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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Subvertir las reglas

Trump convierte a los medios en el enemigo y distorsiona su función

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante un mitin en Pensilvania.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante un mitin en Pensilvania.TRACIE VAN AUKEN (EFE)

El desprestigio sistemático de los medios ha sido siempre una estrategia primordial de Trump. Recientemente volvía a la carga al declararlos “enemigo del pueblo”, acusarlos de producir “basura” y “noticias falsas”, y reservar para los periodistas el calificativo de “los seres más despreciables”. Todo parece indicar que es el sino de los tiempos: los nuevos líderes que desafían el sistema no solo han dejado de utilizar a los medios como canal de transmisión de sus mensajes, sino que además se han convencido de que para ganar elecciones es necesario presentarlos como un contendiente político más. Experiencias como la del Brexit, la propia elección presidencial de Trump o el referéndum por la paz en Colombia, erigieron el año 2016 como el momento de defunción de un sistema de control de la política formal que competía a los medios de comunicación tradicionales. El caso de Trump fue aún más paradigmático, porque toda su estrategia de campaña se basó, precisamente, en un despiadado ataque contra ellos y contra el establishment de su propio partido. A pesar de todo, logró alcanzar la Casa Blanca sin el sostén de ninguno de los dos.

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Tal anomalía se ha tratado de explicar recurriendo a algunos de los rasgos de esta nueva era de la posverdad: de un lado, el proceso de desintermediación producido por las nuevas tecnologías que afecta tanto a los medios de comunicación como a los propios partidos políticos (Trump declaró durante su campaña que él formaba parte de un “movimiento”); y por otro, el rol que juegan las redes como espacio público paralelo. En realidad, la victoria del trumpismo significó el triunfo sobre el monopolio de la opinión pública de un aspirante a presidente transfigurado en un trol. Si la prensa se ha convertido en el auténtico adversario de Trump se debe sobre todo a la capacidad que tiene este personaje para comunicarse directamente con sus seguidores a través de su cuenta de Twitter; no necesita intermediarios. Él mismo puede ser la fuente fundamental de noticias falsas sin apenas tener que temer su sujeción a una verificación de hechos efectiva.

Pero gran parte de la responsabilidad de lo que está ocurriendo reside en la incapacidad de la oposición del partido demócrata de ejercer la labor que le correspondería, dejando en manos de la prensa el ejercicio de un tipo de control que no es el propio de los medios. Conviene recordar que lo que a estos compete es garantizar una información contrastada y veraz, y ejercer de intermediarios del pluralismo de la opinión. Su función consiste, por tanto, en controlar tanto al Gobierno como a la oposición y en facilitar que cada ciudadano pueda elaborar su propio juicio político sobre unos u otros. No hacerlo así provoca una vuelta de tuerca en el proceso de difuminación de las instituciones.

Un sistema democrático bien engrasado funciona porque existen reglas que están experimentadas, diseñadas para que ninguno de los poderes subvierta la función para la que fueron diseñados. La esencia de la democracia liberal consiste precisamente en eso: ningún poder puede ser autorreferencial, sino que tiene que estar sujeto al control y la revisión de otros. Trump haría bien en entender esto antes de convertir a la prensa en un enemigo común, abriendo las puertas a un verdadero conflicto civil al azuzar al pueblo contra los medios. Los daños que esto puede tener para la democracia son imprevisibles.

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