducir la desigualdad entre los contratos para aumentar las oportunidades de los que están fuera y generar más empleo, simplificando la burocracia en los procesos contractuales, reduciendo la judicialización y permitiendo más flexibilidad en el ajuste de la jornada para que las empresas se adapten al ciclo sin tener que despedir.

Pero al mismo tiempo, Macron propone nuevas medidas para proteger a los trabajadores. Por eso ha aumentado la protección social de los autónomos y planea revolucionar las políticas de formación. Como dice Jean Tirole, el premio Nobel de Economía francés, en The Washington Post: “No hay soluciones mágicas, pero la desigualdad no se solventará recurriendo al statu quo, ni a las soluciones fracasadas del pasado”.

Las resistencias a las reformas son y serán lógicamente enormes, pues son muchos los beneficiarios de que nada se mueva. Pero si hay algo que pueda vencer esas resistencias al cambio es el optimismo de una nación con las ideas correctas.

Antonio Roldán Monés es diputado, portavoz de Economía y secretario de Programas de Ciudadanos. @toniroldanm

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