Carlos de Inglaterra, los 70 años más largos de un heredero
El príncipe es una anomalía entre las monarquías del siglo XXI, que vinculan subsistencia a juventud y modernidad
Cuando el Puente de Londres se venga abajo el único que sentirá literalmente todo el peso sobre sus espaldas será el príncipe Carlos de Inglaterra.“London Bridge is down” es la contraseña escogida para comunicar a la oficina del primer Ministro de Reino Unido, a través de una línea telefónica segura, el fallecimiento de la reina Isabel II, cuando llegue ese momento. A partir de entonces, salvo que el propio heredero tomara la improbable decisión de renunciar a su destino, Carlos Felipe Arturo Jorge, príncipe de Gales, conde de Chester, duque de Cornualles, etc, etc, se convertirá en el soberano de Reino Unido y de otros 15 países más, así como en Jefe de Estado simbólico de 36 naciones pertenecientes a la Commonwealth. Carlos de Inglaterra cumplirá 70 años el próximo 14 de noviembre. Se preparan todo tipo de celebraciones que tendrán lugar a lo largo de 2018. Nunca un heredero al trono ha dispuesto de tanto tiempo para construir su imagen –el récord lo ostentaba Eduardo VII, que fue príncipe de Gales durante 58 años– y a la vez, según sus muchos críticos, empeorar tanto sus posibilidades y su aceptación entre sus futuros súbditos. Recomendaba Walter Bagehot, el legendario editor de The Economist que escribió el ensayo sobre la forma de Gobierno inglesa más consultada por los monarcas de Reino Unido, que “la única materia prima válida para lograr un rey constitucional es un príncipe que comienza su reinado en fecha temprana”. El heredero Carlos se ha convertido en una anomalía cronológica entre las monarquías del siglo XXI, que han vinculado sus posibilidades de subsistencia a una imagen de juventud y modernidad.
Si el tiempo es capaz de perdonar un error es implacable para consolidar una imagen en la opinión pública. En el debe de Carlos de Inglaterra desapareció ya su infidelidad y tormentosa relación con Lady Di. Desapareció incluso la conversación telefónica con la que acabaría siendo su esposa, Camilla Parker-Bowls, en la que aspiraba a explorar la anatomía de su amada en forma de tampón. No fue uno de los momentos más dignos de la monarquía británica –la prensa italiana se refería a Carlos como “Il Tampaccino”– pero en ningún momento se consideró causa suficiente para cuestionar su legitimidad de acceso al trono. Es sobre todo su mezcla de esnobismo e intelectualidad a medio hacer la que irrita a los británicos, cuyo espíritu práctico y su celo en proteger la libertad individual, su vive y deja vivir, casa mal con la misión pretendidamente trascendental y espiritual con la que Carlos ha querido vestir su labor de heredero y su futuro reinado. “Toda mi vida ha estado motivada por el deseo de curar un paisaje desmembrado y un alma envenenada”, dijo en 2002 durante una intervención pública. “En acabar con las divisiones entre el pensamiento intuitivo y el racional, entre la mente y el cuerpo”.
Su odio a todo lo secular, su suspicacia cuando no rechazo a cualquier avance científico o desarrollo industrial y sus aficiones esotéricas (vegetarianismo, geometría sagrada, sufismo…) confunden al inglés medio. Isabel II, por el contrario, se ha granjeado la admiración y el respeto de gran parte de la ciudadanía sin excesiva sofisticación. Más allá de su afición por los perros y los caballos, el único interés de la Reina ha sido el cumplimiento exquisito de una neutralidad política que le ha permitido convivir con gobiernos de todo tipo. Carlos, sin embargo, ha bombardeado con miles de cartas a ministros y políticos expresando su opinión sobre un amplio catálogo de materias: desde la comida de los comedores escolares a la medicina alternativa, pasando por el modelo de helicóptero utilizado por los soldados británicos en Irak. El diario The Guardian luchó y venció en una larga batalla judicial para lograr que se publicaran los miles de documentos enviados por Carlos a diestro y siniestro. Los “Documentos de la araña negra”. Así llegaron a ser conocidos, por el tamaño y el abigarramiento de una caligrafía que denotaba tensión.
Una de las celebraciones previstas durante este año para celebrar el 70 cumpleaños del príncipe Carlos será un gran espectáculo televisado en el que participarán los magos más prestigiosos de Reino Unido. Es otra de las grandes aficiones del heredero, de la que ha hecho gala en numerosas ocasiones. Pertenece incluso al semi secreto club Magic Circle, en el que logró ingresar en 1975 tras presentar un truco de su propia invención. Su principal reto, sin embargo, llegará cuando tenga que convertir el escepticismo de millones de británicos en aceptación de una nueva realidad, y de nuevo ponga en pie el Puente de Londres. Una tarea digna del mismísimo David Copperfield
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