Más sangre en Nicaragua
Los ciudadanos no quieren seguir el plan de Ortega y él debería respetarlo y asumir que es necesaria una salida
El régimen de Daniel Ortega, en el poder desde 2007 —y anteriormente, entre 1981 y 1990— ha vuelto a mostrar su brutalidad durante la llamada marcha de las madres, celebrada esta semana, que se ha saldado con al menos 15 muertos y 75 heridos.
La manifestación estaba encabezada por las madres de las víctimas mortales de las manifestaciones del pasado abril, donde cientos de miles de nicaragüenses se manifestaron contra la reforma del sistema de Seguridad Social emprendida por el Gobierno de Ortega. Aquellas movilizaciones se saldaron con casi un centenar de muertos. Y los hechos de esta semana se desarrollaron de una forma similar cuando agentes antidisturbios, grupos paramilitares y militantes del oficialista Frente Sandinista abrieron fuego contra los manifestantes.
Como era previsible ante la magnitud de los acontecimientos de abril, Nicaragua se encuentra inmersa en un masivo movimiento de rechazo no contra políticas del Gobierno sino contra la permanencia misma de Daniel Ortega en el poder. Lo sostiene un sistema clientelar y —tal como está demostrando repetidamente— el recurso a la violencia extrema cuando lo estima necesario.
Para tratar de evitar el enfrentamiento total y abierto existe una mesa de diálogo nacional cuyos trabajos se encuentran paralizados. Hay dos razones fundamentales. Una es la represión brutal del derecho a manifestación de los opositores. La otra es que Ortega se niega a discutir cualquier medida de democratización de su régimen, entre ellas un adelanto electoral. Sin embargo, Ortega se niega porque quiere convocar elecciones en 2021. Sumaría así un total de 23 años en el cargo y pretende ser reelegido.
La opinión pública nicaragüense está demostrando que no quiere seguir el plan de Ortega. Él debería respetarlo y asumir que es necesaria una salida.
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